La Habana, noviembre 14, 1960.
Sr. Presidente de la República,
Palacio Presidencial,
La Habana.
Señor,
Por la presente ruego a usted acepte mi renuncia del cargo de Presidente del Tribunal Supremo de Justicia para el que fui designado en enero de 1959 al tomar la dirección de la nación el Gobierno Revolucionario.
Para usted, que ha sido jurista, le resultarán obvias las razones de mi renuncia. El Poder Judicial fué establecido y organizado en la Ley Fundamental que promulgó el Gobierno Revolucionario, en idénticos términos a como lo había establecido y organizado la Constitución de 1940, producto del esfuerzo de todos los sectores de la opinión pública cubana y de los partidos políticos que en aquella oportunidad la representaban, incluyendo al Partido Comunista. Las direcciones del Gobierno que usted preside se han apartado de esa inicial y saludable ruta para absorver cada día más ostensiblemente, las funciones generales de la gobernación, restándole al Poder Judicial las propias e indispensables para llenar su función cabal y su trascendental cometido. N o me siento capaz de cohonestar con mi silencio y abstención lo que inicialmente podrían haber sido naturales necesidades del momento tumultuoso y convulsivo de la Revolución. Las pautas que va trazando el Gobierno a través de sus variadas funciones y poderes, revelan cada día con mayor elocuencia que va dejando atrás lo que es nervio, espíritu y razón de ser de nuestra República que es la independencia y bienestar generales en un clima de absoluta libertad ciudadana, para cuya defensa principalísima está instaurado el Poder Judicial, con las amplísimas facultades que le concede la Ley Fundamental vigente, que no ha cambiado la estructura del Estado cubano y que le impone a todos los funcionarios de la nación y especialmente a los del Poder que tengo el honor de presidir, el respeto más absoluto a la dignidad humana y a la libertad de los individuos. U n Estado de Derecho como es el que constitucionalmente nos rige, determina parejas prerrogativas y limitaciones en los distintos órganos encargados de dirigirlo y no es consecuente con ese tipo de
organización estatal, que unas veces el Gobierno mismo, otras por organismos a él dependientes, vayan absorbiendo todas las funciones que precisamente en un régimen democrático, como es el nuestro, se encuentran repartidas en distintos sectores de la gobernación. N o soy de los que creen que los males de la democracia se curan con procedimientos totalitarios, sino precisamente aumentando el radio de acción y eficacia de la democracia misma. Cuando ya el Gobierno por medio de alguno de sus miembros hace pública declaración de la ineficacia de los funcionarios judiciales, por sus criterios retrógrados incapaces de interpretar lo que para el que así se expresa son criterios revolucionarios, que más o menos consisten en que todo se pueda hacer sin someterse a criterios valorativos ni a normas de conducta colectiva, las dudas que pudieran abrigarse sobre las directrices centrales de la gobernación del país, quedan perfectamente clarificadas. N o pueden justificarse estas actitudes con un pregonado propósito de mejorar a los más humildes y reivindicar para ellos lo que nuestros pasados gobiernos, a pesar de las actitudes demagógicas de algunos de ellos, nunca les preocupó. Estas reivindicaciones, que no son gracia que deba otorgar el gobernante, sino ineludible obligación que cumplir por su parte para los que más necesitan de su asistencia, se puede y debe conseguir por otros procedimientos más eficaces que hagan compatibles el bienestar de todos con la libertad de cada cual, de la que no está autorizado a desentenderse ningún gobierno que quiera serlo verdaderamente.
Como entiendo que el ámbito de la libertad individual se cercena cada día más y el pueblo de Cuba es por esencia refractario a los procedimientos que se ponen en práctica para dirigirlo, lo que sin duda alguna y con desdicha de todos, traerá días de luto a la República, no quiero, que las funciones judiciales, a pesar de ser independientes y ajenas a las del Gobierno, sufran los embates de esos errores que tanto dolor habrán de producir al país. Doy por bien empleado el esfuerzo inaudito que con un grupo muy valioso de Magistrados hice en la rectoría del Tribunal Supremo para erradicar ciertos males que parecían endémicos; me felicito también por los desvelos, que alentados por parejo entusiasmo, y que conmigo compartieron compañeros de singular valor, nos permitió recobrar para el Poder Judicial el prestigio que en parte se había mermado por los desdichados vaivenes de nuestra política tradicional. N o hay obra buena y honrada que no sea fecunda y siempre alentadora para el que con desinterés, altos propósitos y nobles intenciones, a ella se entrega en cuerpo y alma. Dios quiera que nuestra República disfrute los días felices a que tiene derecho todo pueblo y sobre todo el que como el cubano está adornado de tanta nobleza y desinterés.
D e usted atentamente,
Emilio Menéndez y Menéndez.
[1] “El Imperio de la Ley”, Apéndice Iab página 83. https://movimientoc40.com/imperio-ley-cuba-reporte/