Puntos de Vista

Mañach: El ABC y la Revolución del 30

El ABC al Pueblo Cubano

A contrapelo de las posiciones extremas -las que lo exaltan y las que lo denigran- Mañach se puede ubicar entre un conservadurismo estructural y un liberalismo político de nuevo corte. Conservador en esencia de las estructuras económicas y políticas, su pensamiento se orientó hacia la alteración de sus funciones. El conservadurismo cubano, en general, no se expresó tanto en las opciones de tipo político como en las de tipo económico. No intentó cambiar los mecanismos tradicionales para determinar el poder público, pero sí el modo en que operaban; tampoco alterar la base económica capitalista, pero si socializarla y, sobre todo, darle cimiento, estabilidad e independencia a nuestra economía, redimiéndola de su precariedad y colonialidad. Su postura siempre coincidió con un relativismo o un posibilismo renovador que, por considerarlo ineludible para la sustanciación verdadera de la nación, nunca derivó a posiciones más radicales. Dentro del proceso revolucionario fue de los moderados, pero entre los moderados fue portador del pensamiento -y del proyecto- nacional reformista tal vez más coherente del momento.

 

Referencias

[1] Perfiles de la CulturaMañach, el ABC y el proceso revolucionario del 30 en Cuba


Mañach, el ABC y el proceso revolucionario del 30 en Cuba

Yusleidy Pérez Sánchez

Quizás el incentivo fundamental para insistir en el estudio de Jorge Mañach sea la necesidad de adquirir un conocimiento más integrador de las distintas facetas que componen su personalidad. Tras el triunfo de la Revolución, y durante décadas, la actitud hacia el autor de textos tan emblemáticos como La crisis de la alta cultura en Cuba Indagación del choteo se definió por los dogmas imperantes en los estudios sobre el pensamiento de la República neocolonial. Este panorama comenzó a cambiar a partir de la década del 901, pero a pesar de ello aún hoy el estudio del pensamiento político y social de Mañach, en sus vínculos con los contextos que le sirven de referencia y lo explican, sigue siendo una deuda historiográfica.

Partiendo de que el contexto donde se inserta determinada figura constituye uno de los puntos de referencia para el análisis de su pensamiento, nos proponemos acercarnos al modo en que se articulan las ideas reformistas liberales –pero también nacionalistas y regeneracionistas- de Mañach con su presencia activa en el complejo escenario político generado por el proceso revolucionario de los años 30 en Cuba. Para ello es necesario identificarlo con los proyectos políticos -o de otro tipo- que representó y definir cómo estos se insertaron en los debates de una época. Toda interpretación que intente acercarse a este intelectual desconociendo estos procesos será parcial e incompleta, dado que el discurso y la práctica revolucionarios se conforman no en un desierto ideológico sino en contrapunteo constante con concepciones diferentes.

Se ha escrito mucho sobre la participación de Mañach en el Grupo Minorista y su filiación vanguardista, y existe consenso acerca de que en esta militancia -aunque no únicamente bajo su tutela- se articulan las diversas influencias experimentadas por él a lo largo de su formación académica.2 En su seno toman forma, en nuestra opinión, las líneas esenciales de su pensamiento político y su interpretación de la realidad cubana. No obstante, el proceso revolucionario del 30, con la agudización al máximo de las contradicciones inherentes a la crisis del primer modelo republicano, desempeña un papel insoslayable en la maduración de muchas de esas directrices de pensamiento, condicionando posicionamientos ante complejas coyunturas posteriores.

Entre 1927 y 1928 se recrudece el carácter represivo del régimen de Gerardo Machado producto de una coyuntura que hacía ineludible una toma de partido más abierta. Este hecho agudiza las contradicciones inherentes a la heterogeneidad de los miembros del Grupo Minorista y acelera su desintegración. A partir de ese momento, los intelectuales que lo conformaban entran en una nueva fase de alineación, esta vez nítidamente política, que los lleva a establecer militancias acordes a su ideología.

De 1930 en adelante las opciones políticas del posmachadato quedaron claramente planteadas, definiéndose una línea de oposición revolucionaria -Partido Comunista, DEU, CNOC, Ala Izquierda Estudiantil- junto a otra de orientación burguesa, estructurada inicialmente en torno a los Conservadores Ortodoxos y la Unión Nacionalista.3 En lo sucesivo, el foco de mayor importancia en esta dirección va a constituirse en torno al ABC, organización surgida en 1931, y alrededor de la cual girará parte importante de este análisis porque toda la trayectoria de Mañach durante los años de la lucha antimachadista se desarrolló en su seno y, además, porque esta pertenencia, y el hecho de convertirse en uno de sus ideólogos va a pesar, como un lastre insoslayable, en muchas de las valoraciones que se hicieron posteriormente en torno a su personalidad.

ABC de un programa

Aunque en 1925 Mañach se había manifestado entusiasmado con el programa político machadista,4 desde 1927, cuando se hizo pública la intención de Machado de prorrogar su mandato, la posición de Mañach va derivando hacia una crítica severa de su gobierno que incluye la denuncia del autoritarismo, la falta de libertades, las torturas y los asesinatos cometidos al amparo de su régimen.5 Años más tarde llegaría a expresar que la tiranía había sido un reactivo del proceso revolucionario y que, gracias a ella, se había despertado la conciencia nacional.6

A pesar de ello -y consciente de que había llegado la hora de una radical transformación en la política nacional-, Mañach percibía que las manifestaciones de los estudiantes, y otras actuaciones paralelas, revelaban una coincidencia de ánimo, pero no una cohesión verdadera. Aunque denuncia los matices de “caudillismo oportunista” dentro del mosaico de la oposición, la importancia para él radicaba en la presencia de elementos inéditos dentro de la lucha revolucionaria. Expresaba que el movimiento de solidaridad se había producido, no en torno al conservadurismo ni el nacionalismo, sino alrededor de la protesta estudiantil.

“Antes, el pueblo estaba unido en su inercia irónica contra una oligarquía dispersa que se debatía entre sí. Ahora el pueblo está desunido en el acoso de esa misma oligarquía, que por el contrario se estrecha y consolida en un movimiento instintivo de defensa.”7

Luego de la insurrección de Río Verde, que mostró la incapacidad de los viejos caudillos de llevar adelante la oposición, Mañach -que desde la creación del Movimiento de Veteranos y Patriotas había sostenido una valoración negativa de la generación mambisa, asumiéndola como una muestra de “continuismo oligárquico”8– va a arremeter radicalmente contra la generación que representaba al mambisado. Apuntaba que, si bien teníamos un pueblo que estaba ya dando de sí sus frutos, no le quedaba claro, en definitiva, quienes serían los leaders. Para él habíamos heredado caudillos de la guerra libertadora, y el mayor error del pueblo fue pretender que siguieran siendo los jefes de la República. Una vez creada esta, el veteranismo debía haber quedado en “(…) reliquia venerable, (…) e insistió, por el contrario, en retener la empresa de gobierno, que era tarea nueva y pedía nuevos criterios y hombres nuevos (…).”9 Sin embargo, en más de una ocasión expresó que, no obstante al fracaso, Río Verde representó el comienzo de una toma de conciencia generalizada, en tanto la lucha no se limitaba esta vez a un partido, sino que se extendía a todo un pueblo; afirmó que se trataba de una primera fase dentro la revolución que comenzaba y donde por primera vez el pueblo se sintió partícipe de sus propios destinos.10

Así, en la década del 30 se observa un giro en la actitud de Mañach hacia una inserción más activa en la lucha política. Dentro de las posibilidades de solución a los problemas de la República consideró que, a la postre, no había más remedio que “hacerse político”. Convencido de que no era momento de continuar insistiendo en el intento de “(…) sostener la esperanza de que las cosas en Cuba se van a arreglar a fuerza de manifiestos, artículos de periódico y aisladas protestas cívicas (…)”,11 comienza a militar en el ABC, con la esperanza de lograr lo que denominaba higienización y modernización de la vida pública cubana.

El ABC se inserta en el proceso revolucionario desencadenado en la década del 30 como la “Esperanza de Cuba” y en su primera etapa logró arrastrar, con su programa y sus recursos, a muchos elementos -buen número de estudiantes entre ellos-, fundamentalmente de las capas medias, dispuestos a derribar a Machado. De forma muy activa, esta organización -que en un principio va a resaltar por su carácter celular y secreto- se ubica entre las fuerzas más importantes del movimiento antimachadista. Aunque nuestro objetivo central no es emprender un análisis exhaustivo de la organización ni de su trayectoria en el proceso revolucionario, resultan de interés varios momentos relacionados con ella.

El ABC propugnaba lo que llamó “renovación integral” de la vida cubana en tres etapas: la primera procuraba el derrocamiento del gobierno de Machado, la segunda se encaminaba a convocar una Convención Constituyente y una tercera estaría signada por la aspiración de poner en práctica su programa. Con estos fines, el ABC desarrolla tácticas que incluían actos de marcado carácter terrorista para debilitar al gobierno, aprovechando además el ánimo público, con vistas a captar adeptos para la organización.

El Manifiesto-Programa del ABC, en cuya redacción tuvo una participación destacada Jorge Mañach, fue elaborado en 1931, pero se dio a conocer de forma pública a partir del año siguiente. Se trata de un documento de interés para identificar las direcciones esenciales de un nacional-reformismo en ascenso. Basado en la noción de que el fracaso nacional se debía, sobre todo, a que la independencia política no se completó oportunamente con una independencia económica, se aleja de la confianza ciega del viejo liberalismo en la capacidad autolegitimadora de la democracia, pero al mismo tiempo defiende el principio de la libertad política como fuente y norma del poder. Conjuntamente planteaba la necesidad de remodelar las instituciones, de manera que propendiesen en el futuro a la nacionalización de la economía cubana. Esta tesis se resumía en el postulado central de la reconquista de la tierra, consigna que incluía un programa limitado de reivindicaciones económicas.

El Manifiesto propugnaba también la renovación de las instituciones políticas cubanas. Denunciaba las deficiencias de la Constitución de 1901, su falta de adecuación a la realidad cubana y la necesidad de reformarla. Criticaba el sistema presidencial de gobierno y se proponía superar sus deficiencias tomando en cuenta las experiencias provechosas de otros sistemas. Asimismo, se planteaba la sustitución del Senado por una Cámara Corporativa, además de la supresión de las provincias y el robustecimiento de los municipios, las elecciones por circunscripción y la creación de tribunales de cuentas y de responsabilidades políticas.

La legislación social que se proponía incluía la protección al obrero, seguro contra la inhabilitación, vejez, muerte y desempleo; protección a las corporaciones y sindicatos; jornada de ocho horas; descanso periódico; regulación del trabajo de mujeres, niños y adultos; reglamentación de la contratación industrial; derecho de huelga, conciliación y arbitraje.12

Lo dicho hasta aquí permite adentrarse -al menos brevemente- en la larga confrontación de ideas que ha implicado la valoración del ABC desde su creación. Ello se refiere tanto a sus métodos como a la línea política que defendía, plasmada en el Manifiesto-Programa. La cuestión, además, es significativa para nuestros objetivos, en tanto implica directamente a Mañach como uno de los ideólogos de una organización que va a ser objeto de múltiples críticas desde sus inicios, y sobre todo luego de que saliera a la palestra pública su Manifiesto-Programa en 1932.

Uno de los puntos más importantes en la crítica va a ser el de su carácter y, consecuentemente, sus métodos de lucha. Rubén Martínez Villena -en contradicción con Jorge Mañach desde que ambos integraban el Grupo Minorista- impugnó el Manifiesto-Programa en 1933 desde Nueva York, definiendo al ABC como una organización terrorista que “(…) confundía a las masas con la ilusión de que es posible mejorar la situación mediante el atentado personal y no por su acción colectiva, concertada y revolucionaria (…).”13 Las propuestas del ABC para la “reconquista de la tierra”, proyectadas sobre el fomento y protección de la pequeña propiedad, desaparición gradual del latifundio tendente hacia la nacionalización de la tierra y creación de un Banco Agrario para financiar a las cooperativas de producción que se crearan, entre otros,14 no tocaban la raíz del dominio norteamericano sobre el agro cubano. Para Villena, que entendía que reconquistar la tierra era la “confiscación sin indemnización de las tierras de las empresas imperialistas, el reparto de los latifundios entre los campesinos pobres y los obreros agrícolas”,15 el ABC no representaba otra cosa que “(…) una nueva banda de lacayos del imperialismo (…).”16

Raúl Roa, por su parte, condenó la política del atentado personal y la “(…) solución nacional-reformista, con ribetes fascistizantes, del problema cubano en su Manifiesto-Programa (…).” A pesar de reconocer que el ABC representaba la “izquierdización” de determinadas zonas de la oposición de tipo restauracionista y un intento de organización política nacional-reformista, de afirmar que su programa era un documento irreprochable que contenía aciertos y que constituía “(…) un serio esfuerzo de interpretación de la realidad cubana desde el punto de vista abecedario”, siempre les reprochó no haber atacado “(…) las raíces de la estructura factoril de la república (…).”17

En este último tipo de valoración, a nuestro juicio, descansa un enjuiciamiento más profundo que el perceptible en acusaciones que –no puede olvidarse- fueron emitidas en medio de una aguda confrontación ideológica y política. En ella destaca, por ejemplo, la cuestión del papel del imperialismo norteamericano en la historia de Cuba.18 Estos juicios negativos constituyen el fundamento sobre el que con posterioridad se siguió construyendo la crítica del ABC y su Programa -por la que parte de los autores contemporáneos no toma partido explícitamente-, que propende a utilizar términos como “protofascista”, o “ribetes fascistizantes”. Incluso, en algún caso, el documento ha sido visto como una copia fiel del programa del fascismo italiano, de raíz antiobrera y racista.19 Aunque desde su fundación aparecen estos calificativos, será por acciones posteriores, como el alzamiento del 8 de noviembre de 1933 o la llamada Concentración Abecedaria de junio de 1934, que al ABC se le condenará con más fuerza, arguyendo sus similitudes con el fascismo, con tropas de choque, despliegues, marchas y concentraciones uniformadas.

Las valoraciones de este tipo fueron rechazadas por Mañach a lo largo de toda su vida. En realidad, más allá de que la defensa del ABC era también una suerte de autodefensa, las ideas del Manifiesto-Programa reflejaban su propia comprensión de la sociedad cubana y sus posibilidades de cambio. Observadas desde una perspectiva revolucionaria marxista, sus limitaciones podían resultar evidentes pero, desde la perspectiva burguesa y de los grupos y sectores orgánicamente vinculados a ella, reflejaban un vuelco relativamente radical.20

Otra de las posiciones que reiteradamente defendió, caracterizando la naturaleza del ABC, fue la que deslindaba a la organización -pero evidentemente también a él en particular- de las opciones que consideraba extremas en términos políticos. Así, en 1934, afirmaba: “Ni comunismo ni fascismo, dijimos en nuestro Manifiesto-Programa. Y dejamos entender lo que cada vez se ha ido perfilando más en nuestro pensamiento, a medida que se han definido las posibilidades cubanas: nuestra aspiración a una democracia de tipo funcional, al servicio de la nación y de la justicia social.”21

El Manifiesto-Programa también recogió, en lo fundamental, las ideas de Mañach con respecto a la cuestión económica. Lo demuestra la defensa que asumió de la propuesta de una economía cooperativa, también blanco de críticas. Ya habíamos enunciado que el primer postulado del programa del ABC estaba destinado a lograr una economía nacional. Consecuente con esta idea, expresa que una economía nacional “(…) no puede ser solamente eso; tiene que ser además un todo orgánico que responda a los fines esenciales de la nacionalidad y a los de una idea de justicia social (…).”22 De ahí que el ABC no se preocupase exclusivamente por un rescate de la riqueza cubana de manos extrañas, o por la mejor explotación de la que yace inexplotada, sino fundamentalmente por el modo en que ese rescate y esa nueva creación de riqueza deberían producirse. Primero, planteaba la necesidad de dotar al Estado de órganos político-económicos que le permitieran penetrar la entraña de los fenómenos económicos; segundo, con estos fines se proponía una organización nacional del crédito -Banco Central y moneda propia- que proporcionase los medios de auxiliar directamente las empresas productivas.

Avatares de la política

A pesar de las críticas de que fue objeto desde su creación, el descrédito del ABC como parte de la oposición a Machado está vinculado, sobre todo, a su participación en la denominada Mediación, que va a marcar un giro político y táctico de importancia. Concebido inicialmente como un movimiento cívico, este será el momento en que, marcado por la aspiración de poner fin a la tiranía machadista, el ABC se convertirá en un partido político. Para Jorge Mañach, como uno de sus ideólogos y como protagonista directo en este proceso, va a significar, si no su participación más importante en la vida pública cubana, sí la actuación que marcará la visión que se tenga de él a lo largo del complejo contexto republicano.

La aceptación por el ABC de la Mediación fue, desde el momento en que se produjo, objeto de crítica por parte de las fuerzas que la entendieron como un nuevo acto del intervencionismo norteamericano dirigido a frustrar la revolución. El DEU, por ejemplo, además de expresar que constituía una intervención tácita, declaró que prefería “(…) seguir luchando contra la tiranía de Machado y sacrificando nuestra vida; pero no queremos una solución apresurada que a la postre desvirtúe el programa (…) que nos trazamos (…).”23 Por su parte Roa, uno de los más fervientes críticos del ABC, desde un principio insistió en que el objeto de la Mediación era “(…) capitalizar, en canas, el movimiento revolucionario, eliminando a Machado sin alterar las bases ni la estructura del machadato (…).”24 A su juicio, no solo fue una intervención más o menos disimulada en los asuntos de Cuba, sino que además frustró la seguridad que tenía la Revolución de provocar, por sí sola, la caída del dictador.

Lo particular del problema estribaba en que, en medio del gran fervor revolucionario que se vivió en el año 33, la Mediación equivalía a un dilema: intervención o revolución. Ante el mismo el DEU se abstuvo de participar, así como la Unión Revolucionaria de Guiteras, la CNOC, la Unión Radical de Mujeres, el Ala Izquierda Estudiantil (AIE), Pro-Ley y Justicia y la Unión Radical Celular Revolucionaria (UCRR); el Partido Comunista no fue invitado. En el propio ABC la disyuntiva propició fricciones internas. Si durante el machadato se produjo la escisión del grupo que fundó la Organización Celular Radical Revolucionaria (OCRR), durante la Mediación, y por motivos análogos, se separaron los elementos que constituyeron el ABC Radical. La instauración, tras la salida de Machado del poder el 12 de agosto de 1933, del Gobierno Provisional de Carlos Manuel de Céspedes y Quesada, fue valorada por estas fuerzas como una traición a la revolución,25 por lo que la participación del ABC en el mismo no hizo sino reforzar el deterioro de su imagen. Todas las fuerzas que se habían opuesto al proceso mediatorio se enfrentaron a este Gobierno, y el 4 de septiembre un movimiento de sargentos, con participación del DEU, terminó por derrocarlo.

La reacción contra la actitud del ABC queda bien ilustrada en las imputaciones del AIE, que lo acusaba, junto a Céspedes, de portar el rótulo de “gobierno revolucionario” cuando era en realidad una fórmula para desviar y contener la corriente revolucionaria de las masas, que ganó el escalón más alto en el pujante movimiento de huelga general en los primeros días de agosto. En su órgano de prensa, el periódico Línea, el AIE denunciaba constantemente las “falsedades de este Gobierno” afirmando que el ABC había agotado por radio sus promesas de ser la esperanza de Cuba y ahora formaba parte de un Gobierno derechista que utilizaba métodos inadecuados para la realidad cubana.26

Por su parte, el DEU denunciaba que el nuevo Gobierno estaba conformado por fuerzas que traicionaron la Revolución y secundaban las obras de penetración del imperialismo yanqui en América Latina. Para el DEU lo ocurrido no había sido más que un traspaso de poderes entre Machado y Céspedes, y el programa de los que ocupaban el poder había resultado en el reparto y disfrute de la nueva administración, por lo que convocaban a la insurrección armada contra la tiranía “(…) hasta batir y aniquilar las hordas de politicastros en que aquella se cimenta.”27

Entretanto, el ABC defendía la Mediación como una línea táctica que no implicaba el acatamiento del imperialismo político o económico, sino por el contrario “(…) una maniobra (…) para superarlo eliminando obstáculos. El gran obstáculo que por lo pronto se eliminó fue Gerardo Machado (…).”28 Asimismo, consideraba inteligente para Cuba captarse la simpatía de los Estados Unidos, arguyendo que no podía ignorarse el papel que desempeñaban en relación con Cuba y la necesidad económica de contar con los mercados del Norte. “Lo inteligente –afirmaban- no es prescindir de ese hecho, sino contar con él y sacarle partido en bien de Cuba.”29

En principio, la clave que permite valorar la diferencia de posiciones radica en el contenido real que cada uno de los actores adjudicaba al proceso que todos denominaban revolucionario. Para el ABC, en esencia, la revolución posible en Cuba no sobrepasaba los marcos de la “renovación integral” de la vida pública cubana, capaz de barrer con los males que habían imperado en la primera República y que, en consecuencia, habían derivado en una dictadura como la de Machado. Ello se entendía posible en el ámbito de una república democrática, no ya al estilo del viejo liberalismo, sino más bien en el que se le asignara al Estado un papel rector y vigilante, con una función social definida que atendiera no solo el aspecto económico, sino la cultura y la educación -esto siguiendo el espíritu del Manifiesto-Programa, muy limitado en sus aspiraciones con respecto a las estructuras básicas del sistema. Afirmaban que no se buscaba una conciliación de clases “en un pueblo donde todas las clases son, por igual, menesterosas y donde lo urgente es crear una fuerte cohesión social.”30

Para poder efectuar la renovación el ABC consideraba necesario preparar el terreno. De esta forma plantearon la imposibilidad de eliminar el capital extranjero sin haber creado el capital cubano y sus defensas permanentes. Estimaban imposible crear un estado de justicia social sin preparar de antemano “(…) núcleos de patronos y de obreros dispuestos a armonizar sus intereses dentro del interés general de la nación (…).”31

Para el ABC, a comienzos de 1933 ya la lucha entre Machado y la oposición había llegado a un “impasse”, con un escenario caracterizado por el enfrentamiento “entre dos impotencias”. En estas circunstancias llegó Welles a Cuba. Acababa de cambiar el gobierno en los Estados Unidos y se diseñaba la concepción de las relaciones interamericanas que había de fraguar más tarde en la política del Buen Vecino. Por ende, para el ABC la política americana no representaba un peligro, en tanto se proponía obviar el camino de la intervención -de acuerdo con la Enmienda Platt, aún vigente-, que hubiera tendido sobre el Gobierno de Estados Unidos responsabilidades que en ese momento les convenía evitar. Esas fueron las razones por las que el ABC explicaba que, aunque “receloso de las posibles consecuencias” que esto le podría traer a su imagen pública ante el pueblo y el resto de la oposición, vio una posibilidad en la Mediación de restablecer la paz, según exponían en junio de 1933 en las páginas de su órgano, Denuncia.32

Jorge Mañach, miembro prominente del ABC, tuvo que lidiar, desde su participación en la Mediación, con acusaciones que empañaron su prestigio y su accionar en la esfera pública cubana, sobre todo en lo relativo al quehacer político. Si nos remitimos a sus valoraciones con respecto a la Mediación, observamos una coincidencia casi absoluta con la documentación abecedaria de la época. En ella vio, entre otras cosas, el camino para dar al traste con la dictadura.

“Es cierto (…) -expresó en 1934- que aceptar la Mediación fue un acto de desviación de la línea revolucionaria pura. Lo ideal hubiera sido hacer una insurrección general y decisiva contra la Tiranía. Pero eso era lo ideal. La realidad, en cambio, nos empujaba a acabar pronto con aquello, fuera como fuera (…).”33

Para Mañach, el ABC había incurrido en una actitud ingenua cuando dio crédito a la velada amenaza intervencionista. En su percepción del proceso histórico cubano en el contexto republicano aparece la idea de que una intervención estaba siempre latente, por lo que la Mediación, vista de ese modo, resultó a sus ojos preferible. Así lo explica en una carta escrita en Nueva York en agosto de 1935, añadiendo que se sentían “(…) con la aptitud y la energía necesarias para una vez que ella nos hubiera ayudado a remover a Machado (…) restablecer en el país un ambiente de libre determinación popular (…)”.34

Las valoraciones más completas e interesantes de Mañach sobre la Mediación las hallamos en escritos ya alejados en el tiempo de esos sucesos. En la década del 40, por ejemplo, se recogieron varias discusiones referidas al tema.35 A esas alturas, Mañach estaba convencido de que en Cuba detestaban la Mediación las fuerzas que quisieron la continuidad de Machado en el poder, los revolucionarios como Raúl Roa e incluso los propios Estados Unidos.36 Lo cierto es que él continuó considerando la Mediación sumamente importante en el derrocamiento de Machado,37 al contrario de lo que afirma Roa en su trabajo titulado “12 de agosto”, cuando asegura que el ABC, al percatarse de que los acontecimientos habían desbordado la Mediación, se puso a la cabeza de las masas populares en lucha implacable contra la dirección comunista. “(…) Sólo le importa ahora, como antes, el usufructo del poder (…).”38

La importancia de la Mediación para poner fin a la dictadura, la liberación de los presos políticos y la devolución de las garantías constitucionales, entre otros aspectos, constituye lo que Mañach señala como más positivo dentro de aquel suceso, negando rotundamente la posibilidad de una interpretación que pudiera indicar que a virtud de ella se avinieron al imperialismo yanqui. Siempre partió del supuesto de que la Mediación, al contrario, resultó la primera forma histórica y explícita de la renuncia de los Estados Unidos a su derecho oficial de intervención.39

Desde esta misma perspectiva, Mañach consideraba la derrota de Machado como el inicio de una nueva época en la República. A través de la Universidad del Aire40 expresaba que en Cuba había ocurrido una revolución, “(…) acaso la primera revolución auténtica de nuestra historia (…).”41 Para Mañach significaba la aspiración de poner en marcha un nuevo programa de vida colectiva que tuviera como signo fundamental la posibilidad de que varias fuerzas pudieran participar, ya que la revolución había sido obra de todos.42 En uno de sus trabajos sobre el militarismo en Cuba sostiene esas tesis, al expresar que el 12 de agosto había marcado la culminación del movimiento de rectificación nacional comenzado en 1930, para adentrarse en una etapa de realizaciones políticas. De estas mismas páginas sale la idea de Mañach sobre lo que la generación del 30 -esa que participó activamente en el derrocamiento de Machado- pudo hacer y no hizo por enfrentarse al Gobierno, en vez de aliarse con él para la realización de un programa nacional.43

El gobierno de Céspedes significó para Mañach una especie de puente entre la vida cubana bajo una dictadura y la posibilidad de, una vez alcanzado el poder, realizar la renovación que Cuba necesitaba. Cuando le reprocharon el hecho de que una fuerza llamada a transformar las bases del desarrollo nacional se solidarizase con el “(…) gobierno mentiroso y constitucionalizado del Presidente Céspedes”,44 respondió que, en primer lugar, él no había aprobado la opción Céspedes, sino que votó en contra. “(…) Pero no se trata de justificarme yo, sino de justificar al ABC. Y el ABC, otra vez, se justifica de aquel mal paso por lo empinado y escabroso del camino que frente a Cuba se abría (…)”.45 Además, consideraba que la “perversión entreguista”, que más tarde sufrió el proceso de relaciones con los Estados Unidos, no alcanzaba a la Mediación misma, ni fue necesariamente el resultado de ella.

En su interpretación de los hechos, el ABC había contribuido a levantar, contra un caos posible, aquel “gobierno de pacotilla”, del cual pensaba podía surgir el edificio de una Cuba nueva. No obstante,

(…) ya el ABC había descubierto la irremediabilidad de la pacotilla y ya estaba a punto de salir del Gobierno de Céspedes –como salió, después, del de Mendieta- cuando sobrevino “el hecho inesperado y sorprendente del 4 de Septiembre”. De manera que si no nos incorporamos a “la Revolución Auténtica”, no fue, (…), por quedarnos “en las mallas de un régimen cargado de traicionero continuismo”. Fue más bien porque lo “auténtico” no nos pareció auténtico.46

También destaca que, a las dos o tres semanas, el ABC le había sometido al Presidente Céspedes un memorándum en que, con caracteres de ultimátum, le advertía que se iría del Gobierno si no se implantaba, sin más demoras, una “línea revolucionaria”. Más aún, atestigua que Batista, con semanas de anterioridad al cuatro de septiembre, le había ofrecido al ABC -por mediación de Manuel Martí- el golpe que los sargentos ya tramaban, que este rechazó sin considerar siquiera necesario informar oficialmente al organismo superior abeceísta.

Al asumir la presidencia Grau San Martín, a pesar de ser un médico sin ejecutoria política apreciable, Mañach percibe un cambio en la actitud del gobierno, al estar este animado por Guiteras, a quien él siempre vio como un revolucionario sincero que procedió resueltamente a satisfacer algunas de las demandas más insistentes y características del nacionalismo revolucionario. Mañach interpretó el Gobierno de los Cien Días, en términos de lucha, entre dos elementos por naturaleza disímiles: la civilidad revolucionaria y la fuerza militar de clases y soldados que habían desplazado a su propia oficialidad. La primera, de composición mayormente juvenil -los estudiantes universitarios desempeñaron en ella un papel principalísimo-, era caracterizada como entusiasta e imperante, como una fuerza que tendía a realizaciones revolucionarias aceleradas y radicales, ya que tenía “(…) todos los fervores, iluminaciones y excesos de las izquierdas nuevas, en que la tradición romántica se conjugaba con radicalismo social”.47 Frente a esta, percibía a una clase militar alzada, de origen popular, “(…) pero supersticiosamente respetuosa todavía de los “poderes” mayores, y habituada al ordenalismo”,48 a la que acudieron en busca de protección las fuerzas conservadoras tradicionales y los residuos de los viejos partidos cuando la revolución “septembrista” tomó rumbos demasiado amenazadores para sus intereses.

A partir de aquí comenzarían las denuncias de Mañach al militarismo que se había desencadenado en Cuba y que contribuyó al derrocamiento del personal político nuevo -gobierno de Céspedes-, cosa que volvería a repetirse en el gobierno auténtico, hasta llegar el de Mendieta, en el que jugó un papel esencial en la derrota del poder civil. Afirmaba que el Ejército había asumido la forma de dictadura indirecta, concretándose en la figura de Batista. El Ejército, por su colaboración con el régimen de Machado, se había sentido sancionable al caer el tirano, causa primera, a su juicio, que condujo al cuartelazo del 4 de septiembre. Entonces consideraba que esa “revolución” de Batista no fue en rigor más que un aprovechamiento de la general indisciplina castrense para hacer a los oficiales cabeza de turco y exonerar al resto del Ejército, convirtiendo en coroneles a los sargentos y en tenientes a los coroneles más eficaces en la represión machadista, a lo que contribuyeron, además, lo que denominaba “elementos civiles flotantes de la Revolución”.49

El ABC fue una de las fuerzas que más se opuso al Gobierno de los Cien Días, participando incluso de forma directa en los sucesos del Hotel Nacional en octubre del 33, y en los sucesos de Atarés en noviembre del propio año.50 Desde el principio habían declarado no poder prestarle su apoyo a un gobierno derivado del 4 de Septiembre porque, si bien estaba integrado principalmente por elementos desvinculados de la vieja política y destacados en la lucha contra la tiranía, asumió el poder en condiciones tales que permitieron descubrir en eguida su espíritu destructivo y su falta de sentido de la realidad histórica de Cuba.51

En principio, declaraban que todas las medidas favorables al obrero que dictó el Gobierno de Grau San Martín estaban inspiradas en el programa del ABC, principalmente la Ley del 50%. A su juicio, el gobierno se había equivocado en los métodos y en la oportunidad de implantar esas medidas, ya que había perjudicado a muchos obreros y, sobre todo, “(…) demoró la solución de fondo, que consistía en garantizar los ingresos nacionales. No tenía representación para hacerlo, y por eso el ABC no pudo apoyar aquel Gobierno, que contribuyó a aumentar la miseria general del país”.52

Del mismo modo, anunciaban en las páginas de Denuncia que Grau San Martín no representaba más que a unos cuantos amigos y al Ejército que no tenía voto político. Para ellos, en cambio, Mendieta sí contaba con un evidente apoyo nacional. El apoyo y participación del ABC en el gobierno de Mendieta -que había contado con la intervención del Ejército- fue explicado en términos según los cuales, en este caso, el cuerpo armado había respondido “al interés y a las demandas de la Nación.53 En estas circunstancias, el ABC no tuvo inconveniente en ir al Gobierno de Concentración, alegando que, no obstante la imposibilidad de realizar su programa, sí podrían contribuir a satisfacer la necesidad urgente de estabilidad que, a su vez, permitiera alcanzar ventajas como la fijación de la cuota azucarera, la derogación de la Enmienda Platt y la revisión del Tratado de Reciprocidad.

Esta situación, según Mañach, condicionó la decisión del ABC de entrar a formar parte del Gobierno de Concentración, a pesar de su vinculación con los viejos políticos y con Batista. En varias ocasiones afirma que había sido parte de un esfuerzo desesperado del ABC por encontrar la salida. En su visión de los hechos, Cuba se arruinaba psicológica, social y económicamente y se destruía la posibilidad misma de la revolución futura debido al caudillismo que cada vez cobraba más prestigio. Para Mañach la situación no daba para más de dos posibilidades. Como gobierno provisional, el del coronel Mendieta tenía ante sí dos alternativas al llegar al poder: “(…) O se disponía a ser un gobierno de espíritu franca y decididamente renovador; un gobierno revolucionario, (…) o, por el contrario, optaba por ser un mero depositario del poder sin fines trascendentes de ninguna clase”.54 Afirmaba que, mientras formó parte del Gobierno de Concentración, el ABC agotó todos los esfuerzos por orientar al Gobierno en el primer sentido, y hasta llegó a comprometerlo a ello, pero que “(…) el Coronel y su mayoría de viejos políticos se pronunciaron por un humilde provisionalato de fines meramente administrativos y electorales”.55

A diferencia del breve período de gobierno de Céspedes, la afiliación del ABC al de Caffery-Batista-Mendieta llevó a Mañach a ocupar una responsabilidad de importancia como Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, puesto en el que tuvo que enfrentar la complejidad de la situación política. A su conversión en Secretaría de Educación, que ocurre en esos momentos, respondió una reorganización que da nacimiento a la Dirección de Cultura, concebida ya no como mero centro de vigilancia de la instrucción pública, sino como foco de estimulación cultural. Desde esa función, Mañach propuso la estimulación de la actividad cultural libre para que no dependiese exclusivamente de los servicios educacionales del Estado. Además, cabe destacar su empeño en fortalecer la edición de libros y folletos para ponerlos al alcance de todos. En una carta a Alejo Carpentier contaba que había recibido un presupuesto de 6 millones y lo había elevado a más de 10, pero que no había tenido tiempo de hacer todo lo que hubiera querido, al sobrevenir la separación del ABC del gobierno.56

Durante el breve tiempo que ocupa esa Secretaría Mañach recibe, a través de la prensa escrita, una avalancha de críticas cargada de reclamos de renuncia. Entre los episodios más controvertidos de este momento de su vida se hallan algunos vinculados a la represión del movimiento estudiantil. Al reproche de que cuando era Secretario de Educación el Ejército ametralló en las calles de La Habana y en el interior del país, y que él apoyó esos actos, Mañach opuso siempre argumentos dirigidos a descargar su responsabilidad.

Así, en relación a los enfrentamientos reiterados de las tropas del teniente Powell con estudiantes en Camagüey, manifestó que reaccionó exigiéndole a Batista el traslado del oficial, lo que fue efectivamente decretado. En otra ocasión, con respecto al asalto por parte del Ejército al Instituto de La Habana el 3 de mayo de 1934, brinda una versión de los hechos donde “(…) los estudiantes, recordando aquel jueguito infantil (…) “A tapar la calle, que no pase nadie (…)” sacaron los bancos a la vía pública. La fuerza se opuso. Se canjearon vociferaciones, insultos. Hubo al fin tiros y muertos”.57 Alega que esa misma tarde tuvo una reunión con los estudiantes del Instituto en la Jefatura de Policía, junto con el Secretario de Gobernación, en la que exigían que Pedraza retirase la tropa,

(…) y por la noche, en una entrevista con el Presidente y con Batista, les expuse mi convicción de que la fuerza pública se había excedido y sometí al Jefe del Ejército un memorándum indicando las medidas de consideración y de prudencia que debían ponerse en práctica en casos de algaradas estudiantiles. Pedí que solo la policía interviniera en ellas, que no fuese provista de arma larga; que no disparase más que para repeler agresiones por arma de fuego y que no invadiese nunca los planteles… que se retirase la tropa del Instituto y que se mantuviese al Doctor Aragón en la dirección del mismo. Batista (…) accedió a todas las peticiones (…).58

En este caso específico, sin embargo, Mañach oficialmente justificó la actuación del Ejército ante una circunstancia en la cual se le había planteado una situación de violencia o amenaza.59 El periódico Línea, denunciando la agresión a los estudiantes del Instituto, la calificó como el más repugnante de los asesinatos realizados por el gobierno de Caffery-Batista-Mendieta. En esta ocasión el nombre de Jorge Mañach aparecía en primera plana, declarado como el autor intelectual de los hechos en complicidad con Pedraza,60 algo que toda su vida negó rotundamente.

A la postre, el ABC también derivó hacia la oposición al gobierno de Mendieta. Entre las causas que se argumentaron para la separación del gobierno estaban las referidas a la represión que se tornó práctica usual, desatendiendo los intereses y las ansias populares. Para ellos, el Gobierno debió reprimir a todo trance el terrorismo e imponerle al comunismo un cauce legal para que no perturbara el proceso de la producción, del cual dependía el país para su rehabilitación económica. Afirmaban que, lejos de ello, la actitud del Gobierno hacia el comunismo había sido de una tolerancia y una despreocupación totales, “(…) permitiéndose que la agitación instigada por Moscou, “saboteara” y (…) paralizara las actividades económicas (…).”61

En conclusión, para el ABC el Gobierno de Concentración había derivado a la violencia terrorista y finalmente, “(…) a la abominable massacre de los hombres y mujeres del ABC el 17 de junio”. Precisamente los acontecimientos de esa fecha, relacionados con la llamada Concentración Abecedaria, determinaron la ruptura definitiva con el gobierno. No obstante, y con independencia de los criterios que manejó la organización, la conflictividad de los sucesos rebasó los marcos de la relación con el gobierno por las connotaciones que alcanzó en la coyuntura política del momento. En efecto, al ser percibida como un intento del ABC para hacerse del poder mediante un golpe de mano de corte fascista, la convocatoria generó una fuerte movilización liderada por la CNOC y los comunistas, que tuvo como resultado la disolución violenta de la concentración.62

La llamada Concentración Abecedaria causó las mayores repulsas que jamás había experimentado la organización. Por ejemplo, la CNOC declaraba que, además, la ofensiva desplegada por el proletariado, produjo una agudización de las contradicciones que existían en el campo de los grupos políticos de las clases dominantes, que provocó que Mendieta y Batista, “cómplices de todos los crímenes del ABC”, les negaran a las “camisas verdes” las medidas que solicitaron, tendientes a formar un círculo de hierro alrededor de la Concentración, “(…) y trataron de conquistar nuevas posiciones gubernamentales apoyándose en el odio popular contra el ABC, lo cual ha motivado una crisis gubernamental y la retirada del ABC del Gobierno, agudizando la lucha de rapiña por el botín presupuestal (…)”.63

Por otro lado, desde las páginas de Línea, el AIE lanzaba acusaciones que caracterizaban la Concentración como “(…) el intento frustrado del fascismo “cubanelesco”, para fortalecer sus filas y basificar su lucha hacia la toma completa del Poder (…).”64 Denunciaban que la Célula Directriz del ABC se alejaba cada vez más del Manifiesto-Programa, que había pactado con el “Sargento-Coronel”, que se entregaba al imperialismo del Norte y que atacaba al estudiantado y a todas las masas laboriosas.

En una contralectura del carácter que se adjudicaba a estas fuerzas por sus relaciones con el gobierno, aún antes de los hechos del 17 de junio, el ABC presentó un Memorándum en el cual se expresaba:

(…), era evidente que el fracaso del Gobierno estaba recayendo también sobre el ABC, no obstante los esfuerzos constantes de este para evitarlo. El hecho de que las Secretarías de Hacienda, de Educación y de Justicia eran las más movidas y tal vez las más destacadas ante la opinión pública por la índole de sus problemas, creaba en el país la impresión de que el ABC llevaba al Gobierno, siendo así que el ABC nunca encontró en el Gabinete más que una cooperación vacilante y a menudo una resistencia pasiva.65

Lo cierto es que durante el gobierno de Concentración tampoco la oposición descansó. Las huelgas constantes, la creación de nuevas organizaciones y el papel fundamental que en todo ello jugó Antonio Guiteras66 fortalecieron la lucha popular. Para 1935 se establecía un frente único de lucha, cuando aunaron fuerzas el CHEU (Comité de Huelga Estudiantil Universitario), el movimiento obrero y el PC.

El ABC, por su parte, también se manifestó públicamente en el movimiento huelguístico de marzo. Declaró su solidaridad con este, sin mezclarse “con elementos extraños a los problemas cubanos”, por entender que era un medio legítimo y honrado de exponer y manifestar sus sentimientos de condena sobre los actos que se habían venido realizando. De igual forma condena la represión del movimiento por el Gobierno y reprochan el poder militar.

Por esos días Línea insistía en que la posición de los partidos políticos de la oposición -Auténticos, Joven Cuba y ABC- contribuyó a fomentar con su propaganda en el pueblo el odio a la dictadura militar y en un principio propició la huelga, pero cuando esta se produjo y tomó mayor fuerza, “(…) entonces que era cuando había que apoyarla hasta sus últimas consecuencias, se cruzaron de brazos y no pusieron a contribución de ella los materiales de lucha con que contaban.”67 Para ellos, tal actitud había contribuido a la derrota de la huelga y, por consiguiente, a la continuación de la dictadura militar en el poder. Por otro lado, destaca que otra de las causas del fracaso había sido la precipitación, recayendo nuevamente la responsabilidad en el ABC, “(…) lo que hizo que no hubiese tiempo suficiente para organizarla a base de comités de huelga en los lugares de trabajadores y fuertes piquetes de choque que suplieran con la organización la carencia de armamento (…).”68 Lo cierto es que, efectivamente, la huelga fracasó y, en confluencia con la muerte de Antonio Guiteras, se cerraba en lo fundamental el ciclo revolucionario.

Derivando el pensamiento

A modo de esbozo se han planteado algunas de las interpretaciones que Jorge Mañach diera sobre su actividad pública y la del ABC en este período. En ellas, evidentemente, se refleja la perentoriedad de la confrontación política. También es evidente que la ambigüedad y las contradicciones inherentes a la actuación de una organización como el ABC, colocada en el mismo centro de los conflictos, no pudo dejar de reflejarse en quien era, al mismo tiempo, uno de sus principales ideólogos y uno de sus principales dirigentes. No obstante, los numerosos escritos y cartas de la época son reveladores de la proyección de un pensamiento que continuó readecuándose a las circunstancias a partir de su anterior evolución en el seno del Vanguardismo. Por esa razón, resulta necesario valorar con más profundidad algunos de los aspectos que pudieran resultar de interés en esta dirección.

Desde el primer momento en que Mañach y el ABC entran a jugar un papel rector en el proceso mediatorio, se estaba ya esbozando la línea que defendería como miembro tutelar del ABC. Si nos remontamos al año 33, partiendo del supuesto básico que fue el año donde la crisis que envolvía la República llegó a su punto máximo, vemos que ya se planteaban –al menos en teoría- los proyectos más coherentes en torno a las perspectivas de una revolución social en Cuba. En este contexto, lo primero que habría que constatar es que, entre 1928 y 1935, se consolidan en Mañach los presupuestos que distancian su pensamiento de la interpretación marxista de la sociedad, con puntos neurálgicos en la concepción de la lucha de clases y de la propia revolución.

Para él, la posibilidad de un gobierno revolucionario, capaz de llevar adelante transformaciones relativamente profundas, se planteaba obviando una solución en términos de clases, piedra angular en la concepción del movimiento comunista. Tal opción era “absurdamente prematura”, suponiendo que alguna vez fuera lógica para él. Su representación de un gobierno con cubanos de todas las clases en servicio de Cuba -que a un nivel de lectura nada tendenciosa parece remitir a la idea martiana de la república “con todos y para el bien de todos”- contenía dos importantísimos componentes de exclusión. El primero, la incompatibilidad con un gobierno -dictadura- del proletariado -o de las masas obreras y campesinas- es coherente con su ideal de solidaridad y armonía social; el segundo, que puede parecer paradójico y se articula a su concepción de las minorías, se refiere a la incapacidad de esas propias masas obreras y campesinas para ser incluidas en un “Gobierno Integral de servicio integral”, en un país atrasado en su evolución industrial y agrícola.

Desde otro ángulo, siempre creyó que el esfuerzo material del obrero era parte esencial de la sociedad; pero no que era toda la energía social.69

Existen otras fuerzas creadoras, procedentes de la razón, de la imaginación o del instinto, que contribuyen también a la vida colectiva y que reclaman su protección y su participación en ella. Cada una de estas fuerzas, cada una de las porciones sociales que la representan -los productores, los gestores, los profesionales, los distribuidores, los intelectuales, etc.-, tienen su propia ambición, su propio grado de madurez y su movimiento peculiar de superación. Estos son los “ritmos parciales” que, sumados, forman el ritmo histórico general. El Estado que apetecemos no es el Estado de clase única, sino aquel que sepa engranar todos esos intereses vitales en una sola gran disciplina.70

Entre las negaciones resulta llamativa la de la propia existencia en Cuba de una burguesía, al reconocer la presencia de un grupo de cubanos acomodados que solo respondían a un interés individual o estaban al servicio de los intereses extranjeros. Por tanto, su misión se reducía a una función distribuidora de una riqueza ajena. A su juicio, todos los cubanos eran proletarios del Norte.71 Consecuentemente, siempre negó que el ABC fuera una organización de la burguesía, adjudicándole una composición integral que agrupaba a todos los cubanos. Aquí también vale la pena citar la respuesta que le diera al ex abecedario Carlos Felipe Armenteros:

Al concertar tú lo que, a tu juicio, debiera haber sido la política del ABC, afirmas que éste “debió virarse a recoger y canalizar las ansias de las capas populares y muy especialmente de las clases trabajadoras que despuntaban en Cuba después del sangriento letargo del Machadato? Y otra vez cabe preguntarte: ¿Cuáles son las “clases trabajadoras”? Los miles y miles de cubanos de todas las porciones sociales que en el ABC militan por conquistar para su esfuerzo, para su trabajo, un rendimiento adecuado de seguridad ¿no son trabajadores, no representan “la entraña total” de Cuba? 72

La solución la veía no en el monopolio de unos o de otros, ni tampoco en el dualismo de “trabajo” organizado frente a “capital” organizado, sino en una multiplicación de las organizaciones de clase que respondiera a la diversidad de las actividades productivas y accesorias que -dentro de su ideal de nación- el conglomerado social necesitaba. De ahí derivaba la concepción abecedaria de un Senado Corporativo, llamado a ser un organismo representativo de toda la variada actividad del país que se esforzó por deslindar de sus similitudes con la terminología del fascismo italiano.73 Mañach consideraba que no existía razón para otorgarle a algunas clases el título de “trabajadoras” y negárselo a otras. En su lógica de pensamiento, todas las clases debían organizarse para la acción defensiva que a cada cual correspondiese y articularse entre sí. De ahí que propugnara a toda costa una “democracia funcional” como única vía de cohesión social.

En todo esto entra a jugar un papel determinante su concepción de las minorías revolucionarias, objeto además casi constante de críticas. Excelentes ejemplos de esto son las réplicas “Reacción versus revolución: Carta a Jorge Mañach” y “A Jorge Mañach, por vía directa”, que Roa escribió en respuesta a artículos publicados por Mañach. En su carta a Jorge Mañach, Roa subraya: “al tú aceptar categóricamente la existencia de minorías revolucionarias al margen, o por encima de la lucha de clases, estás incurriendo en flagrante confusionismo político (…).”Se trata aquí de la confrontación de concepciones contrapuestas en su esencia. En nuestra opinión, la mayor debilidad de la posición de Mañach consiste no en la afirmación de la existencia de las llamadas minorías revolucionarias, sino en el hecho de descontextualizarlas de la conflictividad social generada por el ordenamiento capitalista de la sociedad. A pesar de ello, es necesario reconocer que ese, y no otro, es el enfoque coherente con su posicionamiento teórico, toda vez que la lucha de clases no es una categoría integrada a la lógica de un pensamiento para el que los principios de solidaridad e integración -como se ha visto- son no solo esenciales, sino que por fuerza requieren obviar, para ser funcionales, las más agudas causas de fraccionamiento del cuerpo social.

La contradicción inherente a esta concepción ha sido ya percibida por Jorge Luis Arcos quien, reconociéndole una cierta comprensión del peso de las estructuras económicas, políticas y sociales en la incompleta formación nacional cubana, se pregunta cómo pensaba conciliar Mañach una república sin todos estos lastres, una república independiente, anticolonial, antimperialista, con el imprescindible desarrollo de una industria nacional que generaría la agudización de las contradicciones sociales característica del capitalismo.74 La respuesta estaría en el peso decisivo que Mañach coloca en los factores de orden subjetivo, cultural -pudiera definirse como idealismo, ciertamente-, que permitirían a las minorías históricas erigirse sobre las contradicciones de clase.

De estas tesis precisamente nacen las mayores discrepancias de Mañach con el marxismo. A pesar de que fueron muchas, se pueden traer a colación aquellas que demuestren mejor su actuación y derivación hacia determinadas posturas. La idea fundamental, perfectamente discernible su pensamiento en este sentido, parece ser aquella que se basa en la convicción de que Cuba no había llegado a un grado de evolución suficiente de su economía y de su conciencia cultural y social para que se pudiera entrever por ese rumbo -el comunista- una salida a sus problemas. Dadas esas limitaciones y la urgencia del trance cubano, para él la fórmula de rectificación había que plantearla en función de las posibilidades reales e inmediatas de Cuba.

Para entender a cabalidad esas valoraciones se hace necesario recurrir a una carta de Mañach a Raúl Roa que demuestra perfectamente esa idea. En ella plantea que Cuba está sujeta a limitaciones evidentes del modo y del tiempo revolucionario, que las acciones a realizarse debían tener presente la posibilidad de una transformación por etapas y no por saltos. Él no niega la necesidad de transformar a Cuba, sino que insiste en un tipo de acción que considera más acorde con la realidad objetiva.75 Para los comunistas, e incluso para los revolucionarios burgueses más radicales, el mal de Cuba, derivado de su colonialidad, no se resolvería mientras no se destruyera el imperialismo económico que lo determinaba. Mañach, en cambio, abrigaba la idea de que uno de los modos de frustrar la rectificación posible consistía en un cambio radical. El comunismo, cuyo primer plano de argumentación económico-social consideraba casi invulnerable, parecía dejar fuera un segundo plano de valores espirituales, morales e históricos. En este sentido expresa que, pese a las simpatías que siempre tuvo por sus postulados económico-sociales, la filosofía social del comunismo no tenía nada que ver con lo que él llamaba su filosofía moral.

El ambiente social del capitalismo, en casi todas sus zonas, me repugna profundamente. Tengo aún la fe en el progreso, y creo que el mundo marcha, (…), hacia una mayor cantidad de justicia. Pero yo no me contentaré sino con una justicia que salve, junto a la dignidad y la felicidad de la masa, la dignidad y la felicidad del individuo.76

En todo caso, su problema estribaba en que, según su ideal de nación -mientras no se hubiera concretado la etapa de formación democrática cubana-, el comunismo no medrara al amparo del poder mayoritario nacional, es decir, de la masa, y de la clase media, a su juicio tan explotada esta como aquella. Lo justo, por tanto, sería que se lograra un régimen que fuera capaz de oponer al imperialismo económico una progresiva organización de la economía nacional.

Su postura, ciertamente, evolucionó en esos años hacia planteamientos más álgidos del problema, en la medida que dio más importancia a los factores económicos como propulsores de la evolución y el progreso. Llegó un momento, incluso, en el que consintió en que los problemas de Cuba no se podían solucionar solo salvando la cultura y creando una conciencia nueva. En 1932 escribe:

Aquella era época de ilusiones para todos nosotros (…) Yo mismo creía entonces que mi patria era materia plástica, apta para recibir la impronta de manos honestas. Creía que a mí pudiera depararme el futuro próximo la oportunidad de contribuir a esa formación nacional. No contaba yo entonces con que ya estaban enraizadas en mi país las condiciones del dominio económico norteamericano, y la sujeción interior a ese dominio (…).77

Él no era ajeno a la proyección real de los Estados Unidos hacia América Latina. Sabía que era puro cálculo, y que les convenía que nuestros países no fuesen sólo productores de materias primas, sino también mercados prósperos para el consumo de la producción norteamericana. La clave fundamental, a nuestro juicio, radicaba en que para él la expansión capitalista era inevitable para un país tan poderoso como los Estados Unidos. Por la falta de recursos para desarrollar las posibilidades económicas de Cuba, expresaba que lo más acertado “(…) no es protestar a ciegas contra esa invasión capitalista, sino estudiar los medios de contenerla en los límites justos de su aprovechamiento (…).”78

La idea cardinal en ese sentido parece ser aquella que le concede un mayor peso a la necesidad de lograr una economía diversificada, crear una industria propia y controlar la riqueza y los medios de producción, ya que de ello dependía la consolidación de la soberanía nacional, pero sin alterar las bases del sistema capitalista de producción.

De ahí que en el Manifiesto-Programa del ABC -hechura en buena parte de Mañach- insistiera tanto en que lo principal era crear una economía nacional saludable que acogiera, previendo los límites justos, el capital extranjero. En este sentido, el Estado tenía la misión de ser previsor y protector al estilo del nuevo liberalismo que dejaba atrás la época de “dejar hacer, dejar pasar”. En otra carta a Carlos Felipe Armenteros resalta la idea de que, cuando Cuba nació como República, indudablemente necesitó de esa injerencia estimuladora del capital yanqui, pero que, sin embargo, el error estuvo en no fijar los límites y condiciones de esa injerencia. Para él, la solución hubiera estado en el equilibrio entre la necesidad del estímulo y la necesidad de la defensa. En este sentido, está en desacuerdo con los postulados del comunismo que, a su juicio, condenan toda expansión del capital financiero hacia los países de gran productividad natural.

(…) tú conoces mi convicción de que el capitalismo está superado en tanto en cuanto pretenda seguir ajustándose a las viejas normas individualistas: acepto el capitalismo condicionado por una función de servicio social, con lo cual ya deja mucho de ser “capitalismo”. Pero me parece evidente que Cuba no está todavía en la “coyuntura” histórica (…) de efectuar por sí y ante sí esa conversión del capitalismo individualista en capitalismo socialmente limitado (…).79

Para Mañach la solución estribaba en que el cubano ensayara su propia defensa, su propio nacionalismo económico, aprovechando capitales y mercados ajenos sin merma del bienestar y justicia domésticos. A la vez propugnó un nacionalismo que utilizara la eficacia civilizadora del capital propio o ajeno, insistiendo en la necesidad de un Estado capaz de tutelar la nación contra lo que el capitalismo individualista engendra.80 En la misma contestación a Armenteros alega que los postulados básicos del Manifiesto-Programa respondían perfectamente ese principio.81

Su antimperialismo quedaba ahí donde comenzaba su idea de nación civilizada al estilo democrático. Hay que tener en cuenta que, para Mañach, el primer enemigo no eran los Estados Unidos, sino la élite política cubana y regímenes como el de Machado o cualquier tipo de Estado totalitario, ya fuere comunista o fascista. De ahí que, como apunta Robert Whitney en su libro Estado y Revolución en Cuba, parte de la oposición -en la que se inscribe al ABC- durante el período de la Mediación, vio en la política del Buen Vecino una posibilidad real para que Cuba alcanzase su independencia, condicionando de esta forma su nacionalismo a la presencia de la modernidad cultural y económica que representaba para ellos los Estados Unidos. Esto es totalmente válido para Mañach, quien siempre aseguró que Cuba no estaba preparada para asumir sus propios destinos sin una readecuación profunda de sus valores cívicos. A la vieja usanza: frente a la injerencia yanqui, la virtud doméstica.82

(…) la sujeción interior a ese dominio (norteamericano) (…) colaborando con la herencia colonial y la mala educación política, determinarían el secuestro de la voluntad cubana por una oligarquía política como la que estamos padeciendo. Esta oligarquía a todos -a todos los hombres con alguna visión de nuestros problemas y con alguna aptitud intelectual y moral para abordarlos- nos tiene desplazados (…).83

Mañach siempre convivió con esa contradicción inherente a su tipo de intelectual elitista-nacionalista, que estribaba en insertarse en la modernidad sin perder el sistema de referencias que otorgaba legitimidad al Estado-Nación. De esta forma ponderaba, a veces en demasía, las virtudes de los Estados Unidos y, sin quererlo quizás, minimizaba -como tantos se lo criticaron- el orden neocolonial.

Sus concepciones nada tenían que ver con el antimperialismo de los elementos más radicales dentro de la Revolución que denunciaban las relaciones casi feudales de propiedad y de trabajo en manos norteamericanas, el otorgamiento del crédito a los Estados Unidos y, en definitiva, la precariedad y miseria en que vivía el cubano. Precisamente en estas tesis estribaba su comprensión errada de la urgencia de cambios en la Cuba republicana, sumergida en un contexto donde había realmente mucho que debatir, en particular, sobre el neocolonialismo y las contradicciones claramente identificables del capitalismo y donde las movilizaciones populares eran más intensas que nunca antes.

Puede afirmarse que la consigna del momento histórico se le presentaba a Mañach de la siguiente forma: orientar el hecho revolucionario hacia la integración de un Estado que protegiera los intereses de la totalidad del pueblo, en donde el poder político residiera en las mayorías sociales -si bien orientadas y dirigidas por las minorías- y la búsqueda de una economía de fines sociales reglamentada o, lo que es lo mismo, la intervención rectora y arbitral del Estado. Siempre negó la posibilidad de establecer en Cuba un estado “totalitario”, ni de obreros, ni de campesinos, ni de ninguna clase por sí misma, potenciando más bien el Estado democrático funcional y ajustado a las posibilidades y limitaciones de la realidad.

Todo lo expuesto anteriormente explica en buena medida su concepción de una revolución en Cuba. ¿A qué se refería Mañach cuando hablaba de revolución? En primer lugar, para Mañach la revolución es un concepto relativo. Se le presentaba como un cambio político-social que no incluía los postulados de la revolución internacional, aplicables simultáneamente en todas partes. A esa relatividad esencial de toda revolución viable responde aquella frase de Martí -que con tanto anhelo utilizó Mañach- de que toda revolución necesita “freno y caldera”. Para él no se era menos, sino más revolucionario, cuando se percibía y se acataba esa limitación, “(…) Por haberla percibido y acatado siempre en Cuba, se ha visto tachado superficialmente el ABC de tibio revolucionarismo, y hasta de reaccionarismo”.84 Esa revolución posible, en su concepción, se resumía en la necesidad de un cambio integral en la vida pública cubana. Tal y como él la concibió, no se trataba de subvertir las estructuras del país, sino de darle estructura a una vida pública informe, es decir, darle a la República un Estado, establecer una organicidad económica en un país sujeto a una economía adventicia y poner intención nacional donde todo era residuo de colonia. Igualmente, Mañach siempre recalcó la necesidad de crear costumbres, ritmos y normas de vida pública.

Otra cuestión de indudable interés sería sin dudas la de las causas a las que atribuyó Mañach el fracaso del proceso revolucionario, habida cuenta de que, para él, lo único positivo que quedó de ese sueño fue la Constitución de 1940; de ahí que ubicara precisamente en ese momento el cierre del ciclo revolucionario. Pero la mayor parte de esa reflexión se produce años más tarde y la consideramos fuera de los objetivos de este trabajo, en tanto se ubica en un momento diferente de su evolución intelectual y de su accionar en la esfera pública. No obstante, es posible señalar ya aquí que el primer lugar entre esas causas apunta a la falta de cohesión en el ideal revolucionario, invocada en 1946 en una frase incluso coloquial: “(…) cada grupito de revolucionarios se sintió poseedor de un matiz doctrinal propio, y creyó justificado invocarlo para hacer tienda aparte con él.”85

Por último, es necesario -con plena conciencia del riesgo- intentar una caracterización global del pensamiento político-social de Mañach, al menos para la etapa que se ha abordado. Aunque en la actualidad es posible constatar posiciones diversas en relación con su personalidad y su pensamiento, no por ello ha perdido fuerza la visión historiográfica que se mueve en un plano que no da pie a matices. Lamentablemente, sus conclusiones en ocasiones se estructuran, no a partir del estudio profundo de la propia figura, sino de la relación que se deriva de su pertenencia al ABC. Se nos presentan, de ese modo, tesis que reproducen la imagen del ABC como una fuerza de ultraderecha, reaccionaria o contrarrevolucionaria, proimperialista, dejando a su vez sin escapatoria la compleja personalidad de Mañach.86

A contrapelo de las posiciones extremas -las que lo exaltan y las que lo denigran- Mañach se puede ubicar entre un conservadurismo estructural y un liberalismo político de nuevo corte. Conservador en esencia de las estructuras económicas y políticas, su pensamiento se orientó hacia la alteración de sus funciones. El conservadurismo cubano, en general, no se expresó tanto en las opciones de tipo político como en las de tipo económico. No intentó cambiar los mecanismos tradicionales para determinar el poder público, pero sí el modo en que operaban; tampoco alterar la base económica capitalista, pero si socializarla y, sobre todo, darle cimiento, estabilidad e independencia a nuestra economía, redimiéndola de su precariedad y colonialidad. Su postura siempre coincidió con un relativismo o un posibilismo renovador que, por considerarlo ineludible para la sustanciación verdadera de la nación, nunca derivó a posiciones más radicales. Dentro del proceso revolucionario fue de los moderados, pero entre los moderados fue portador del pensamiento -y del proyecto- nacional reformista tal vez más coherente del momento.

Notas

1 El cambio comienza a constatarse a partir de la reedición de Martí, el apóstol (Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1990) y de un grupo de escritos recopilados por Jorge Luis Arcos bajo el título de Ensayos (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1999). A partir de ese momento y hasta el presente, un grupo de autores cubanos -además de Arcos puede mencionarse a Rafael Rojas, Salvador Arias, Marta Lesmes, Jorge Domingo y Félix Julio Alfonso López, entre otros- ha delineado una tendencia al rescate de la obra Mañach y su contribución a nuestra historia intelectual. Estas iniciativas se vieron coronadas en cierto sentido con la publicación en 2003 de Mañach o la República, de Duanel Díaz (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2003) y más recientemente con Más allá del mito. Jorge Mañach y la Revolución cubana, de Rigoberto Segreo y Margarita Segura (Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2012).

2 Las limitaciones de espacio impiden extenderse en el análisis del complejo fenómeno del vanguardismo y el minorismo en Cuba. Para profundizar al respecto, ver entre otros textos: Cairo Ballester, Ana: El Grupo Minorista y su tiempo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1978; Manzoni, Celina: Un dilema cubano. Nacionalismo y vanguardia, Fondo Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2001; Lesmes, Marta: Revista de Avance o el delirio de originalidad americana, Casa Editora Abril, La Habana, 1996; Roig de Leuchsenring, Emilio: El Grupo minorista de intelectuales y artistas habaneros, Oficina del historiador de la Ciudad de La Habana, 1964.

3 Esta segunda tendencia derivó hacia una línea insurreccional capitalizada por Mario García Menocal y Carlos Mendieta, con un final aparatoso en el descalabro de Río Verde en agosto de 1931. Para más detalle ver López Civeira, Francisca: Cuba entre 1899 y 1959. Seis décadas de historia, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2007, pp. 40-132; Cabrera, Olga: Guiteras, la época, el hombre, Editorial Arte y Literatura, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1974, pp. 133-154; Tabares del Real, José A.: Guiteras, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1990, pp. 86-105.

4 Años después el propio Mañach reconocía lo que calificaba como “error juvenil”. Ver Mañach, Jorge: “Segunda réplica a Rodríguez”, en Bohemia, Año 43, no.41, 14 de octubre de 1951, p. 65.

5 Ver, entre otros: Mañach, Jorge: “Revolución en Cuba”, en Pasado Vigente, Editorial Trópico, La Habana, 1939, pp. 234-253; “Cordialidad sin comillas”, en Ibídem, pp. 79-82; “Ante la Revolución”, en Cuadernos de la Universidad del Aire. Civilización Contemporánea. Curso II, Mayo a octubre de 1933, Editorial Minerva, La Habana, 1933, pp. 265-268.

6 Mañach, Jorge: “Las bardas del jardín de Cándido (Respuesta a Álvarez del Real)”, en Bohemia, año 42, no. 26, 25 de junio de 1950, p. 69; “Presente y futuro”, en Cuadernos de la Universidad del AireCivilización Contemporánea. Curso II, Mayo a octubre de 1933, Editorial Minerva, La Habana, 1933, pp. 597-603.

7 ___________: “El anhelo presente”, en Pasado Vigente, Ed cit., pp. 75-78.

8____________: “La apología obligada”, en Acción, época 1, año 1, no. XXIX, 11 de septiembre de 1934, p. 8.

9 ­­­­­­­­­­­­­____________: “Camino. de la Renovación”, en Pasado Vigente, Ed cit., p.152.

10_____________:“Ante la Revolución”, en Cuadernos de la Universidad del Aire. Civilización ContemporáneaSegundo Curso, Mayo a octubre de 1933, Editorial Minerva, La Habana, 1933, pp. 265-268; “Revolución en Cuba”, en Pasado Vigente, Ed cit., p. 251.

11 ____________: “Por una renovación integradora”, en Pasado Vigente, Ed cit., pp. 52-62.

12 Manifiesto Programa de 1932 y otros documentos básicos, Editorial Cenit, La Habana, 1942, pp. 1-37.

13 Martínez Villena, Rubén: “Desnudando al ABC. Qué significa la transformación del ABC y cuál es el propósito de su maniobra política”, en Pichardo, Hortensia: Documentos para la historia de Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, p. 525.

14 Manifiesto Programa de 1932, pp. 31-32 o Manifiesto-Programa del ABC y manual del abecedario, Cultural S. A., 1934, p. 33.

15 ­Martínez Villena, Rubén: “Desnudando al ABC…, p. 529.

16 Ibídem, p. 530.

17 Roa, Raúl: La Revolución del 30 se fue a bolina, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p. 358.

18 Para ampliar estos aspectos y otros detalles ver Martínez Villena, Rubén: “Desnudando al ABC…, pp. 523-530; Martínez Villena, Rubén: “Las contradicciones internas del imperialismo yanqui y el alza del movimiento revolucionario”, en Documentos de Cuba Republicana, Instituto Cubano del Libro, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1972, pp. 176-193; Roa, Raúl: El fuego de la semilla en el surco, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1982, pp. 443-467; “Una semilla en un surco de fuego”, en Órbita de Rubén Martínez Villena. Esbozo biográfico de Raúl Roa. Selección y nota final de Roberto Fernández Retamar, Ediciones Unión, La Habana, 1984, pp. 7-73.

19 Ver Tabares del Real, José A.: Op. cit., p. 107 y La Revolución del 30: sus dos últimos años, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, pp. 100-109; Whitney, Robert: Estado y Revolución en Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2010, p. 147; Le Riverend, Julio: La RepúblicaDependencia y Revolución, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, p. 273.

20 Mañach era consciente de ello cuando irónicamente expresaba muchos años después: “(…) Cuando se publicó el Manifiesto-Programa del ABC, que ayudé a pensar y redactar, unos en Cuba lo juzgaron profundamente revolucionario en sentido democrático, los comunistas tacháronlo de fascista e imperializante, y el “New York Times” lo calificaba de “mildy socialistic” –moderadamente socialista- (…) por mi parte, (no) he escrito después, en materia político-social, una sola línea que retrocediese de aquella ideología.” Mañach, Jorge: “Progreso y conservación en nuestra política”, en Bohemia, año 42, no. 53, 31 de diciembre de 1950, p. 41.

21 Mañach, Jorge: “Carta a un heterodoxo. (Quinta Parte)”, en Acción, época 1, año 1, no. XIX, 30 de agosto de 1934, p. 1.

22 ____________: “Hacia una economía cooperativa”, en Denuncia, año 2, no. 13, 29 de julio de 1933, p. 4.

23 “El Directorio Estudiantil de 1930 contra la Mediación”, en Pichardo, Hortensia: Op. cit., p. 568.

24 Roa, Raúl: La Revolución del 30 se fue a bolina, Ed. cit., p. 318.

25 Ver López Civeira, Francisca: Cuba entre…, Ed. Cit., pp. 103-106 y Cuba entre la Reforma y la Revolución, Editorial Félix Varela, La Habana, 2007, pp. 236-248; Whitney, Robert: Estado y Revolución, Ed. Cit., pp. 176-209; Tabares del Real, José A.: “Batista: contrarrevolución y reformismo. 1933-1945”, en Temas. Cultura, ideología y sociedad, Número extraordinario 24-25, enero-junio de 2001, pp. 66-67.

26 En octubre de 1933 el AIE consideraba que “(…) después, con el ritmo acelerado que ha impuesto a la vida moderna el capitalismo, el pueblo de Cuba antes de transcurrir un mes desconfiaba ya de las promesas del ABC (…). Con frases y posturas de “personas decentes” tan admirablemente adoptadas por los lidercillos del ABC no se resolvía el hambre y la miseria de un pueblo sin economía nacional, doblegado a la política económica usurera del capitalismo extranjero. (…) vino el desengaño de las masas trabajadoras del país, y los nuevos lacayos del imperialismo se desprestigiaron debido a su incapacidad para solucionar los problemas de Cuba.” “El AIE frente al ABC, los políticos y el gobierno de Grau San Martín, Carbó y el Partido Nacional Revolucionario”, en Línea, época III, no. 2, 16 de octubre de 1933, p. 3.

27 “Directorio Estudiantil Universitario al pueblo de Cuba”, en Pichardo, Hortensia: Documentos, Ed cit, p. 591.

28 “Boletín No. 1”, en Boletines impresos del ABC, 4 de julio de 1934, ANC, Fondo Emeterio Santovenia, caja fuera I, no. 22.

29 Ibídem.

30 Manifiesto-Programa y otros documentos básicos, Ed. cit., p. 31.

31 “Boletín no.1”, en Boletines impresos del ABC, 4 de julio de 1934, ANC, Fondo Emeterio Santovenia, caja fuera 1, no. 22.

32 “La bandera del ABC”, en Denuncia, año 2, no. 12, 25 de junio de 1933, p. 1. Denuncia surgió en 1932 y se conoce que sus ediciones iniciales eran de 10, 15 o 20 mil ejemplares. Dotó al ABC de un órgano público de expresión y “(…) ayudar a la formación de una conciencia pública contra la tiranía actual y a contrarrestar con sus informaciones la censura que amordaza la prensa diaria (…)”. Ver “¿Cómo se hacía Denuncia?”, en Denuncia, (S.F), p. 2, ANC, Fondo Emeterio Santovenia, leg. fuera 1, no. 19. Entre sus directores contó con Jorge Mañach, Francisco Ichaso y Fernando Sirgo.

33Mañach, Jorge: “Carta a un heterodoxo (Cuarta parte)”, en Acción, época I, año 1, no. XVII, 28 de agosto de 1934, p. 1.

34 “Carta de Mañach a Pocatera” (14 de agosto de 1935), Archivo Literario del Instituto de Literatura y Lingüística José Antonio Portuondo Valdor, Fondo Mañach, no. 1041.

35 Las polémicas respecto a la Mediación alcanzaron las discusiones internas del Senado en 1941. Estas se recogieron en un folleto titulado Mi polémica con el ABC, donde el senador Suárez Rivas hizo pública todas sus acusaciones al ABC, entre las que resaltan las relativas a su actuación en la Mediación. Rivas (liberal) se valió de tantos documentos como habían quedado escritos sobre los sucesos acontecidos desde la llegada de Welles, incluyendo un fragmento de Problemas de la Nueva Cuba, en donde se reconoció a las fuerzas protagonistas de aquel hecho como mediacionistas que iban a gobernar basados en las leyes modificativas de la Constitución que se hicieran en 1928, que habían sido de desagrado para los directores de la revolución. Ver Rivas, Suárez: Mi polémica con el ABC. (s.e.), 1941, pp. 22-23. Mañach en Réplica del ABC (1941), en respuesta a Suárez Rivas, reafirma una vez más todo lo que se ha expuesto con anterioridad.

36 Mañach, Jorge: “Un ángulo de la Mediación”, en Bohemia, año 39, no. 44, 2 de noviembre de 1947, p. 27.

37 ____________: “Final sobre la Mediación”, en Bohemia, año 39, no. 46, 16 de noviembre de 1947, p. 63.

38 Roa, Raúl: “12 de agosto”, en Bohemia, año 40, no. 32, 8 de agosto de 1948, p. 56. El ABC por su parte, había explicado su intervención en la huelga de otro modo. Declaraban que varios meses antes –en febrero de 1933- el ABC había promovido en toda la República una intensa campaña de resistencia pasiva, tendente a una paralización de la vida nacional que agotase las posibilidades económicas del gobierno. Por tanto, a los efectos del ABC, la huelga venía a ser el resultado tardío de aquel esfuerzo, por lo que se incorporaron a ella a pesar de sus compromisos con la Mediación. Ver “Manifiesto impreso por la Célula Directriz del ABC…”, (12 de agosto de 1935), ANC, Fondo Especial, caja 2, no. 16.

39 Mañach, Jorge: “Final sobre la Mediación”, en Bohemia, año 39, no. 46, 16 de noviembre de 1947, p. 37.

40 Universidad del Aire había sido fundada por Jorge Mañach en 1932 en medio de la dictadura de Machado. Consistía en una serie de transmisiones radiales de corte educativo, si bien la coyuntura le impuso cierto signo político. “(…) Afortunadamente -señalaba Mañach-, los esbirros no entendían nuestro lenguaje, y no podían percatarse bien de que, sin faltar a la objetividad y pureza que el conocimiento científico reclama, los disertantes de la Universidad del Aire aprovechaban toda coyuntura histórica o filosófica para destacar los bochornos del despotismo y los derechos de la dignidad humana. Ver Mañach, Jorge: “Ante la Revolución”, en Cuadernos de la Universidad del Aire. Curso II, Civilización Contemporánea, Mayo-octubre de 1933, Editorial Minerva, La Habana, 1933, p. 267.

41 Ibídem, p. 265.

42 Ibídem, pp. 265-268.

43 Mañach, Jorge: El militarismo en Cuba. Recopilación artículos publicados en el Diario “Acción, de La Habana, Seoane, Fernández y Cía, La Habana, 1939, pp. 7-8.

44 ___________: “Carta a un heterodoxo (Cuarta parte)”, en Acción, época I, año 1, no. XVII, 28 de agosto de 1934, p. 1.

45 Ibídem, p. 2.

46 Ibídem, p. 8.

47 Ibídem, p.10.

48 Ibídem.

49 “Todo esto se disfrazó en el nacionalismo romántico, ingenuo, primitivo y maladroit de los elementos civiles flotantes de la Revolución -estudiantes, profesores en trance mesiánico y franco-tiradores demagógicos como Carbó-. Toda esa gente (…) cohonestó la militarada de Batista, le hicieron creerse “Jefe de una Revolución” y urdieron con él, todo aquel período semicaótico del autenticato, en el cual lo único que se hizo fue quitarle todo prestigio a la idea revolucionaria.” “Carta de Mañach a Pocatera” (14 de agosto de 1935), Archivo Literario del Instituto de Literatura y Lingüística José Antonio Portuondo Valdor, Fondo Mañach, no. 1041.

50 Ver “El ABC al pueblo de Cuba. Ante la masacre de Atarés” (1933), ANC, Fondo Especial, leg. 2, no. 207; Carta de Leandro de Oña a la Célula Directriz del ABC (28 de noviembre de 1933), Fondo Especial, legajo 2, n. 204. Para las acusaciones al ABC con respecto a esos sucesos ver “Manifiesto impreso de la CNOC” (22 de junio de 1934), ANC, Fondo Especial, leg 8, no. 1418, p. 1.

51 “Hacia la nueva Cuba. El ABC ante la crisis de la Revolución”, en Manifiesto-Programa y otros documentos básicos, Ed cit., pp. 43-44.

52 “Boletín no. 1”, en Boletines impresos del ABC (4 de julio de 1934), ANC, Fondo Especial, leg 2, no. 42.

53 Ibídem.

54 Mañach, Jorge: “Carta un heterodoxo”, en Acción, época I, año 1, no. 11, 22 de agosto de 1934, p. 8.

55 Ibídem.

56 Ibídem. Sobre la Secretaría de Instrucción ver también: “Carta de Jorge Mañach a Américo Castro” (5 de septiembre de 1935), Archivo Literario del Instituto de Literatura y Lingüística José Antonio Portuondo Valdor, Fondo Mañach, no. 800.

57 Ibídem.

58 Ibídem: “Unas cuantas verdades”, en Acción. época 1, año 1, no. XXX, 12 de septiembre de 1934, p. 8.

59 Ver Pichardo, Hortensia: Op. cit., p. 414.

60 “Superando los tiempos de Machado, ametrallan a los Estudiantes del Instituto de la Habana”, en Línea. año 2, no. 1, mayo de 1934, p. 1. Ver, además, Roa, Raúl: Bufa Subversiva: Ediciones La Memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2006, pp. 262-263; Suárez Rivas: Op. cit., pp. 37-39.

61 “Boletín no. 1”, en Boletines impresos del ABC (4 de julio de 1934), ANC, Fondo Emeterio Santovenia, Caja fuera I, no. 22.

62 Ver Instituto de Historia de Cuba, La Neocolonia. Organización y crisis. 1899 hasta 1940, Editora Política, La Habana, 1998, p. 329.

63 ¡A la clase Obrera! ¡Al pueblo trabajador (22 de junio de 1934). ANC, Fondo Especial, leg. 8, no. 1418, p. 3.

64 “La concentración Abecedaria constituyó el fracaso Rotundo del Fascismo y el Caudillismo con El Cual Pretenden Engañar a las Masas los Líderes de Opereta del Consejo Supremo”, en Línea, Año 2, no. 3, 18 de julio de 1934, p. 2.

65 “Memorandum”, en Acción, época I, año 1, no. 1, 12 de agosto de 1934, p. 10.

66 Ver López Civeira, Francisca: Cuba entre la Reforma y la Revolución, Ed cit., pp. 322-325.

67 “La huelga general, sus enseñanzas y Posición de los partidos políticos, nuevas tareas”, en Línea, Año 3, no. 21 de abril de 1935, p. 2.

68 Ibídem.

69 Mañach, Jorge: “Carta a un heterodoxo (Tercera parte)”, en Acción, época I, año 1, no. XV, 26 de agosto de 1934, p. 10.

70 ___________: “Carta a un heterodoxo (Quinta parte)”, en Acción, época 1, año 1, no. XIX, 30 de agosto de 1934, no. 19, p. 1.

71 ___________: “Carta a un heterodoxo (Tercera parte)”, en Acción, época I, año 1, no. XV, 26 de agosto de 1934, p. 11.

72 ___________: “Carta a un heterodoxo (Quinta parte)”, en Acción, época 1, año 1, no. XIX, 30 de agosto de 1934, no. 19, p. 8.

73 Un ejercicio de este tipo, casi lingüístico, puede encontrarse en Mañach, Jorge: “Ante el problema social. Una fórmula: el gremialismo integral”, en Bohemia, año 39, no. 21, 25 de mayo de 1947, p. 27.

74 Arcos, Jorge Luis: “Pensamiento y estilo en Jorge Mañach”, en Temas. Cultura, ideología y sociedad, Número extraordinario 16-17, 1999, p. 208.

75 “Una vez más”, Abril de 1937, p. 5, Archivo Literario del Instituto de Literatura y Lingüística José Antonio Portuondo Valdor, Fondo Mañach, no. 1052.

76 Ibídem.

77 “Carta de Mañach a Sammuel Guy Inman” (21 de abril de 1932), Archivo Literario del Instituto de Literatura y Lingüística José Antonio Portuondo Valdor, Fondo Mañach, no. 938.

78 Mañach, Jorge: “Hacia una vida nueva”, en Pasado Vigente, Ed cit., p. 223.

79 ____________: “Carta un heterodoxo”, en Acción, época I, año 1, no. 11, 22 de agosto de 1934, p. 8.

80 Ibídem.

81 ____________: “Carta a un heterodoxo (Segunda parte)”, en Acción, época I, año 1, no. 13, 24 de agosto de 1934, p. 8.

82 Whitney, Robert: Estado y Revolución en Cuba. Ed cit., pp. 144-145.

83 “Carta de Mañach a Sammuel Guy Inman” (21 de abril de 1932), Archivo Literario del Instituto de Literatura y Lingüística José Antonio Portuondo Valdor, Fondo Mañach, no. 938.

84 Mañach, Jorge: “Nuestro revolucionarismo (Segunda parte)”, en Acción, época 2, año 1, no. 117, 24 de noviembre de 1939, p. 1.

85_____________: “El fulanismo: disolvente político”, en Bohemia, año 38, no. 6, 10 de febrero de 1946, p. 21.

86 Martínez Heredia, Fernando: La Revolución del 30. Ensayos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007, pp. 74-75; Tabares del Real, José A: La Revolución del 30: sus dos últimos años, Ed cit., pp. 148-152 y 293. En este libro se incluye en los anexos una foto del Grupo Minorista en la que solo aparecen 12 miembros, ¿quién faltaba? Jorge Mañach. Del mismo autor: Guiteras. Ed cit., pp. 167-169. Como se puede apreciar, algunos de estos trabajos coinciden con los expuestos cuando hablamos de las valoraciones que adjudicaban al ABC un carácter fascista.

 

 

Yusleidy Pérez Sánchez. Licenciada en Historia por la Universidad de La Habana. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Actualmente trabaja en el Colegio Universitario de San Gerónimo de La Habana y cursa estudios en la Maestría de Estudios Interdisciplinarios de América Latina, el Caribe y Cuba. Investiga temas relacionados con la Revolución del 30, el ABC y la figura de Jorge Mañach.

 

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