INTRODUCCION
El año que acaba de terminar ha sido el más sangriento de la vida de nuestra adorable Isla. Dio término a un capítulo lleno de tristeza, pena, dolor, angustia y luto.
La Revolución triunfante en menos de diez meses exterminó las principales figuras del régimen anterior. El paredón fue una venganza continua del vencedor sobre el vencido, quizá algunos de los fusilados lo merecieran, pero los Tribunales Revolucionarios carecían de capacidad legal necesaria y de la libertad de acción indispensables para ejercer su sagrada misión. Eran unos subordinados al mandón de turno que tenía sed de sangre y necesidad de imponer el terror como método de gobierno. Estos analfabetos no impartían justicia, sino cumplían ciegamente las órdenes dictadas por Fidel, Raúl y el «Che».
Durante los primeros doce meses fusilaron a 714 personas, asesinaron otras tantas; miles de cubanos fueron internados en las distintas prisiones de la Isla y otros miles abandonaron su tierra natal.
Fidel Castro logró introducir en la mente de nuestro pueblo un odio feroz. Odio que nunca conoció el cubano, ni aún en tiempo de la colonia, porque nuestro Apóstol José Martí predicó con amor su ideario político. Manifestó que la lucha se hacía por la independencia de Cuba, que teníamos que concurrir a una guerra necesaria, pero sin odios para España. El soldado español obedecía a sus malos gobernantes que también eran malos para ellos. Martí nunca tuvo frases de odio ni rencor para los españoles, tampoco las tuvo para algunos cubanos que se las merecieron. Cantó a la amistad y al amor en múltiples ocasiones. Así sus versos:
Cultivo una rosa blanca,
en julio como en enero,
para el amigo sincero
que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo:
cultivo la rosa blanca.
Este abanderado de la libertad quiso morir en su tierra, de cara al sol como los buenos. No era ni técnico en guerrilla ni militar, pero sabía cuál era su puesto en el combate. No montó a caballo para matar, sino para que lo mataran; ofreció su vida como ejemplo y con su muerte creó una República libre y soberana: «Con todos y para el bien de todos».
¡Qué distintos los vencedores de esta Revolución! Martí deba la vida, y Fidel se satisface en quitarla a los que no siguen su camino de traición.
Puso Fidel de moda el odio y consiguió que todos odiaran a todos: el negro al blanco; el pobre al rico; el trabajador al patrón; el consumidor al productor; el gobernante actual a los anteriores; el valle a la cumbre; la tierra al sol.
Con el odio dividió a Cuba en dos bandos: revolucionarios y contrarrevolucionarios. Los revolucionarios eran los comunistas, el resto, gusanos.
Se cumplía con este sistema la técnica comunista de favorecer al pueblo primero, presentarse como defensores de la dignidad nacional después, para terminar siendo el verdugo de la Isla.
Recorrió este camino a las mil maravillas. El pueblo aplaudió esta operación limpieza. Cándidamente creían que Fidel Castro era lo que ellos soñaban de él.
Más tarde creó un enemigo: los YANQUIS. Una nueva tipicidad en la política cubana, porque el pueblo cubano veía a los norteamericanos con cariño y amistad. En Cuba al norteamericano no se le decía gringo, sino mister. Lo valiente no quita lo cortez. Disfrutábamos de su amistad y buen trato y no teníamos recelos contra ellos.
Fidel sembró cizaña y obtuvo buenos resultados entre los frustrados de Cuba. Después vendió esperanzas de un mundo mejor con la ayuda de la Unión Soviética y aquí entraron en juego los resentidos, los envidiosos, los fracasados, los invertidos, las marimachas, las adúlteras y se creó el cuerpo de las milicias revolucionarias. En todo miliciano o miliciana existe un desarreglo funcional, algo que no está claro en su vida, a menos que se sea un tonto útil, un retrasado mental o un imbécil. De todo hay en la viña del Señor.
En estas condiciones los fanáticos fidelistas o comunistas se prestaron a crear los llamados «Comités de Vigilancia», que no eran más que soplones voluntarios y sin sueldo. Con este aparato comenzó Fidel Castro a estrangular al pueblo cubano. Cada «chivato» quería tener más méritos que el otro y así nacieron los arrestos contra los contrarrevolucicnarios, los desviados, los amigos, hermanos, hasta llegar a los padres e hijos.
Comenzó el terror con guantes blancos para continuar cambiándoles el color a los guantes y terminar con el alma roja de sangre y negra de infamia.
El comandante Pedro Luis Díaz Lanz, denunció la gran traición que tramaba Fidel Castro y su pandilla contra Cuba. Expresó en alta voz que el régimen de los Castros era comunista y tuvo que asilarse. El Presidente Urrutia se atrevió a rechazar la ayuda ofrecida por el Partido Comunista y Fidel Castro lo destituyó. El comandante Hubert Matos renunció a su cargo en el ejército y Fidel Castro lo encarceló, creó una fábula sobre Matos, lo juzgó como traidor y se pudre en una prisión de Cuba roja.
Cumpliendo órdenes emanadas de Moscú, como una dulce oveja entregó Cuba a la bestialidad del comunismo internacional.
Este rufián piensa como le ordenan en Rusia, vive como un puerco, actúa como un verdugo y morirá como Judas.
Ahora, estimado lector, lo invito a leer el segundo año de la triste historia de mi patria, después de la llegada de este monstruo.
Dr. Leovigildo Ruiz Domínguez
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