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Cuba libre, mujeres silenciadas: heroínas sin sufragio

Cuba libre, mujeres silenciadas: heroínas sin sufragio

Cuando Cuba alcanzó la independencia formal y se constituyó la República en 1902, muchas de las mujeres que habían luchado — directa o indirectamente — por esa libertad siguieron vivas, habitando una patria independiente, con símbolos republicanos, instituciones legales propias, y esperanzas para el futuro. Sin embargo, una contradicción profunda marcaba esa nueva etapa: no tenían derecho al voto. A pesar de sus méritos, sacrificios y participación, las mujeres estaban excluidas del ejercicio político pleno.

Figuras que encarnaron esa paradoja

Amalia Simoni (1842–1918):
Esposa de Ignacio Agramonte, activista independentista desde los primeros días. Exiliada, presa, recluida en la lucha moral y práctica por la independencia. Vivió los albores de la República, en La Habana, hasta su muerte en 1918. Durante esos años finales, rechazó pensiones ofrecidas por su condición de viuda de un héroe, mantuvo su independencia de criterio y permaneció al margen de la política institucional, aunque participaba en actos patrióticos.

María Cabrales (1842–1905):
Compañera de Antonio Maceo “el Titán de Bronce”, sanadora, colaboradora, exiliada, fundadora de clubes de mujeres en el extranjero, y dedicada al cuidado de huérfanos y tareas humanitarias tras la guerra. Retornó tras la independencia y vivió sus últimos años en Santiago de Cuba. Murió en 1905, apenas unos años en la República.


Una libertad incompleta

Aunque Cuba era ya una república libre en su gobierno externo, para muchas mujeres esa libertad estaba limitada:

Sin voto ni participación política plena. Las constituciones y leyes de los primeros años republicanos no reconocían el sufragio femenino. Las mujeres como Amalia Simoni o María Cabrales, a pesar de su prestigio y reconocimiento popular, no podían votar, ni ser elegidas para cargos públicos.

Reconocimiento simbólico, exclusión formal. Se dignificaba su memoria, se erigían monumentos, se ofrecían honores, pero esos reconocimientos no se traducían en derechos civiles iguales.

Vida cotidiana y moral patriótica. Su papel seguía siendo visto en lo doméstico, en el cuidado de heridos, la solidaridad, el exilio, la resistencia cultural y moral, el sostenimiento de la comunidad. En muchas ocasiones, su capacidad de acción estaba condicionada por los prejuicios de género y por leyes que las mantenían fuera del espacio público formal.

Sufragismo tardío. No fue sino hasta décadas después que se organizaron movimientos feministas fuertes que reclamaban legalmente el voto femenino y otros derechos civiles. Hasta entonces, esas mujeres vivían en una Cuba que las debía, que las admiraba, pero que no las reconocía como ciudadanas plenas.
(De izquierda a derecha Amalia Simoni, Maria Cabrales, Rosa Castellanos» la Bayamesa»)
@EduardoGaraicoa

 

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