Esta publicación se hizo posible mediante el apoyo proporcionado por el Buró para América Latina y el Caribe, de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, bajo los términos del Fallo No. EDG-A-00-02-00007-00. Las opiniones expresadas pertenecen al autor y no necesariamente reflejan el enfoque de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional.
EL MAYOR DESAFÍO: VALORES CÍVICOS EN LA CUBA POST-TRANSICIÓN
Por Damián J. Fernández*
*Al final del ensayo aparece una nota bibliográfica sobre el autor.
Resumen ejecutivo
El doble propósito de este trabajo es el de establecer un perfil de los valores y cultura política del pueblo cubano así como una gama de opciones de estrategia que pueda fortalecer actitudes, conducta, y capital social en favor de la democracia en la Cuba de la post-transición. El trabajo empieza formulando dos preguntas importantes: Los valores del pueblo cubano, ¿apoyan o subvierten la democracia? Si la cultura política cubana tiende a socavar la vida cívica democrática, ¿puede ser transformada para que haga fácil la consolidación democrática? En la práctica, el fomento de los valores cívicos en una Cuba de post-transición será el mayor desafío sociopolítico que confrontarán el pueblo cubano y los participantes internacionales.
Aun cuando la cultura política cubana desde la República (1902-1959) ha demostrado un interés en favor de la democracia, una serie de actitudes, tendencias afectivas y comportamientos políticos han corroído la vida cívica democrática. El resultado ha estado plagado de males políticos y sociales, el más dramático de los cuales es la institucionalización de la intolerancia bajo protección de un sistema político de un solo partido desde 1959. El principal fundamento normativo para la inactividad cubana desde la República ha sido el concepto de que el fin justifica los medios. Esta norma ha sido aplicada al nivel de proyectos colectivos para la nación así como en la vida social diaria. Desde 1959, esa lógica ha sido venerada en instituciones y en reglas, tanto formales como informales.
El punto de partida de este trabajo se basa en que la transformación a valores pro democráticos es un importante sustento de la democracia, aun cuando, en solitario, no es suficiente para garantizar democracia. Los valores cívicos democráticos son el software de la democracia, mientras que las instituciones son su hardware. Para transformar una cultura política en la dirección de una cultura democrática, debieran cambiar tanto los valores como las instituciones. Este estudio recomienda trabajar en los dos frentes pero advierte que tales intentos están rodeados de incertidumbres, ya que la experiencia de otras naciones no da ninguna fórmula garantizada ni ningún plan detallado.
El desafío que la cultura política cubana ha planteado a un tipo democrático de gobierno no es nuevo. Por el contrario, tiene una larga historia. Incluso los intentos del régimen comunista de transformar la cultura de los cubanos ha conseguido resultados muy modestos, en el mejor de los casos. Hoy en día los cubanos sienten una profunda apatía y desconfían de las instituciones políticas. La criminalidad entre los jóvenes ha aumentado desde la década de los 90. En la actualidad los jóvenes han decidido ignorar el sistema, tanto desde el punto de vista simbólico como desde el práctico; su esperanza está en la salida. La economía ofrece pocas recompensas para quienes acatan las leyes, por lo que la conducta fuera de la ley está muy difundida. Para sobrevivir, los cubanos recurren al sector informal ilegal y, por consiguiente, están socializados para infringir la ley. La doblez de la moralidad que muchos han adoptado hace que se apliquen unos criterios en público y otros distintos en privado. Robarle al gobierno no se considera robar y, por consiguiente, la corrupción, tanto intrascendente como oficial, está en aumento. Los cubanos parecen desear liberarse de la política en lugar de ser agentes de la misma, al tiempo que tienen grandes expectativas en cuanto a lo que el gobierno debiera darles.
La sociedad civil está controlada por el Estado y difícilmente puede considerarse civil. La represión y la intolerancia siguen vigentes como formas de tratar a los disidentes y opositores políticos. Las asociaciones autónomas tienen muy poco o ningún espacio en que moverse; las que sobreviven son hostigadas y reprimidas. La gente ha recurrido a redes informales para satisfacer sus necesidades materiales y no materiales, reforzando una inclinación contra la institucionalidad y el tipo cubano de capital social.
Cualquier gobierno post-transición tendrá que tratar con estos elementos. Esto no significa que los cubanos no estén ansiando tener participación, eficacia y eficiencia democráticas. Lo están. Pero, ¿sostendrán o socavarán sus inclinaciones culturales – su cultura política y su capital social – el ansia por democracia y cultura civil en el futuro?
¿Renacerá una vez más una sociedad incivil? ¿Qué puede hacer Estados Unidos para contribuir a fortalecer el capital social y a dar mayor profundidad a la reserva pro democrática de valores? ¿Es esta una meta alcanzable? Este trabajo presenta un número de opciones de política a seguir, que van desde orientaciones generales hasta iniciativas concretas en varios frentes.
En general, Estados Unidos tiene que reconocer que el legado democrático en Cuba proviene de fuentes muy distintas de la variante estadounidense de liberalismo. La cultura política de Cuba, una combinación de liberalismo moderno, corporativismo ibérico, e informalidad diaria, ha sustentado un estado intervencionista que ha garantizado una mínima red de seguridad para todos. Estados Unidos debe respetar esta tradición y la soberanía de Cuba, al tiempo que alienta la aparición de una democracia, normativamente acorde con los nuevos modelos mundiales. Será muy difícil mantener este equilibrio. A pesar de las alternativas de política a adoptar que se han recomendado a macro y micro niveles, el cambio de valores es un proceso delicado, debido a que se han mezclado los antecedentes históricos en cuanto a ingeniería sociocultural. Además, los desafíos de la post-transición, teniendo en cuenta tanto una crisis económica, que probablemente persistirá por mucho tiempo, como el agotamiento de la población cubana con campañas orquestadas políticamente, hacen que la tarea sea casi quijotesca.
Introducción
“Si existe algo que haya caracterizado en general nuestra vida pública es, precisamente, la ausencia total de normas de moral pública. Este ha sido un espectáculo, más o menos turbulento y descarado, de instintos y pasiones de poca importancia”.
–Jorge Mañach, Crisis de la Ilusión, 1939
No soy el primero en emprender lo que parece ser una tarea imposible: el fomento de la cultura cívica en Cuba. Desde el siglo diecinueve, activistas y analistas han perseguido esta búsqueda elusiva. No obstante, me niego a dedicarme, como otros muchos han hecho, a la extrema tradición de la autoflagelación. Este trabajo, por consiguiente, mantiene un precario equilibrio entre pesimismo, pragmatismo, y optimismo al tiempo que plantea varias preguntas esenciales y propone respuestas para las mismas.
Los valores de los cubanos, ¿apoyan o subvierten la democracia? Si la cultura política cubana tiende a socavar la vida democrática, ¿será posible transformarla en una cultura cívica, democrática? Estas son, tal vez, las preguntas más difíciles que uno puede plantearse al mirar hacia el futuro de Cuba. Fomentar una cultura cívica democrática será el mayor desafío que, en la Cuba de la post-transición, tendrán que afrontar el pueblo de Cuba, el Estado cubano, Estados Unidos y la sociedad internacional. Ni los antecedentes históricos de fomento de cambio de valores, ni la experiencia en cuanto a cultura democrática en Cuba, son prometedores. Los observadores de la escena política cubana desde el Padre Félix Varela en el siglo diecinueve,. han expresado su preocupación por el efecto corrosivo que tienen los valores cubanos sobre un buen gobierno. Varela amonestó a sus compatriotas por preocuparse solamente del beneficio personal, con gran detrimento para los bienes colectivos (Varela). La tradición que inició Varela, al enfrentar el moralismo contra la incivilidad, se mantuvo en toda la República y hasta muy entrada la Revolución. Desde Varela, los observadores han hecho notar la presencia del oportunismo, de la indisciplina social, de la propensión a la violencia y de la falta de responsabilidad cívica de los cubanos (Varona 1914, 3). Incluso el Presidente Cubano Fidel Castro, cuyo régimen ha intentado transformar la cultura de los cubanos en un esfuerzo por crear una generación de nuevos hombres y mujeres cuyo espíritu contribuyera a forjar la utopía comunista, se queja continuamente de los rasgos culturales negativos que subvierten su esfuerzo de reprogramación cultural (Castro 1987).
A través de décadas de régimen socialista, el pueblo cubano ha desafiado las campañas de socialización por parte del gobierno. Hoy en día hay sectores de la juventud que están desocializados, apáticos y totalmente desconectados de las instituciones políticas oficiales. El aumento de la criminalidad entre ellos es alarmante. El consumismo se ha convertido en uno de los valores más preciados entre los jóvenes (Domínguez y Ferrer 1996, 50). Los cubanos de todas las edades buscan refugio en la doble moral (una norma de conducta para la esfera pública, otra para la privada). La mayoría de ellos recurre a medios ilegales para resolver. Como resultado, la corrupción cotidiana es endémica; la corrupción oficial va en aumento. Los trabajadores no están motivados y no son productivos. Se ha institucionalizado y legalizado la intolerancia, y los no conformistas son hostigados, reprimidos, encarcelados, o exiliados. Los ciudadanos se desentienden de la política formal tras habérseles cerrado las oportunidades de tener una participación eficaz en la política. El temor ha corroído la confianza* social; la acción colectiva autónoma es prácticamente imposible (Fernández 2000).
A pesar de la retórica del régimen en cuanto a la igualdad, no han desaparecido ni el racismo ni el machismo. Los negros siguen ocupando los niveles más bajos de la sociedad. El Estado ha confiado en la militarización, la violencia, la agresión – patrones de conducta generalmente asociados con la masculinidad – para tratar con los problemas sociales. No obstante, los cubanos ansían tener un sistema más democrático y una economía más abierta.
En Cuba no es nueva la búsqueda de la democracia. Por el contrario, sus raíces son tan viejas como el intento de generar, al llegar la República en 1902, instituciones eficaces, legítimas, y representativas. La aspiración estuvo viva de Varela a José Martí, uno de los fundadores de la nación, y continuó a través de gran cantidad de intelectuales de principios de la República. La lucha contra la corrupción, por ejemplo, motivó a decenas de miles de cubanos en la década de los 50 e inspiró a quienes apoyaban la Revolución en sus primeros años. Junto con los rasgos que erosionan la civilidad y la democracia, existe todavía una reserva pro democracia que se pone de manifiesto en organizaciones nativas disidentes que hablan el idioma de la democracia y en otros cubanos que abogan por una sociedad más “civil”.
El sueño de un espíritu cívico democrático ha demostrado, sin embargo, ser una quimera. Al igual que en la República, desde 1959 los cubanos han expresado actitudes y valores que, a la vez, facilitan y repelen los ideales democráticos. Lo mismo se puede decir de los cubanos exiliados que votan, pero que a veces se comportan con falta de
* La palabra confianza se utiliza en este contexto como “trust” en íngles, o sea: “Yo confio (o tengo confianza) en que las instituciones del gobierno funcionen adecuadamente.”
civilidad. La incivilidad cubana tiene sus cimientos en un pilar normativo: el fin justifica los medios. Esta lógica se ha expresado una y otra vez en dos niveles distintos: en búsquedas colectivas de absolutos morales para la nación como un todo y en la esfera de la vida social informal. Esta última es acaso la norma más importante que debe cambiarse para formar una nación democrática en el futuro. pero, ¿cómo lo logrará Cuba?
La cultura cubana y los valores que conlleva parecen ser elásticos, aunque no inmutables. En lo que se refiere a su sistema político, desde 1959 se han institucionalizado normas autoritarias e inciviles en estructuras formales y en la legislación. ¿Cómo se van a fomentar, promover e institucionalizar los valores cívicos para facilitar la democracia y mejorar su calidad en la post-transición?
Distintas sociedades y distintos sistemas políticos se apoyan en conjuntos divergentes de valores. Las democracias que tienen éxito no se apoyan solamente en instituciones legítimas y eficaces y buen liderato, sino también en ciudadanos que compartan el espíritu pro democracia. Sin decidir cuál de las tres dimensiones de democracia es la más importante, podemos llegar a la conclusión de que los valores y la cultura política en general contribuyen a hacer o deshacer el capital social, la civilidad y la democracia. En cualquier caso, está claro que algunos valores fomentan la democracia con más eficacia que otros. Asimismo, las instituciones apoyan o dejan de apoyar la cultura democrática cívica.
El tema de programar valores con la intención de promover una cultura democrática es uno de los temas sociales más escabrosos para los estudiosos y los encargados de fijar las normas. No solo porque sus antecedentes históricos son muy esquemáticos sino porque es más fácil cambiar instituciones que modificar la conducta y aspiraciones humanas. Además, el estudio del caso de Cuba presenta obstáculos en la práctica, no siendo el menor de ellos la falta de datos de encuestas sobre las creencias y opiniones de los cubanos.
El punto central de este trabajo lo constituirán los valores sociales, normas y conductas – la cultura política – que desafiarán a la democracia en una Cuba futura. Una suposición primaria es la de que en la cultura cubana coexisten una larga tradición de pensamiento e ideales democráticos y períodos de práctica democrática, combinados con patrones contrarios a la democracia que corroen la práctica democrática cívica. Los valores tales como solidaridad social, equidad y responsabilidad del Estado frente a las necesidades económicas de los menos afortunados se remontan a antes del 1959, aun cuando el socialismo los subrayó. De hecho, el aspecto social democrático de la cultura cubana alcanzó su máxima expresión en la República en la forma de la Constitución del 1940 que legislaba un Estado de fuertes prestaciones sociales dentro del contexto de democracia. Desgraciadamente, la vida cívica de la República fue empañada por la corrupción, el gangsterismo, y, finalmente, un golpe militar.
Este trabajo plantea dos puntos de máxima importancia antes de presentar un conjunto de opciones de política para fomentar valores cívicos en la Cuba de la post- transición. Primero, aunque los ideales de democracia no son ajenos a los cubanos, a juzgar por las fuentes que han dado forma a la cultura política cubana, la sociedad cubana no ha abogado por la variante liberal angloamericana de democracia. Segundo, además de los desafíos de su cultura política, las normas y las redes de capital social en Cuba van también contra conceptos ideales de democracia, economía liberal y sociedad civil.
Las dimensiones de la cultura política de Cuba y las formas en que moldean el capital social debieran cambiar para dar facilidades a una democracia social y para evitar el regreso de una sociedad incivil. Puesto que esta posición presupone el concepto muy debatible de que se puede hacer que cambien los valores y la cultura si existen las recetas de política adecuadas, el argumento realza la importancia de transformar las instituciones. El reconocimiento de las particularidades de la cultura política cubana, la dificultad para cambiarla, y la posibilidad de que surja una sociedad incivil después del comunismo, deben servir para ajustar las expectativas y advertir sobre posibles sucesos. Aunque este trabajo no se ocupa directamente de los valores económicos, la discusión de la cultura política y el capital social tiene importancia en la medida en que los aspectos políticos y sociales de la cultura sirven para iluminar la esfera económica de la vida social. Las recetas generales de política que se presentan en la última sección del trabajo recomiendan el cambio en las instituciones como un medio de transformar parcialmente valores y conductas. También son aplicables a la transformación institucional y normativa económica.
¿Cómo podemos ocuparnos del fomento de los valores cívicos de manera que responda a las tradiciones culturales cubanas mientras, al mismo tiempo, incorporamos a Cuba a un marco normativo global que ayude a sostener una buena forma de gobierno? Si el objetivo es lograr una cultura cívica pro democrática, las normas deben ocuparse de aspectos tangibles e intangibles, dimensiones normativas así como institucionales, lo formal al igual que lo informal.
La cuestión referente a qué valores fomentan la democracia tiene un contrapunto:
¿Qué instituciones fomentan valores democráticos? Para hacerlo, las instituciones tendrían que estar basadas en un régimen de derecho. Tendrían que respetar la separación de poderes. Tendrían que garantizar los derechos de propiedad, el derecho a organizar partidos políticos que compitan entre sí y elecciones libres y justas, y el derecho a crear asociaciones civiles. Finalmente, las instituciones civiles deben fomentar una economía de mercado – idealmente, una que vaya de la mano de una red de seguridad que proteja a los sectores más pobres de la sociedad. Tales instituciones fomentarían normas y valores democráticos en toda la población. Aunque no fueran suficientes por sí mismas, sin ellas ningún valor democrático podría tener arraigo. Es vital la participación ciudadana y son deseables los valores cívicos. En resumen, para fomentar valores cívicos pro democráticos, las instituciones son vitales en su papel de normas culturales. Solamente fomentando las dos podemos evitar la posibilidad del resurgimiento de una sociedad “incivil”, basada en intolerancia hacia posiciones políticas contendientes, en el incumplimiento de las leyes, en el menosprecio por el bien público y corrosiva de la civilidad en general.
Valores y Democracia
Los valores expresados en cultura política definen nuestros intereses personales y colectivos. Las sociedades, nacionales y de otro tipo, comparten valores que definen lo que es deseable. Unen a la gente y establecen la base para una identidad social. El análisis de los valores de una sociedad proporciona un lente a través del cual se interpreta su visión del mundo, su comportamiento e ideales, su sentido del bien y del mal, y sus evaluaciones de lo tangible y lo intangible. Algunos valores básicos tienen relación con necesidades tangibles que garantizan la continuidad de la vida. Otros se refieren a los derechos, obligaciones y principios morales de la colectividad; forjan la base de “la buena vida”. En la práctica, los valores constituyen la base de las normas públicas y la política (Carrow et al., 1998).
Los valores cambian como consecuencia de:
- procesos a largo plazo de cambio estructural, tales como cambios económicos – de feudalismo a capitalismo;
- experiencias fundacionales generacionales tales como el Movimiento de Derechos Civiles;
- reestructuración institucional;
- educación, especialmente al nivel primario; y
- cambio en la socialización de la familia durante las primeras fases de formación de la personalidad (Inglehart 1977)
La eficacia de los programas gubernamentales y educativos después de los años de escuela primaria en lo referente a valores básicos, es una línea descendente. La receta básica para cambio de valores tiende a ser la educación pero como observó un estudioso en el terreno de valores: “El adoctrinamiento parece ser relativamente ineficaz cuando se recibe después de la escuela primaria” (Inglehart 1977, 76). La politización de las escuelas y la socialización de la juventud por parte del gobierno de Castro evidencian esta tendencia, de la misma manera que la desocialización de los cubanos jóvenes demuestra la mediocridad de sus resultados.
Si bien los grandes cambios en valores tienden a demorar decenios, si no siglos, las normas pueden cambiar, y cambian. Como grandes ejemplos que vienen al caso tenemos a la Alemania y al Japón de la posguerra. Pero los valores pueden cambiar en cualquier dirección, acercándose o alejándose de normas democráticas. La disminución de capital social en todo el mundo occidental, si no en todo el mundo, refleja un declive en la participación cívica y en la confianza en las instituciones gubernamentales.
Las transiciones democráticas son el resultado de varios factores relacionados entre sí en tándem, desde las decisiones de los líderes hasta la programación institucional, sin mencionar la influencia de los factores económicos. Varios países que, como Cuba, presentan una cultural propensión tanto a atraer como a repeler la democracia, han tenido cierto éxito a la hora de instituir sistemas de partidos múltiples, elecciones libres y justas, una sociedad civil vibrante, respeto por los derechos humanos, y una economía abierta.
Cuba no tiene porqué ser una excepción. Por el contrario, Cuba puede seguir la corriente de democratización en todo el mundo a pesar de los recursos y limitaciones a los que tendrá que hacer frente en el proceso.
La cultura política es solo una dimensión que contribuye en la formación de los resultados políticos. Por otra parte, cualquier discusión sobre el futuro debe ser, por definición, tentativa y probabilista. Como alegaba Giuseppe Di Parma con referencia a la indeterminación de la política:
“En asuntos políticos, especialmente en asuntos de cambios de régimen, las relaciones improvisadas son solamente probables y los resultados inciertos. Podemos hacer amplias predicciones probabilistas acerca de categorías, pero no podemos hacer predicciones firmes acerca de casos individuales. En cualquier caso por separado, a no ser que circunstancias importantes se acumulen en el extremo, el resultado final no es ineludible… Sean las que sean las tendencias históricas y las crudas realidades, no se debe subestimar la importancia de la acción humana en una transición difícil (Di Palma, 1990: 4)”.
Los estudiosos han dado por cierta la existencia de una relación positiva entre valores cívicos y democracia (Ver Verba et al.). Este trabajo define la democracia como un sistema de gobierno que, como mínimo, cumple con los siguientes criterios:
- celebra con regularidad elecciones competitivas entre partidos que
- garantiza libertades civiles, incluyendo las de minorías políticas, étnicas y
- se basa en el principio de legalidad, y lo acata; y
- tiene un espacio público conocido como sociedad civil en el cual las personas, los grupos y las asociaciones ejercen sus derechos.
Esta esfera pública tiene dos dimensiones principales: cuantitativa/institucional y cualitativa. La dimensión cuantitativa/institucional se refiere al número, tipo y tamaño de organizaciones que componen la sociedad civil y el marco legal que permite autonomía social. La dimensión cualitativa depende principalmente de las instituciones de la cultura política de la sociedad en general y de la sociedad civil en particular. Tienen importancia su orientación, su carácter, y la identidad de los actores y sus objetivos, valores y procedimientos. Los valores, actitudes, sentimientos y comportamiento característico de los participantes forman parte de los aspectos cualitativos de la democracia y la sociedad civil, pero no han recibido la atención que merecen.
En tándem con sus cimientos institucionales, la base cualitativa de la sociedad civil le infunde características exclusivas en contextos determinados. La confianza, por ejemplo, contribuye a la civilidad de la sociedad civil y a su capital social. No todas las sociedades funcionan en el mismo contexto de confianza, ni tienen las mismas dimensiones cualitativas de capital social que pueda fomentar la tolerancia, la cooperación, y la participación ciudadana en el sistema político y social (Fukuyama 1995). La cultura cívica pro democrática reconoce la base institucional y legal de la democracia así como los derechos y las obligaciones de los ciudadanos de cara al Estado y entre sí, en un contexto de principio de legalidad.
Aun cuando no está garantizado ningún futuro determinado, la tendencia cultural de los cubanos a interpretar la política como una cruzada moral con fines absolutos – lo que yo llamo la política de la pasión – y a comportarse en la vida diaria de una forma en que los fines justifican los medios, aun en el caso de que sea necesario infringir la ley para satisfacer necesidades o deseos personales – la política del afecto – tenderá a reaparecer, tal vez con saña, durante la transición y después de ella, contribuyendo a la formación de una sociedad incivil.
El reto de construir valores cívicos en la transición y en la post- transición
La construcción de valores cívicos enfrenta unos retos inmensos. En el caso de Cuba lo que será más difícil de resolver no será el triunfo de una socialización comunista formal, sino su fracaso. La explotación de los símbolos y mitos nacionales, tales como el padre de la patria cubana, José Martí, pudo haberlos desacreditado en la mente de las generaciones más jóvenes. Por consiguiente, el rescatarlos como un punto de unión para un buen gobierno y una sociedad virtuosa es una proposición dudosa. El agotamiento con la política y la propaganda política, el teque, hará que sea todavía más difícil conseguir la atención de la población. Para complicarlo más, las prioridades en los valores tienden a situarse en las necesidades que abundan poco (Inglehart 1977), lo que desde el contexto de una escasez económica se traduce en que se sobrevaloran los valores materialistas de seguridad económica, en comparación con los intangibles. Para combinar los problemas, los sectores económicos clave serán el fortín de las elites comunistas y fuera del alcance del Estado, así como del ciudadano promedio.
En Cuba, la experiencia de un gobierno totalitario exacerba a la vez que facilita el reto de fomentar una cultura cívica. Esto se incrementa en la medida en que se han acentuado algunos patrones negativos. Por ejemplo, el concepto de que el fin justifica los medios, el depender del Estado, la ilegalidad diaria, la corrupción y el rechazo de la política debido a la sobresocialización, se han exacerbado durante las últimas décadas y han llevado a la renuencia a la participación política. Sin embargo, precisamente las lecciones del pasado, pueden alejar a los cubanos de lo que no sea aceptable. Pero, ¿quién decidirá cuáles son estas lecciones y quién las enseñará?
La tradición de democracia en sus dimensiones civil y social debe ser rescatada y restaurada en la post-transición para contrarrestar la tendencia hacia la incivilidad, la ilegalidad, la corrupción y el autoritarismo. La mentalidad de “resolver como sea”, muy extendida en sectores de la población, debe ser equilibrada mediante la preocupación por el bien común. Debe corregirse la vulgarización común en la vida diaria, especialmente entre la juventud en las calles, o de lo contrario seguirá desgastando la civilidad social.
Durante la transición y en sus fases siguientes habrá que hacer frente a multitud de problemas, desde la reconstrucción institucional hasta el ocuparse de los abusos anteriores, desde la propensión a infringir el código de conducta día tras día hasta la aparición de organizaciones tipo mafia.
Una breve ojeada a la experiencia de países ex comunistas y de países no comunistas
En el caso de los Estados ex comunistas de Europa oriental, hay una mezcla en los historiales de cambios de valores, si bien es demasiado pronto para conocer enteramente lo ocurrido. La escasa investigación existente hace que las conclusiones sean también supuestos. Hay en curso varios prometedores proyectos de estudio sobre el capital social, entre ellos uno patrocinado por el Banco Mundial y el gobierno de Dinamarca. Lo que sí está claro es que el panorama no es tan brillante después de la caída del comunismo, como muchos habían esperado. En Rusia, por ejemplo, en lugar de una cultura cívica que apuntalara la democracia, han florecido actitudes inciviles, apatía política y alejamiento de los partidos políticos, del Estado y de la sociedad. Han aumentado la ilegalidad y la criminalidad, el pesimismo ha sustituido al optimismo inicial, y una actitud conservadora ha reemplazado las tendencias reformistas de la transición. Un analista político llegó a la conclusión de que “es aun más importante el declive en ideología pública” que ha conducido a lo él llamaba la desaparición de los valores públicos (Shlapentokh, 1998: 40- 41).
En Hungría, donde el socialismo era mucho más blando que en la antigua Unión Soviética, el público desconfía de la política, y la juventud parece no estar interesada en la participación política – en parte debido a lo que perciben como su baja eficacia. El gobierno húngaro trató de corregir la situación iniciando un plan de estudios nacional que incluía estudios sociales y educación cívica como herramientas para transmitir valores pro sociales. Los húngaros reaccionaron con suspicacia a la inyección directa de ideología en la educación una vez más, lo que demuestra que, en el terreno de cambio de valores, incluso las mejores motivaciones y los programas mejor concebidos se enfrentan con graves obstáculos en cuanto a implementación y resultados (Matari, 1998).
El esfuerzo por fomentar valores cívicos en Cuba probablemente llegará a una coyuntura desafortunada, dada la tendencia en las sociedades occidentales y no occidentales a disminuir en capital social y en confianza hacia un gobierno democrático. Las democracias occidentales se están preocupando por las bajas proporciones de votantes, el número decreciente de personas que participan en asociaciones civiles y el número cada vez mayor de personas, según lo describe Robert Putnam, que “juegan en solitario” (1993). En América Latina, están muy extendidas la falta de confianza en el gobierno y el escepticismo en lo que se refiere a la democracia. Los únicos rayos de esperanza son grupos de ciudadanos dedicados, que participan en sociedades civiles vibrantes y que están redefiniendo las reglas tradicionales de participación aunque no siempre en términos de democracia liberal.
Una visión panorámica de la cultura y los valores cubanos: modernos, corporativistas e informales
Los valores cubanos y la cultura política cubana son una combinación de códigos liberales/modernos, corporativistas, e informales. Juntos, los tres principales paradigmas culturales han fomentado y subvertido a la vez la práctica democrática. Es más, el abismo existente entre la aspiración ideal por la democracia y la corrupción real de este proyecto en el pasado, ha ayudado a que la política sea interpretada como una cruzada moral para lograr fines absolutos – la política de la pasión. Al tiempo que aspiran a conseguir el bien colectivo, los cubanos han socavado ese objetivo al buscar el amiguismo o el sociolismo (es decir, la política del afecto), que infringe la ley por razones de instrumentalidad y de beneficio propio. La política del afecto y la de la pasión proceden de la misma fuente: de juicios morales en lo que se refiere a la laguna existente entre lo que hay y lo que debiera haber en los terrenos político y social. La política del afecto es, a la vez, el producto y el productor de la informalidad que prevalece en la esfera social, y se refleja en la debilidad de las instituciones formales a la hora de ocuparse de las necesidades del pueblo cubano.
La coexistencia y confluencia paradójica de lo liberal, lo corporativo y lo informal han producido, con el tiempo, una forma especial de relacionarse con lo social y lo político que, aun siendo típicamente cubana, tiene similitudes en otras áreas de América Latina y del mundo. Las modernas aspiraciones e inspiraciones liberales cuentan con una larga historia en Cuba, que se remonta a los siglos dieciocho y diecinueve. La ideología liberal llegó a las costas de Cuba procedente de Europa y de Estados Unidos, dando forma a la manera en que las elites hablaban y pensaban en lo referente al futuro de su país.
Las aspiraciones modernas quedaron en nada a causa de su inherente idealismo al que se sumó un sinnúmero de factores económicos, nacionales e internacionales. Los valores liberales chocaron con la herencia cultural corporativista, y fueron subvertidos por ella. Basado en la filosofía política de Santo Tomás de Aquino, entre otros pensadores católicos, y con raíces en Aristóteles, el corporativismo era esencialmente monista y patrimonial. El paradigma corporativista, un remanente del colonialismo español, patrocinó los conceptos de ley, orden, estabilidad, y liderazgo de la elite a través de una autoridad burocrática centralizada, el Estado, que gobernaría y coordinaría con grupos sectoriales integrados jerárquica y orgánicamente. Cada grupo tendría responsabilidades y derechos dictados desde arriba. El Estado, junto con el sector privado, desempeñaría un papel definidor en la economía y suministraría a todos una pequeña cantidad de bienes. El paternalismo económico del Estado corporativista, con su concepto implícito de responsabilidad familiar, ha influido en las expectativas que los cubanos tienen con respecto al Estado.
Desde este punto de vista, el Estado es la fuente de beneficios morales y económicos. El objetivo final del corporativismo era el de proteger la armonía social en un esfuerzo por mantener un organismo político saludable, capaz de proveer la “buena” (moral, ordenada y próspera) vida según la definición de los teólogos y los filósofos morales. El Estado, por consiguiente, no era solamente una interpretación moral sino que también llevaba consigo un imperativo moral explícito. El idealismo, reflejado en principios éticos universales destinados a crear un sumum bonum terrenal, no el plurum bonum de la tradición protestante, permeaba la visión corporativista del mundo. El utopismo corporativista daba unos cimientos culturales para la política como cruzada en busca de absolutos en lo moral, lo que perseguía la revolución del 1959.
La adopción del marxismo-leninismo como ideología oficial de Cuba, en 1961, dos años después del triunfo de la revolución, no representó una vertiente cultural tan grande como inicialmente se esperaba o se confiaba por parte de los líderes. En la práctica, el marxismo no es totalmente diferente del corporativismo. Ambos producen la movilización a través de organizaciones de masas, ambos valoran la armonía social por encima del interés propio de la persona, y ambos prometen utopía. En Cuba, el marxismo-leninismo pudo apoyarse en factores que venían arrastrándose por mucho tiempo, como aspiraciones de modernización, de equidad social, de orden, y de soberanía de cara a Estados Unidos y en el romanticismo de la cultura política cubana desde la era de la colonia, más tarde fomentado por José Martí, el padre de la patria. El marxismo ofreció una utopía material y moral para la comunidad en general. Aunque las dimensiones concretas de la práctica política cambiaron después de 1959, las bases culturales de la política social cubana mantuvieron sus cimientos tradicionales, que se apoyaban en normas liberales, corporativistas, e informales (es decir, anti- institucionales).
El énfasis corporativista en cuanto a jerarquía, armonía colectiva, y regulación en la sociedad contradice los conceptos democráticos modernos de interés propio y la naturaleza incompatible de las relaciones sociales y desatiende la conducta informal de las personas en la vida diaria. Lo informal está más cerca de un patrón de conducta, con su propia lógica, normas, vocabulario, racionalidad económica, e infraestructura emocional, que de un marco intelectual articulado explícitamente. La informalidad socava los principios de los dos primeros paradigmas al desafiar la racionalización institucional y la regulación de la vida. A pesar de su importancia siociopolítica, lo informal ha sido ignorado por lo general ya que es menos visible y, aparentemente, amorfo y por ello difícil de estudiar. Pero lo informal tiene sus propias formas y normas; puede considerarse como una institución informal.
Cuba reprodujo lo informal a lo largo del tiempo como una manera de enfrentar o eludir las demandas del régimen colonial para satisfacer las necesidades tangibles e intangibles de uno mismo, de la familia, y de la comunidad. Desde el punto de vista de lo informal, lo privado sirve de base para lo público. Valora el toque personal, el papel del contacto persona a persona, y el lazo de afecto entre familiares y amigos, por encima de las normas impersonales del Estado. Las personas tienen corazón; las instituciones, no.
Aquellos a quienes uno conoce y quiere, ayudan a satisfacer los intereses tangibles, mientras que las fuerzas impersonales del Estado son, en el mejor de los casos, poco fiables y, en el peor de los casos, un obstáculo.
La informalidad depende de la posibilidad de adaptar las reglas a los gustos de uno y de ignorar normas legales porque somos especiales y reales. Parece infinita su capacidad de racionalizar toda y cada acción sobre la base de que lo más importante es satisfacer las necesidades propias y las de los seres queridos. Precisamente, debido a su inmensa capacidad de justificar lo que podría considerarse como actuar en interés propio, la fundación normativa del comportamiento informal padece, por lo general, de miopía cívica; no ve lo que hay más allá de las redes de afecto y, en el proceso, se despreocupa por la importancia de las instituciones para el bien común. Aunque ser informal no se considera, dentro de la sociedad cubana, un rasgo positivo, goza de una tolerancia o aprecio benigno. Por el contrario, la informalidad se considera, por lo general, lo juicioso, mientras que lo formal se considera pedante.
Lo informal tiene cierta relación con el choteo, un tipo de humor peculiar del cubano que forma parte del paradigma informal. Su peculiaridad cómica consiste en que su blanco es la autoridad, con el propósito de socavar la jerarquía, el orden, la regularización, que son los valores centrales del corporativismo y del modernismo liberal. El choteo ignora la autoridad de la autoridad, haciéndola bajar del pedestal, y constituye una forma de rebeldía. No tiene disciplina ni seriedad, aun en el caso de que lo que se esté tratando sea de la máxima importancia. Refleja el cinismo y el menosprecio por las esferas superiores y por las instituciones de la sociedad.
La informalidad, de origen popular, tiene un efecto paradójico en el gobierno. Al tiempo que establece confianza y colaboración entre pequeños grupos de personas y da lugar a la manifestación de pasiones, intereses, e identidades divergentes, socava las asociaciones mayores, cuya membresía no se limita al contacto personal. Algunos de los aspectos afectivos y las redes de lo informal tienen importancia para la cimentación de una sociedad civil. Las semillas de la virtud cívica y de la asociación cívica se encuentran en una infraestructura similar de solidaridad y confianza. El reto consiste en cómo traducir las normas de lo informal a otras que ayuden a establecer lazos entre las personas hacia organizaciones mayores y hacia la comunidad.
Las prácticas informales son funcionales para quienes las utilizan así como para el gobierno. A un nivel personal, satisfacen necesidades, tangibles y de otros tipos, y, a nivel del Estado, reducen embotellamientos y una oposición más descarada. Al mismo tiempo, la participación en lo informal socializa a las personas en una cultura de ilegalidad. Las acostumbra a infringir las leyes y de esta manera socava los principios del régimen y fomenta la incivilidad.
La política cubana se ha caracterizado tanto por ser una cruzada para fines morales para la nación como por ser una campaña para la exaltación, provecho y prestigio personales. La política ha representado una cruzada para salvar a la nación. Mientras la sociedad en general ha aspirado a un nivel más elevado de orden político moral, en su práctica diaria los actores sociales han socavado sus altas aspiraciones colectivas al recurrir a la informalidad y al anti-institucionalismo. El resultado es una pérdida de fe en los grandes proyectos del Estado moderno, lo que ocasiona la flagelación nacional e inestabilidad social.
Lo irónico es que el pueblo cubano, aunque desencantado, no ha abandonado totalmente sus aspiraciones por una nueva y mejor forma de gobierno y, sin embargo, continúa actuando en su vida diaria de una manera perjudicial para los modelos normativos que tanto estima. A la larga, por consiguiente, la cultura política cubana tendrá la tendencia a influir de manera contradictoria en la transición política y en la democratización. La política de pasión y la de afecto, la tendencia hacia el corporativismo y el deseo de lograr modernidad política ejercerán sus múltiples influencias en la vida de gobierno y en la social de una manera que no será estrechamente liberal, si y cuando se establezca la democracia en Cuba.
Capital social en Cuba: ¿Ayudará a sostener o a corroer la civilidad y la democracia?
Los estudiosos han alegado recientemente que el capital social – las normas y las redes de la sociedad – puede contribuir a crear una mentalidad cívica que, a su vez, tiene repercusiones positivas en la productividad económica y en el desempeño gubernamental. No todas las sociedades parecen estar dotadas con el mismo capital social. Como fuente de capital social, la informalidad cubana y sus redes, que se basan en criterios excluyentes y particularistas, tales como el afecto, el parentesco y la amistad, plantearán problemas para la civilidad y la democracia. Aunque las redes de lo informal ayudarán a construir la sociedad civil y empresas en la economía a medida que amigos y familia formen organizaciones y firmas en un sistema político y económico más abierto, la variante cubana de capital social en el pasado ha tenido la tendencia de ignorar el camino legal y subvertir el Estado. Si bien el capital social de lo informal ha generado confianza y colaboración, lo ha hecho en grupos relativamente pequeños. Esto ayuda a explicar el hecho de que tanto en la Cuba pre-59 como en la economía cubanoamericana predominen las firmas pequeñas. Es probable que estas tendencias continúen después del comunismo y que produzcan organizaciones tipo mafia. Las redes de lo informal favorecerán relaciones personales y tenderán a justificar cualquier y toda acción en tanto que satisfaga deseos personales. Al combinarse con los temas, incertidumbres y retos moralmente cargados que con toda probabilidad conllevará la transición, cabe pensar que se reproducirá, como consecuencia, la lógica de que el fin justifica los medios, típica de la cultura cubana, estableciendo los cimientos de una sociedad civil.
Valores sociopolíticos, actitudes y comportamiento específicos de la sociedad cubana
En una escala diferente de análisis, las características de los valores políticos cubanos, actitudes y comportamiento, especialmente dentro del comunismo, incluyen:
- Responsabilidad social del Estado, que está en favor de una política de prestaciones sociales para los menos afortunados, con el objeto de garantizar un mínimo nivel de bienestar, así como equidad. El apoyo en el Estado ha venido cambiando desde principios de los años 90 – con la llegada de la crisis económica, los cubanos han recurrido más a iniciativas de ayuda propia y repuestas populares a los problemas que enfrentan, puesto que ni el Estado ni los gobiernos locales responden ya a los problemas de la población;
- Nacionalismo en dos versiones, reformista y radical, que coexisten con un rechazo de símbolos patrióticos, especialmente entre la juventud;
- Una proclividad hacia el anti-institucionalismo y el personalismo;
- Una tendencia hacia la espontaneidad y la informalidad, en lugar de formalidad y orden;
- Una propensión al choteo;
- Desocialización en coexistencia con la socialización oficial, lo que contribuye a una ilegalidad muy extendida, infringiendo las normas oficiales de conducta;
- Actitudes opuestas al trabajo, debido a la falta de incentivo material para el trabajo;
- Pesimismo respecto al futuro – una especie de desesperanza aprendida – y un nivel de nihilismo;
- La ausencia de confianza social básica a causa del temor generado por amenazas y mecanismos coercitivos por parte del gobierno;
- Desintegración de la estructura de la familia, lo que, a su vez, ha ocasionado un gran número de problemas sociales; y
- Salida (física o simbólica) de la isla como única
El efecto de los valores cubanos sobre la gobernabilidad, la democracia y la vida social
La combinación de estas actitudes, valores, y patrones de conducta será un desafío para cualquier tipo de gobierno post-transición. Afectará la calidad de la democracia que desarrolle Cuba, así como a la sociedad civil y política que surja después de la transición, y tenderá a imprimir incivilidad en la textura social. La función de gobernar, atrapada dentro del contexto de inseguridad, incertidumbre y privaciones materiales que probablemente existirán durante la transición, será algo muy difícil. Es probable que la economía de escasez, típica del socialismo cubano, continúe durante la transición e inmediatamente después, y no ofrezca el terreno más fértil para que prosperen los valores cívicos. Un cierto número de estas actitudes negativas podrá cambiarse alterando el sistema económico, dando incentivos para trabajar y brindando oportunidades para la intervención eficaz en política, en las que la participación política o civil sea auténtica y donde la salida real o metafórica de la comunidad política no sea la única alternativa.
El pueblo cubano sí tiene algunos valores y recursos que permitirán la creación de una sociedad civil llena de energía, lo cual es un componente importante de la vida democrática. Junto con un nivel relativamente alto de educación y otros índices de modernidad, tales como vida urbana y acceso a los medios de comunicación, la sociedad cubana tiene unos cimientos parciales para una transición y consolidación democrática.
Opciones y recomendaciones de la política a seguir
Consideraciones generales:
La programación social es, en el mejor de los casos, una proposición monumental, cuyo historial, en términos de iniciativas y resultados de determinadas políticas en EE.UU., es variado, aun en las evaluaciones más optimistas;
- La influencia de UU. no se traducirá necesariamente en los resultados deseados; será necesaria una gran dosis de humildad;
- No es solamente cuestionable la programación social en lo referente a valores en cuanto a su utilidad práctica, sino que también conlleva riesgos considerables, no siendo el menor de ellos el de despertar y alimentar sentimientos anti-Estados Unidos; y
- Debe mantenerse un difícil equilibrio entre el respeto por las tradiciones, valores y comportamientos nacionales y el fomento de los valores cívicos que respalden la democracia.
La democracia cubana no será necesariamente similar a la versión liberal de Estados Unidos. Hay que procurar no repetir los errores del pasado, concretamente la idea superficial de que el Estado y la comunidad internacional, incluyendo Estados Unidos, pueden dictar un conjunto de actitudes y valores pro sociales que puedan transmitirse a través de las escuelas o de los medios de comunicación. Esta especie de adoctrinamiento “benigno” tenderá a ser rechazado como lo fue en el pasado y lo es en el presente en países de Europa oriental.
Las directrices concretas de política a seguir que se ofrecen más abajo tienen dos objetivos principales: el hardware de la política (instituciones) y el software (actitudes, normas, valores y comportamiento). La relación entre instituciones y valores es interactiva y hace que se fortalezcan mutuamente. El cambio de instituciones debiera producir el cambio de valores, pero el proceso no es ni lineal ni automático. El fomento de las instituciones típicas de una democracia – separación de poderes, partidos políticos que compiten entre sí, elecciones libres y justas, reconocimiento de los derechos civiles y, por lo menos, un mínimo de derechos socioeconómicos – puede contribuir a la transformación de normas sociales en normas pro cívicas. Es vital la existencia de instituciones legítimas, eficaces y representativas.
Lo más probable es que la democracia que se podría crear sea social democrática, que valorará un nivel de equidad social. Esta tradición está relacionada con el corporativismo y el comunalismo, tendencias que el socialismo ha acentuado pero que estaban presentes como la principal visión política del mundo desde los primeros días de la República. Es muy importante reconocer esto teniendo en cuenta la campaña anti- neoliberal en todo el mundo y el desencanto con el liberalismo en algunos países de Europa oriental. El cambio de las estructuras políticas y económicas y el ofrecimiento de incentivos políticos y tangibles a los ciudadanos corregirá algunos de los rasgos que llevaron a la apatía, al comportamiento improductivo y a las actitudes antisociales. Sin embargo, las reformas estructurales no son, por sí solas, suficiente garantía para la civilidad. La política de EE.UU., siempre que sea posible, deberá contar con la comunidad internacional (gobiernos, agencias multilaterales, y Organizaciones No Gubernamentales (“ONG”)) en esta tarea.
Recomendaciones concretas sobre la política a seguir
Ayuda de emergencia al gobierno sucesor/de transición. Esto permitiría satisfacer valores tangibles y daría los incentivos tangibles para demostrar que el gobierno es capaz de cumplir. La finalidad es demostrar que la democracia es buen negocio. Sin embargo hay que proceder con cuidado para no acentuar la propensión a recibir prestaciones sin trabajar.
La reconstrucción de la memoria histórica. Es necesario hacer una campaña con este fin. Debería incluir perspectivas múltiples y opuestas del pasado republicano y revolucionario. En términos de opciones de política a seguir, esto significa el financiamiento del trabajo histórico (becas, historias verbales, documentales, etc.) que llegarían a la población y a las escuelas (desde primaria hasta la universidad). Este proceso conllevaría la arqueología esencial de la cultura política de Cuba y la práctica política en un clima de libertad de expresión. Tal iniciativa contribuiría a los nuevos libros de texto de historia para estudiantes de primaria, de secundaria, y universitarios. También tendría la misión de servir a la verdad, la justicia y la reconciliación.
Educación. a) Un Programa de Educación Cívica (PEC) a nivel universitario, similar al “Civic Education Program” (CEP) con base en la Universidad de Yale y que patrocina programas educativos en ciencias sociales en toda la Europa oriental. El CEP patrocina a estudiosos que visitan universidades europeas en las áreas de ciencias sociales. Al igual que el CEP los esfuerzos pro educación en Cuba debieran financiar y respaldar la enseñanza de historia y política cubana en los principales centros académicos dentro y fuera de la isla; y b) Un plan de estudios nacional revisado, desde el preescolar hasta secundaria, que incluya un componente “suave” de estudios cívicos y sociales.
Merece la pena tener en cuenta dos ejemplos de reformas recientes en planes de estudios: el húngaro y el británico.
Intercambios profesionales. Los líderes políticos cubanos, funcionarios del gobierno y burócratas, representantes de la sociedad civil, académicos y líderes empresariales debieran tener intercambios con sus homólogos de Estados Unidos, Europa, América Latina y de otros países. Hay muchos programas de este tipo financiados privada y públicamente, y Cuba debiera estar incluida en los mismos lo antes posible. Cuba debiera colaborar y apoyar a la sociedad civil y política en términos de la transnacionalización de estos grupos y la creación de enlaces y comunidades epistémicas. Debiera ponerse el máximo énfasis en aquellos agentes que prometen fomentar el cambio.
Mecanismos anti-corrupción. A Cuba le convendría mucho participar en tales esfuerzos a nivel del gobierno oficial y a nivel de la sociedad civil, que representa el campo de mayor promesa en la región. No solo se toma en cuenta la autorregulación del gobierno sino también la vibrante sociedad civil y las asociaciones Estado-sociedad que sirven como perro guardián contra las prácticas corruptas en todos los niveles del gobierno, desde el local hasta el nacional. Los cambios en este frente representan un cambio normativo en América Latina, algo que apunta claramente a la creciente aversión a la corrupción y a sus nefarios efectos en la textura de la política y de la sociedad. La política de anticorrupción y de moralidad han sido los puntos cardinales en la política cubana tanto antes como después de 1959. Las campañas de la sociedad civil y de la sociedad política en este sentido contribuirían a dar legitimidad al sistema.
Refuerzo de la sociedad civil y oferta de ayuda a las ONG (Organizaciones No Gubernamentales). En términos prácticos esto significa que los mecanismos para crear y mantener una organización independiente, desde control presupuestario y fuentes de ingresos, hasta formas de llevar a cabo una reunión, relaciones con los medios de comunicación, y técnicas de cabildeo, así como provisión de financiamiento. El National Endowment for Democracy (Fondo Nacional de Ayuda para la Democracia) podría ser de ayuda en este sentido.
Medios de comunicación. Una campaña suave de relaciones públicas en la televisión y vallas publicitarias podría presentar a estrellas populares transmitiendo mensajes referentes a civilidad, tolerancia, respeto al prójimo y al medio ambiente, y responsabilidad social. Otra parte de este paquete sería un grupo de programas para niños, que fomente actitudes cívicas. Esta tarea de coordinar los esfuerzos de los medios de comunicación cívicos podría ser asignada al Foro Cívico. Los medios de comunicación son esenciales para promover actitudes cívicas ya que dan información, alientan la discusión sobre temas importantes, y proporcionan una plataforma para perspectivas opuestas entre sí, al tiempo que atenúan el sensacionalismo y la demagogia.
Para este fin, es necesario fomentar el desarrollo de periodistas profesionales y medios de comunicación independientes. Deben diseñarse varios programas para contribuir a ese doble esfuerzo, incluyendo, entre otros, la capacitación de periodistas – un programa así existe en la Universidad Internacional de la Florida, que ofrece un Máster en Periodismo en español, y tiene un programa especial para periodistas cubanos – medios de comunicación alternativos, y campañas de educación cívica. Radio y TV Martí podrían jugar un papel inapreciable durante la post-transición si los programas se ajustaran al público receptor. Es indispensable que la programación sea inteligente.
También las ONG deben tener acceso a los medios de comunicación y debieran recibir ayuda para el desarrollo de campañas en medios de comunicación, para temas de importancia. Tampoco debe ignorarse el papel de Internet. A través de Internet, los ciudadanos y las ONG pueden no solo ser informados sino que también pueden expresar opiniones y vigilar la conducta del gobierno mediante el acceso a desembolsos presupuestarios y cartas a los representantes, entre otras actividades.
Forma de gobierno y administración pública eficiente, transparente y accesible.
La reforma de la administración pública en términos de dar nueva capacitación a los burócratas, dentro de la filosofía de que el servicio público es un servicio que debe rendir cuentas al ciudadano/contribuyente, y que los funcionarios públicos no tienen derecho a privilegios especiales. Fomentar foros para debates y campos en los que expertos y activistas de ONG puedan influir en asuntos de interés público. Prestar ayuda técnica al gobierno en todos los niveles para aumentar la capacidad y la eficiencia del gobierno.
Ofrecer capacitación a líderes seleccionados a través de AID y NED y apoyar el establecimiento de una Comisión de Ética.
Un foro cívico. Los esfuerzos post-transición debieran incluir la creación de un foro cívico diversificado que se ocupara de los valores y de la cultura política en general al tiempo que se discuten temas nacionales e internacionales. Esta especie de foro serviría como un campo de discusión pero también como ejemplo de civilidad y como herramienta de enseñanza para la sociedad en general, unida por un objetivo común de crear una nación cívica.
Trabajo con municipios. La política a seguir debe respaldar la reforma de los gobiernos locales y dirigir los recursos a quienes tratan con la mayor parte de los problemas de la población cubana. Los municipios han respondido bien a las necesidades de los ciudadanos, convirtiéndose así en un depósito de buena voluntad.
Iniciativas basadas en la comunidad. Los instrumentos de política tales como micropréstamos e iniciativas de autoayuda a niveles populares debieran consultar con grupos locales y con oficiales locales. La relación entre ciudadanos, gobierno local, y ONG hará frente a los problemas locales trabajando juntos. Estos tipos de iniciativas son cruciales para potenciar a los ciudadanos, desarrollar capital social y convertir la democracia en una realidad.
Solución de conflictos y programas de capacitación para la solución de conflictos. Los líderes de la sociedad política y civil pueden beneficiarse de una capacitación en conocimientos y procesos de mediación. Algunos de estos esfuerzos, de forma embrionaria, han empezado en Cuba en el Centro de Formación Cívica de la Iglesia Católica en Pinar del Río y el Centro Martin Luther King en la Habana. Tomando estos esfuerzos como punto de partida se conseguiría un efecto multiplicador.
Derechos humanos y la administración de justicia. El fomento de los derechos humanos necesita no solamente el reconocimiento legal en la Constitución sino también un esfuerzo político y social que incluya: a) la reestructuración del poder judicial y de la profesión legal; b) nueva formación de las fuerzas de la policía; c) ayuda y capacitación a los activistas en derechos humanos; y d) la educación de la sociedad en general. El gobierno y la oposición deben reconocer los abusos anteriores en materia de derechos humanos, algo que debiera formar parte de la campaña para reconstruir la memoria histórica, mencionada anteriormente.
Relaciones entre civiles y militares. La academia, la sociedad civil, y los partidos políticos necesitan apoyo al tomar en consideración opciones para la supervisión de las fuerzas armadas. Entre las actividades podrían estar la aprobación de legislación, nuevos programas de formación para los militares y financiamiento de ONG y centros académicos.
Educación para una ciudadanía responsable en materias de economía. A través de capacitación, educación y campañas en los medios de comunicación, se debiera insistir en la importancia de la responsabilidad en materias de economía en su calidad de consumidores en una economía de mercado. Tal formación podría incluir talleres y asesoría económica en asuntos de préstamos, tarjetas de crédito, inversiones, y ahorros.
Apoyo y capacitación para elecciones. También son esenciales las infraestructuras de tecnología y de educación para campañas políticas.
Conclusión
La cultura política de Cuba, ¿es un campo acogedor para la democracia? Las herencias de colonialismo, corporativismo, democracia fracasada, autoritarismo y socialismo, ¿son conducentes a una transición democrática, o subvierten un tipo de gobierno democrático? El pasado no tiene porqué determinar el futuro. El pasado de Cuba no imposibilita una democracia, si bien la cultura popular de pasión, afecto, e informalidad tiene la tendencia a conspirar contra la misma. Los paradigmas que compiten entre sí, típicos de la cultura cubana en el pasado (moderno/liberal, corporativista, y el informal) seguirán ejerciendo influencia en la política cubana. Durante la transición, y después de ella, la persecución de elevados fines morales absolutos mediante cualquier medio necesario – la política de la pasión – se combinará con la política del afecto, en la que el excepcionalismo personal facilitará la lógica de ignorar las formalidades de las estructuras, procedimientos, y normas del Estado, para satisfacer pasiones e intereses personales. Las emociones desempeñarán su característico papel doble: contribuir tanto a la construcción como a la destrucción del orden político. Combinadas con el conflicto de los marcos normativos, típico de la cultura política cubana, pondrán a prueba una vez más a la nación Estado, sus principios modernos, y la democracia liberal. Las perspectivas de democracia a largo plazo se debilitan debido a una economía política inhospitalaria que exigirá una austeridad continua dentro del futuro previsible.
La democratización en Cuba probablemente no cumplirá con las normas académicas de una democracia liberal o con las expectativas de la mayoría. La democratización que se producirá será a la cubana. Cuando se implemente la democracia en Cuba, si es que esto ocurre, se enfrentará a una fuerte tendencia hacia la incivilidad en las sociedades política y civil. Esa incivilidad emanará de, entre otras fuentes, la política de la pasión y la política del afecto. Harry Eckstein alega que las “disparidades equilibradas” son necesarias para la estabilidad democrática (Eckstein, 1992). Una de esas disparidades es la presencia tanto del vínculo afectivo como de la neutralidad afectiva hacia el sistema político. Si los problemas que se afrontan tienden a estar cargados en los aspectos fundacional y moral, la política pierde ese equilibrio y la sociedad civil se convierte en incivil a medida que se persigue la política apasionadamente. Este es concretamente el caso en que las instituciones son débiles y no existe un consenso sobre valores democráticos.
La redefinición de la comunidad política, el revanchismo, los sentimientos conflictivos acerca de los cubanos en Miami, maniobrando para lograr posiciones de autoridad y privilegio económico, temas no resueltos en cuanto a acuerdos sobre propiedades, la dolorosa economía en el futuro próximo y la división racial, se combinan para hacer que la transición sea problemática y cargada emocionalmente. Las diferencias de clases serán cada vez más marcadas entre una población que ha estado acostumbrada a un mínimo de igualdad. El sector social más problemático lo constituye la juventud, especialmente el poder de los desvinculados. Los disturbios que tuvieron lugar en la Habana Vieja en verano del 1994 indican la posibilidad de una explosión social, que podría demorarse hasta mucho después del cambio de régimen. La vulgarización de la calle, la mentalidad de que “todo vale”, y la incivilidad que conllevan los fenómenos también perdurarán.
La tradición de inflación retórica y de demagogia puede encontrar un campo fértil durante la transición. Las reformas del mercado, especialmente si están introducidas bajo un capitalismo despiadado, no solo aumentarán los padecimientos del cubano de la calle sino que también fomentará la incivilidad y el desencanto con el nuevo orden. La euforia de la empresa privada también podría validar el concepto de que en este sistema de individualismo implacable todo vale, incluyendo la corrupción y el “gangsterismo”. El capital de la red será cada vez más importante a medida que los antiguos funcionarios recurran a sus relaciones en un intento de conseguir sus posiciones económicas en un régimen postsocialista, lo que es un patrón común en transiciones del socialismo en todos los demás lugares.
Si Putnam tiene razón de que la mentalidad cívica es un buen augurio del éxito democrático y del desarrollo económico, llegaríamos a la conclusión de que el futuro de la democracia en Cuba difícilmente será brillante (Putnam, 1933). El tiempo del mundo ofrece una manera de hacer frente a este dilema: la libre empresa es un Estado menos sobrecargado que proporciona un mínimo de red de seguridad. Pero el pueblo cubano espera y necesita más. Su deseo se basa en una paradoja: un Estado más pequeño que garantice libertades económicas y políticas además de una pequeña cantidad de apoyo tangible, dentro del contexto de una economía en bancarrota. Estas expectativas parecen estar condenadas a no cumplirse.
Acerca del autor
Damián J. Fernández es Profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Internacional de la Florida, en Miami, Florida. Es el autor de Cuba and the Politics of Passion (2000) y Cuba’s Foreign Policy in the Middle East (1988). El Dr. Fernández es también el editor de Cuban Studies Since the Revolution (1992) y coeditor, con Madeline Cámara, de Cuba, the Elusive Nation: Reinterpretations of National Identity (2000) y, con Jaime Suchlicki, de Cuban Foreign Policy: The New Internationalism (1988).
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