Los debates contemporáneos sobre la idea comunista en la teoría neomarxista contemporánea han replanteado la relación entre esa ideología de la izquierda de los siglos XIX y XX y la democracia, entendiendo por ésta última, la multiplicidad de formas representativas y pluralistas de gobierno que pueden identificarse en el siglo XXI, en la mayoría de los países del mundo. Pensadores neomarxistas muy heterogéneos como Ernesto Laclau, Chantal Mouffe, Michael Hardt, Étienne Balibar, Emmanuel Terray o Slavoj Zizek, han entendido el comunismo más como una radicalización de las instituciones y leyes básicas de la democracia, que como una destrucción de ese marco legal e institucional que adopta modalidades diversas en el mundo.[1]
Ver, por ejemplo, Slavoj Zizek ed.,, La idea del comunismo, Madrid, Akal, 2014, pp. 21-48 y 219-226 [1]
Podría pensarse que esa manera de entender la relación entre comunismo y democracia es nueva, propia del contexto posterior a la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría. Pero lo cierto es que la idea de que el comunismo, como corriente política legítima en cualquier país de la tierra, no es irreconciliable con la democracia, es vieja. Paradójicamente, en el momento de más clara institucionalización totalitaria del comunismo en la URSS, que siguió al VII Congreso de los Soviets en 1935, y que sentó las bases de la Constitución aprobada al año siguiente y redactada por Stalin, ganó fuerza esa idea.
Luego, en los años 70, como advirtiera muy temprano Balibar en su crítica a las tesis del XXII Congreso del Partido Comunista francés de 1976, volvió a manejarse la idea de una conciliación entre comunismo y democracia.2 En ambos momentos, los 30 y los 70, Moscú defendió el argumento de que los comunistas del mundo debían contribuir a la construcción de democracias y estados de derecho en sus respectivos países, ya que no estaban dadas las condiciones para hacer la revolución y transitar aceleradamente al socialismo. De hecho, desde Stalin hasta Gorbachov, tal vez haya sido esa la línea fundamental de Moscú en Europa y América Latina.
Étienne Balibar, Sobre la dictadura del proletariado, Madrid, Siglo XXI, 2015, pp. 11-29. [2]
Cuba tampoco fue una excepción, por lo menos hasta 1961, en ese involucramiento de los partidos comunistas en la construcción de democracias nacionales. Por más de veinte años, entre mediados de los 30 y el inicio del régimen político que derivó de la Revolución Cubana, los comunistas de la isla fueron partidarios de la democracia en Cuba. El comunismo cubano pugnó durante esas tres décadas por una presencia sostenida en la esfera pública, por una participación en todos los ejercicios electorales y por una intervención decisiva en los procesos constituyentes de la isla.
Como ha recordado la investigadora Caridad Massón Sena, tras el Séptimo Congreso de la Internacional Comunista de 1935, un pleno del partido cubano propuso el paso de una estrategia revolucionaria de “clase contra clase” a una política “frentista”, basada en la “colaboración entre clases”, la lucha por la ampliación de derechos civiles y políticos, la autonomía universitaria, la amnistía de opositores presos y la convocatoria a una Constituyente libre y soberana.3 Todas esas demandas eran compartidas por la mayoría de las asociaciones políticas surgidas de la Revolución de 1933, por lo que el programa político de aquella izquierda gravitaba hacia un centro de alianzas y consensos.
Caridad Massón Sena, “Los comunistas y la Constituyente del 40”, Calibán. Revista Cubana de Pensami [3]
La necesidad de un nuevo Constituyente fue uno de los puntos más defendidos por los comunistas cubanos. La Revolución del 33, la propia transformación de la sociedad cubana, la abrogación de la Enmienda Platt de 1934 y el paso del siglo, hacían necesaria una reformulación del pacto constitucional de 1901, que ya caducaba. El texto de la primera Constitución republicana era clásicamente liberal y un nuevo constitucionalismo, tanto en Europa como en América Latina, algunos de cuyos hitos serían la Constitución Mexicana de 1917, la de la República Weimar y la de la Segunda República española, presionaba a favor de un mayor contenido social.
Los comunistas cubanos suscribieron ese nuevo constitucionalismo no sólo por sus simpatías ideológicas con la ampliación de los derechos sociales, especialmente para la clase trabajadora, obrera o campesina, sino porque, en sintonía con el liberalismo político, pensaban que tras la Revolución del 33 y el surgimiento de ese nuevo sistema de partidos, del que formaban parte, era necesaria una reconstrucción de la democracia en la isla. Es importante desarrollar un poco más esto último porque ni en la historia oficial ni en la nueva historia crítica del comunismo cubano se le da la importancia que merece.
Una premisa del constitucionalismo comunista, que observamos en la Constitución estalinista de 1936, en la maoísta de 1954 o en la cubana de 1976, es que el proceso constitucional es asumido como una codificación jurídica de un nuevo orden social, creado por el cambio revolucionario.4 En Cuba, en los años 30, lo mismo que en el México revolucionario o que en la Constitución populista de Perón en Argentina, en 1949, estudiada por Gabriel L. Negretto, el proceso constituyente que los comunistas respaldaron no era la codificación de un nuevo orden social sino un marco de consenso para un campo político diferente, surgido del mismo orden social.5 Los comunistas cubanos suscribían, por tanto, un principio básico del constitucionalismo de las izquierdas no comunistas, es decir, de las izquierdas populistas y nacionalistas revolucionarias de mediados del siglo XX.
J. V. Stalin, Constitución de la URSS, México D.F., Editorial Dialéctica, 1937, pp. 89-110. [4] 5 Gabriel L. Negretto, La política del cambio constitucional en América Latina, México D.F., FCE/ CID [5]
Recordemos: la coyuntura que llevó a la convocatoria al nuevo Constituyente se origina en 1934, cuando la Ley Constitucional de ese año adapta la vieja Constitución de 1901 al derrocamiento de Gerardo Machado, eliminando las reformas de la prórroga de poderes introducidas por la dictadura en 1928. El argumento de aquellos constitucionalistas era que la Constitución de 1901 comenzaba a resultar inadecuada, pero que era más expedito acomodarla al nuevo contexto que reformarla. Al año siguiente, en 1935, se proclamó otra Ley Constitucional, muy parecida a la anterior, “sin más modificaciones que las autorizadas por la necesidad de dejar en ella consignadas las conquistas de la Revolución”.6 La demanda de un nuevo Constituyente, que se advertía por entonces, no hizo más que crecer entre 1935 y 1939 y los comunistas se sumaron a la misma.
Leonel Antonio de la Cuesta, ed., Constituciones cubanas, Nueva York, Ediciones Exilio, 1974, p. 20 [6]
En la elección de delegados a la Asamblea Constituyente de 1939, el partido Unión Revolucionaria Comunista, ganó 97 944 votos, siendo el tercero más votado de la coalición oficial, bajo el liderazgo de Fulgencio Batista. Sólo el Partido Liberal y el Unión Nacionalista superaron a los comunistas dentro del bloque batistiano. A pesar del buen resultado, que les confirió seis delegados en el Constituyente, los comunistas se integraron al bloque minoritario de la Asamblea, ya que el grupo parlamentario opositor, conformado por auténticos, menocalistas, Acción Republicana, ABC y Partido Agrario Nacional, superó en más de 13 000 votos a su rival. Los seis delegados comunistas a la Asamblea fueron Blas Roca, Secretario General de la organización, el intelectual Juan Marinello y los dirigentes César Vidal, Salvador García Agüero, Romárico Cordero y Esperanza Sánchez Mastrapa.
Se trataba de una pequeña pero diversa representación que incluía obreros, campesinos e intelectuales de clase media, negros, mulatos, blancos y mujeres. No se ha dicho lo suficiente, aún, sobre la temprana captación de la multiculturalidad cubana en la política comunista, anterior a la Revolución. Fueron los comunistas cubanos algunos de los que en la esfera pública de la isla, adelantaron más claramente los valores de la tolerancia y el pluralismo, el rechazo a la discriminación racial y el apoyo a los derechos civiles y políticos de las mujeres, que caracterizan a las democracias contemporáneas.
Son conocidas las intervenciones de aquellos delegados en el debate y la redacción de los artículos constitucionales que dilataron los derechos sociales de la ciudadanía cubana, como los que comprenden los títulos V, VI, referidos a la familia, la cultura, el trabajo y la educación.7 Los comunistas se destacaron en la defensa de la educación laica, de la proscripción del latifundio, de la equidad salarial, de la jornada de ocho horas, de la protección a la maternidad, del rechazo a la discriminación racial y de la ampliación de las libertades sindicales. Pero también respaldaron buena parte de los artículos que inscribían el texto del 40 en la tradición liberal democrática, como los relacionados con la amplia dotación de derechos individuales, la división de poderes, los elementos semiparlamentarios del régimen político o la introducción de mecanismos de democracia directa como el referendo, asegurado por el artículo 98º.
Andrés Mª Lazcano y Mazón, Constitución de Cuba. Con los debates sobre su articulado y transitorias [7]
Es interesante advertir el contenido del artículo 102º, que garantizaba el pluripartidismo, y que los comunistas aceptaron. Dicho artículo dice: “es libre la organización de partidos y asociaciones políticas. No podrán, sin embargo, formarse agrupaciones políticas de raza, sexo o clase”.8 Los comunistas cubanos concordaban, entonces, con pertenecer a un sistema de partidos que reafirmaba un principio republicano básico, según el cual estaban prohibidos los partidos de clase ¿No era, acaso, el Partido Comunista cubano un partido de clase, definido, justamente, como la vanguardia del proletariado en alianza con el campesinado? El liderazgo comunista de la isla se sobreponía a la contradicción esgrimiendo la tesis del Comintern a favor de la colaboración entre clases.
Ibid, p. 262. [8]
Los comunistas, sin embargo, defendieron su ideología en algunos de los debates más sonados del Constituyente. Apoyaron la invasión soviética a Finlandia de noviembre de 1939, cuando los finlandeses se negaron a ceder a Stalin el istmo de Carelia y a permitir la instalación de bases navales de Moscú. Fueron de los pocos que se opusieron –y esto es de la mayor importancia- a las restricciones para que extranjeros se insertaran en las instituciones educativas, culturales y académicas de la isla, que finalmente se plasmaron en el artículo 56º, defendido por Jorge Mañach y Joaquín Martínez Sáenz, dos líderes del ABC, que establecía que sólo “maestros cubanos por nacimiento” -“mediante textos de autores de la misma condición”- podían enseñar Literatura, Historia, Geografía, Cívica y Constitución en “todos los centros docentes, públicos o privados” de la isla.[9]
Ibid, p. 254. [9]
5A pesar de ser minoría, los comunistas lograron polarizar varias veces la Asamblea Constituyente. Sin embargo, el eje de la tensión ideológica en aquel congreso no fue el que dividía un polo comunista y otro anticomunista, como sostiene una parte importante de la historiografía de la isla. Es difícil asimilar en un campo “anticomunista” a auténticos, abecedarios, liberales o menocalistas, ya que antes del macarthysmo y, especialmente de la Guerra Fría, el nacionalismo revolucionario que compartían unos y otros no excluía al comunismo, al anarquismo y a diversas modalidades de socialismo del campo político. En los debates compilados por Andrés Lazcano y Mazón, en 1941, y más recientemente por Néstor Carbonell Cortina, se observa una posición mayoritaria a favor de la legitimidad del partido comunista y de superación del liberalismo clásico por medio de la atribución de un rol mayor al Estado en la economía y la sociedad.
Los comunistas no sólo contribuyeron a echar a andar aquella democracia: también intervinieron de manera continua a su desarrollo, por lo menos, hasta las elecciones 1954. Como se lee en los estudios de Mario Riera Hernández, el PSP formó parte del primer gobierno de Batista y luego integró coaliciones políticas o presentó su propias fórmulas presidenciales y vicepresidenciales en las elecciones de 1944, 1948 y 1952. Juan Marinello, por ejemplo, fue representante de 1942 a 1944 y ese año, cuando el partido se integra a la alianza con los Demócratas, los Liberales y el ABC, encabezada por Carlos Saladrigas y Ramón Zaydín, y pierden, pasa al Senado.[10]
Mario Riera Hernández, Cuba republicana. 1899-1958, Miami, Editorial AIP, 1974, pp. 27-30. [10]
Es notable, en términos de pragmatismo o realpolitik, el giro electoral que da el PSP en 1944, aliándose con algunos partidos y líderes con los que arrastraba profundas diferencias ideológicas desde los años 30. En las elecciones siguientes, las de 1948, en medio de la hegemonía auténtica y la escisión del Partido Ortodoxo, encabezado por Eduardo Chibás, los comunistas decidieron ir solos a las contienda, con la candidatura presidencial de Marinelo y la vicepresidencial del líder sindical Lázaro Peña. Marinello llegó a obtener entonces cerca de 143 000 votos, casi la mitad de los que obtuvo Chibás y la cuarta parte del sufragio favorable al vencedor, Carlos Prío Socarrás.
18En las elecciones de 1952, los comunistas tenían previsto repetir la fórmula Marinello-Peña, pero en la prensa de la isla hubo rumores de una nueva alianza con Batista, hasta enero de aquel año. Batista exigió entonces a los comunistas que definieran cuál sería su posición “en caso de guerra entre las Naciones Unidas y la Unión Soviética” y Blas Roca rechazó, públicamente, la oferta del general. Todavía en 1954, a dos años del golpe de Batista, una parte de la dirigencia comunista consideró la conveniencia de respaldar la candidatura del Partido de la Cubanidad, que postuló a Ramón Grau San Martín como presidente y a Antonio Lancís Sánchez como vicepresidente. A pesar de las restricciones que impuso el Tribunal Supremo Electoral al PSP, luego del golpe de Estado, los comunistas, que habían descalificado el asalto al cuartel Moncada y reprobaban la vía violenta, hicieron campaña negativa contra Batista en las elecciones de 1954.
19Esta larga historia de intervención de los comunistas cubanos en el gobierno representativo y el juego político electoral de la democracia no es excepcional en América Latina. En casi todos los países de la región hubo experiencias similares hasta bien entrada la Guerra Fría, como prueban los casos de Perú, Chile, Argentina, Uruguay o México. Esa historia podría ayudar a comprender mejor las tesis contemporáneas sobre la radicalización y la pluralización de la democracia que se manejan, sobre todo, en el campo neomarxista de las ciencias sociales. Pero también permitiría cuestionar con mayor fundamento la premisa ideológica y política, aún hegemónica dentro de la isla, que postula la incompatibilidad teórica y práctica entre el socialismo y la democracia.
por Rafael Rojas
Notas
[1] Ver, por ejemplo, Slavoj Zizek ed.,, La idea del comunismo, Madrid, Akal, 2014, pp. 21-48 y 219-226. Var también los clásicos de Ernesto Laclay y Chantal Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista: hacia una radicalización de la democracia, México D.F., FCE, 2004, y Ernesto Laclau, La razón populista, México D.F., FCE, 2005, pp. 199-218.
[2] Étienne Balibar, Sobre la dictadura del proletariado, Madrid, Siglo XXI, 2015, pp. 11-29.
[3] Caridad Massón Sena, “Los comunistas y la Constituyente del 40”, Calibán. Revista Cubana de Pensamiento e Historia, Octubre-Noviembre-Diciembre, 2009, http://www.revistacaliban.cu/articulo.php
[4] J. V. Stalin, Constitución de la URSS, México D.F., Editorial Dialéctica, 1937, pp. 89-110.
[5] Gabriel L. Negretto, La política del cambio constitucional en América Latina, México D.F., FCE/ CIDE, 2015, pp. 156-184
[6] Leonel Antonio de la Cuesta, ed., Constituciones cubanas, Nueva York, Ediciones Exilio, 1974, p. 209.
[7] Andrés Mª Lazcano y Mazón, Constitución de Cuba. Con los debates sobre su articulado y transitorias en la Convención Constituyente, La Habana, Cultural S.A., 1941, t. I, pp. 3-14, 330-340, 515-420 y 580-590.
[8] Ibid, p. 262.
[9] Ibid, p. 254.
[10 Mario Riera Hernández, Cuba republicana. 1899-1958, Miami, Editorial AIP, 1974, pp. 27-30.
Referencias
Rafael Rojas, « Comunistas en democracia. El orden constitucional de 1940 en Cuba y la estrategia electoral del comunismo », Conserveries mémorielles [Online], #20 | 2017, Online since 01 April 2017, Connection on 24 May 2022. URL : http://journals.openedition.org/cm/2661
Fuente:
https://journals.openedition.org/cm/2661?lang=en#bodyftn1
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