Archivos C40

Carta de Carlos Manuel de Céspedes al presidente Ulysses S. Grant (12 de enero de 1872)

Carlos Manuel de Céspedes

A Su Excelencia el General U. S. Grant, Presidente de los Estados Unidos de América.

Residencia del Ejecutivo,

12 de enero de 1872; quinto año

de nuestra Independencia.

Señor Presidente:

Alentado por las nobles palabras dirigidas a este país en su último mensaje, palabras que han merecido la gratitud de todos los cubanos en armas contra España, no dudo en dirigirme a usted, en ausencia de un representante reconocido en su República, aunque quizás corra el riesgo de ver desestimada la alta posición que ocupo. Su mensaje, honorable señor, afirma con razón que la prolongación de la actual situación en Cuba y la falta de perspectivas de un arreglo generan inquietud y agitación en los Estados Unidos. La reserva de un estadista y su natural modestia le impidieron, sin duda, añadir que era una fuente de constantes problemas para el Gobierno estadounidense, dificultando al menos su actitud hacia España y sus relaciones con ese país, obligándolo a mantener, para proteger los intereses de sus ciudadanos, una costosa escuadra en aguas cubanas. Incluso si las razones anteriores no existieran, podría haber basado sus temores en las inconsistencias del Gobierno español y la desmoralización de la mayoría de sus funcionarios.

Así fue como usted hizo la admirable recomendación de prohibir a los ciudadanos estadounidenses adquirir propiedades en países donde existe esclavitud, condenando con esto, aunque indirectamente, con su desaprobación y disgusto, a una nación que, aunque se considera libre, mantiene y fomenta esta institución en la medida de sus posibilidades. Una prueba de la desmoralización a que he aludido se encuentra en el hecho de que se ha propuesto, en la península, arrendatizar las aduanas de Cuba, por una gran cantidad, a fin de evitar los inmensos fraudes que se cometen.

La situación actual en Cuba constituye una guerra cuya existencia España, con injustificable tenacidad, persiste en desconocer, llevando su presunción hasta el extremo de comprometerse a impedir que otras naciones lo hagan, como si no tuvieran derecho a actuar según su propia elección en tal asunto, y como si la guerra que libran los cubanos contra la dominación española no fuera una guerra de emancipación política, marcada no solo por los excesos de cada lucha, sino por todos los horrores que el carácter español ha impreso en todas las guerras en las que España ha participado. La crueldad ha sido tan extrema, señor, que no solo se ejecuta a los hombres hechos prisioneros con las armas en la mano, sino también a los desventurados que, indiferentes a la lucha y desarmados, han permanecido en los distritos rurales donde nacieron o se criaron; todos aquellos que, sin participar en la contienda, viven fuera de las ciudades, ya sea por falta de recursos o por no estar acostumbrados a la vida urbana. Pero, como todo lo anormal, falso y que no se basa en los fundamentos inamovibles de la justicia, esta negación de la existencia de una guerra por parte del Gobierno Peninsular se ha considerado insostenible. Dicho Gobierno ha aplicado en vano el nombre de bandidaje a la revolución cubana, llevada a cabo por un ejército organizado, que es conducido diariamente a la batalla y a la victoria por oficiales de distintos grados, sujetos, como los soldados, a una ley de organización militar, castigados, en caso de cualquier delito menor, por disposiciones legislativas y recompensados ​​por estas según sus méritos.

El «Diario de la Marina» puede considerarse el órgano de las autoridades españolas de Cuba; esta publicación dedica su columna editorial, además de otras, casi exclusivamente a la guerra en Cuba. Y tanto en sus artículos originales como al insertar decretos del gobierno local, dando margen a la razón y al sentido común, admite la existencia de este estado de guerra, lamenta las pérdidas que esto causa a las fortunas y, aunque fiel a sus instintos españoles, honra el progreso y la mejora humana sin consideración alguna, su tono es muy alto y pomposo respecto a todo lo relacionado con la pérdida de riqueza.

El proyecto de ley presentado en las Cortes en octubre de 1871 para el pago de la deuda cubana, se publicó recientemente en ese diario; el producto del subsidio de guerra se dedicará a este fin; publicó, además, las siguientes declaraciones, que revelan la importancia de la contienda y muestran la carga que supone para el tesoro español: los gastos admitidos de la guerra civil hasta octubre de 1871 fueron de 314.500.000 pesetas; (El valor de la peseta es de 20 centavos). La cantidad estimada como gasto para 1871-72 es de 137.407.852,86 pesetas; mientras que el déficit a causa de la guerra asciende a entre 30 y 40 millones de pesetas.

De lo anterior se desprende que La Habana se ve amenazada por una crisis comercial, debido a la actual situación ilegal de la banca y a la depreciación del papel moneda que inunda la ciudad; también es evidente que existe una guerra civil; esto se demuestra claramente en el deseo expresado por el rey Amadeo I de venir a Cuba y tomar el mando en persona para lograr la pacificación de la isla. Tal deseo, sin duda, nunca se habría manifestado si, en lugar de las poderosas fuerzas que forman nuestro ejército organizado, solo hubiera unas pocas bandas de saqueadores que no obedecían a un plan de guerra preconcebido, insignificantes en número y con hombres sin carácter como líderes. Finalmente, la declaración publicada por el mismo periódico de que se habían recibido en La Habana voluntarios y armas procedentes de Nueva York para el ejército, es una prueba más de la existencia de una guerra.

Las espantosas escenas ocurridas recientemente en La Habana, el asesinato político de varios jóvenes y el encarcelamiento, junto con los más viles criminales, de un gran número de jóvenes, fueron actos de ferocidad más propios de tigres sanguinarios que de defensores de una pretendida integridad nacional, basada en el absurdo derecho de conquista y mantenida con la más estúpida ignorancia y la más sórdida avaricia; fueron actos que, por su carácter atroz y la atmósfera de sangre que produjeron, sin duda le causaron profundo dolor. No me extenderé en ellos, señor Presidente; la débil naturaleza humana carece del autocontrol sobrehumano que me exigiría, al hablar de tal asunto, el respeto que le debo, mi propia dignidad y el alto cargo que ocupo. No estaría en armonía con mi carácter desperdiciar muchas palabras en las jactancias que constantemente profieren los españoles sobre las inmensas fuerzas que, dicen, se están reclutando en España para hacer la guerra a su nación, si, actuando de acuerdo con lo que considere su deber, se atreviera a reconocer la independencia de Cuba; esto es tanto más insultante para los Estados Unidos, por cuanto no recuerdo que se usara un lenguaje similar en relación con el protectorado inglés que se concedió a los venezolanos durante su guerra de independencia, ni en relación con la legión británica que tomó parte en ella e hizo morder el polvo a muchos soldados españoles. Sin embargo, no puedo dejar de mencionar que, a pesar de la infamia con la que usted calificó al Gobierno español en la nota dirigida por el Sr. Fish el 9 de julio de 1870 al Sr. López Roberts, ministro español en Washington, en referencia a una proclamación emitida por el Conde de Valmaseda, documento que amenazaba con el exterminio de todo un pueblo, dicho Conde ha emitido recientemente una orden que, en espíritu y sentido, es solo una segunda edición de dicha proclama. Tengo la satisfacción de informarle, Sr. Presidente, que casi al mismo tiempo concedí un indulto y di órdenes a mis oficiales, inspiradas en los sentimientos de humanidad que exige la civilización.

El periódico «Bandera Española», publicado en Santiago de Cuba y también órgano gubernamental, afirma en un editorial que ni siquiera los extranjeros deberían estar exentos del recién creado servicio de patrulla. Así, si bien declara indirectamente la existencia de una guerra civil (siendo este el único caso en el que se autoriza el empleo obligatorio de extranjeros en esta función, y solo para la preservación del orden), crea una nueva fuente de problemas para su Gobierno, debido a la forma en que esta sugerencia puede afectar a los ciudadanos estadounidenses.

La detención por la fuerza y ​​el registro en alta mar de un buque que navega bajo la honrosa bandera de los Estados Unidos por un buque de guerra español es un acto que la prensa española en la isla de Cuba se ha comprometido a defender, argumentando que se trataba de un derecho reconocido entre los beligerantes; lo cual supone una admisión tácita de que los cubanos tienen tal carácter, que ninguna guerra puede existir sin un adversario; los españoles asumieron esto para ejercer el derecho de registro a bordo de un buque neutral, que navegaba en aguas neutrales, porque sospechaban que transportaba ayuda a los cubanos; ahora bien, ¿quién era la otra parte beligerante, sino aquella a la que el buque en cuestión, como alegan, pretendía ayudar?

Los principios defendidos por los cubanos y la forma de gobierno que han establecido, plasmada en la constitución que promulgaron, hacen que Estados Unidos, más que cualquier otra potencia, tenga el deber de favorecerlos. Si, por motivos de humanidad y en interés de la civilización, todas las naciones tienen la obligación de interesarse por Cuba, exigiendo el fin de la guerra que libra contra España, Estados Unidos tiene un deber que cumplir, el cual les imponen los principios políticos que profesan, proclaman y defienden.

A la manifestación pública y oficial de simpatía hacia ese país que vio nacer a Washington y Lincoln, y a tantos mártires de la emancipación social de una raza, solo pueden oponerse motivos de egoísmo y temor a los gastos que probablemente surjan de una guerra imaginaria que, de emprenderse quijotescamente, pronto terminaría por la fuerza que otorgan el derecho y la justicia. El gasto en que incurre Estados Unidos debido a la actual situación anormal quizás, a la larga, equivalga al gasto de una guerra. Además, estos desembolsos no aportan ningún beneficio al país y, en cierta medida, comprometen su honor y dignidad.

Usted sabe, señor Presidente, por experiencia, que los cubanos nada pueden esperar de la promesa de España, y que es en vano esperar que ese país se convenza de las ventajas que obtendría al reconocer nuestra independencia. Nuestra lucha, como todas las de su tipo, será larga, pero el acto que la justicia le exige, señor Presidente, es decir, el reconocimiento de nuestra beligerancia e independencia, la acortaría considerablemente.

Disculpe, señor, si en medio de sus numerosas e importantes ocupaciones, recurro a usted, no como un suplicante, sino para brindarle la oportunidad de realizar este acto. Créase, Honorable Presidente, que si así lo hace, mil familias bendecirán su nombre y se ganará, además de la profunda gratitud de mi país, la admiración de su más fiel servidor,

  1. M. Céspedes,
    Presidente de la República de Cuba.

 

Fuente: https://www.latinamericanstudies.org/1868/cespedes-grant.htm

 

Información Adicional

[1] Cuban Ten Years’ WarLetter From Cespedes to General Grant, New York Herald, March 16, 1869, 4

[2] TrabajadoresCéspedes, la independencia y los Estados Unidos

[3] RebeliónBreve historia del Padre de la Patria cubana (III)

[4] Open EditionCarlos Manuel de Céspedes, en nombre de la Libertad

[5] University ArchivesSecretary Of State Hamilton Fish Protests Harsh Treatment Of Cuban Rebels & Slaves

[6] GovInfo (.gov) – MESSAGE OF THE PRESIDENT OE THE UNITED STATES, COMMUNICATING, In compliance with a resolution of the Senate of the 8th instant, information in regard to the progress ofthe revolution in Cuba, and the political and civil condition of the island. December 20,1869.—Read, referred to tlie Committee on Foreign Relations, and ordered to be printed.

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