Por: Dr. Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
Índice
Breve introducción necesaria
I. Escudo y bandera de Infante: 1812. Raíces Mirandinas
- a) El escudo de Infante para el siboneyismo cubano
- b) De la bandera mirandina al escudo de Infante
II. El escudo de la República de Cuba: hipótesis en la Gran Colombia
- Debate sobre la paternidad del escudo cubano
- Diversas hipótesis sobre las raíces del contorno del escudo cubano
- Hipótesis suiza
- Hipótesis de la Gran Colombia
- Otras herencias paralelas en la heráldica latinoamericana
- A manera de resumen en cuanto a la boca helvética
- Una breve pausa en el gorro de Latinoamérica independiente
- Para una descripción heráldica del escudo cubano actual
III. Otras huellas independentistas latinoamericanas en los símbolos
IV. Bibliografía básica
IV. Bibliografía básica
V. Notas
Breve introducción necesaria.
En Historia, casi siempre queda la impresión de que ya todo está dicho; pero por fortuna, ninguna ciencia admite absolutizaciones… y la Historia es una ciencia, lo que encierra su mayor tesoro y potencialidad; el constante cuestionamiento científico, y nuevos descubrimientos y visiones, la multiplican al infinito. Una mirada al proceso independentista latinoamericano y sus incidencias para Cuba, cuyo bicentenario estamos conmemorando, es el caso… sobre todo cuando nos detenemos en aquellos elementos que a pesar de su alto valor, no siempre se les ha dedicado las monografías que corresponden, o aun estas son insuficientes, o nuevas ópticas del mismo fenómeno nos invitan a aportar reflexiones y polémicas al debate; he aquí el objetivo de este artículo, cuyo origen inmediato debo remitir a cinco años atrás, al iniciarme en los nuevos enfoques con respecto a las diversas disciplinas simbológicas en el mundo.
Para lo anterior, es preciso consignar los textos en bibliografía dentro de la vasta obra al respecto por quien me inició en ese universo impar de la Simbología: Arista-Salado (2005, 2006a y 2006b), si bien otras líneas investigativas del autor de estas cuartillas ya fertilizaban el terreno para este momento durante al menos quince años (Couceiro y Perera, 1996; 1997; 2002) Arista-Salado ha sido fundamental para poder extender una nueva mirada a los símbolos de un pueblo en su devenir en tanto expresión cultural, aun cuando sus objetivos no se encaminaban a detenerse en la raíz bolivariana de estos símbolos y su huella para la cultura cubana sino a una lectura rigurosamente simbológica del fenómeno, aportó decididamente en muchos otros aspectos, como el que ahora esbozan estas líneas, y merece su publicación íntegra; su obra es pionera en este enfoque para Cuba, incluso con fuerte impacto a nivel internacional. Por su vía nos llegan pilares en estos estudios desde otros países, principalmente Orta y Koblischek, aunque también Chalbaud y Yates, entre otros.
Entendamos como simbología (Arista-Salado, 2006a; Couceiro, 2009a:320) “ese conjunto (¿sistema?) de disciplinas y subdisciplinas en distintos grados de desarrollo epistemológico, que se especializan en los diversos aspectos que resumen la identidad mediante símbolos gráficos concretos (que ya trasciende a todo símbolo), a menudo de comunidades y espacios específicos. Tal es el caso de la heráldica (escudos), vexilología (banderas), numismática (monedas), honorística (condecoraciones), falerística (medallas), uniformología (uniformes), esfragística o sigilografía (sellos o cuños), filatelia (sellos de correo), diplomática (fuentes formales de la Historia), paleografía (letras), protocolo, etc. Todas, en un sentido u otro, aportan emblemas que explicitan identidad y en sí mismas lo son”. Como será notorio en estas páginas, todas ellas se imbrican dentro del complejo sistema que es la cultura con las restantes manifestaciones, como por ejemplo, la cultura del derecho y del deber (cultura jurídica o legal)
Otras fuentes fundamentales para este estudio son aquellos que se han detenido en el devenir histórico de algunos de estos símbolos y sus respectivos contextos, tales como Roig (1949, 1950), Portell (1938, 1950, 1950-1951), Santovenia (1945), Gay-Calbó (1956, 1999) e Iraizoz (1958), incluidas sus polémicas en torno a los diversos símbolos, aun cuando a la sazón por razones de época, distaban mucho del rigor simbológico antes referido. Si bien para este estudio son obvios los métodos histórico-lógico, analítico-sintético, comparativo, iconográfico y la combinación de todos o algunos de ellos según cada momento de la investigación exija, de manera general usaremos la retrodicción para comenzar por el ejemplar cubano en estudio y desde este, hurgar en sus antecedentes o paralelismos en el proceso independentista latinoamericano y herencias hacia la actualidad, para satisfacer así el objetivo propuesto.
I. Escudo y bandera de Infante: 1812. Raíces mirandinas.
Joaquín Infante, autor de un Proyecto de Constitución que se publicó en Caracas, Venezuela, en 1812, era un abogado bayamés que estuvo vinculado en la Conspiración de Román de la Luz. La suya, fue la primera constitución de carácter separatista de cuantas se hicieron para Cuba; había estudiado la carrera de Derecho fuera de Cuba. Estaba en España cuando las tropas bonapartistas invaden la península; mantuvo amistad personal con el prócer venezolano Francisco de Miranda, lo que servirá de fundamento ulterior para el análisis de sus símbolos. Vivió en México y después en Caracas (nótense contextos efervescentes para el independentismo latinoamericano), donde publicó al antedicho proyecto. El Dr. Julio Carreras, Historiador de la Universidad de La Habana, expone algunas consideraciones importantes con relación a la Constitución que redactó, en su obra Historia del Estado y el Derecho en Cuba:
“Su proyecto propugna la separación de Cuba de España y la constitución de un Estado independiente. Asombra que en el comienzo del siglo XIX, cuando los propietarios habaneros viven bajo el miedo de una sublevación de esclavos, un hombre de letras, que está ideológicamente vinculado a los criollos adinerados, propugne una fórmula tan drástica” (En Arista-Salado, 2006b).
Algún otro historiador, al resumir la Constitución de Infante comenta que: “planteaba de forma general la creación de un Estado organizado por clases basado en el color de la piel y la riqueza de sus integrantes”. (En Arista-Salado, 2006b)
La idea de independencia vendrá siempre acompañada de nuevos símbolos para el naciente Estado. Joaquín Infante ideó, en tan temprana época, una bandera y un escudo para la futura Cuba independiente. Aquel texto normativo, en su artículo centésimo, abre un espacio para el escudo de la República de Cuba, y dice así:
“Artículo 100: El sello de Estado podrá reproducirse á un pequeño óvalo con el emblema de la América baxo la figura de una india, y él de la isla en particular baxo la de la planta de tabaco; porque aunque se dé en otras partes en ninguna es de tan excelente calidad. Alrededor habrá la inscripción: isla de Cuba independiente. El estandarte será la bandera con el sello de Estado en grande, en el centro”. (Sic, Gay-Calbó, 1956)
Este escudo es un clásico decimonónico, muy sencillo, que trae, en un óvalo, la figura de una indígena rodeada de plantas de café. Gay-Calbó (1956) reproduce un diseño de José Hurtado de Mendoza con un escudo cortado, que muestra en la partición alta el verdadero Sello de Estado que elaboró Infante, y hasta cierto punto dado a la polémica,[1] pero la partición baja muestra el mapa de Cuba (cuartel que sobra heráldicamente, según Arista-Salado, 2006b). Además, José Hurtado de Mendoza adorna el escudo con un gorro píleo como timbre y ocho estrellas en situación de semicírculo alrededor del contorno.
En esta interpretación del Sello de Estado de Infante, la indígena trae en sus manos y sobre su regazo el cuerno de la abundancia que deposita frutas y vegetales en el suelo, elemento que no menciona Infante en el artículo constitucional y que podría considerarse una licencia artística del autor del diseño. Y al hombro trae la mujer aborigen un arco con un mazo de flechas a su espalda, ¿espíritu guerrero? Reviste gran importancia la corona de plumas que trae la imagen; y por último, es notable el lema que circunscribe al sello, que no se ajusta al artículo del texto normativo creado por don Joaquín Infante.
El tabaco vendría a simbolizar la singularidad de Cuba por cuanto no es el único país que produce azúcar y sí el que con más calidad cultiva el tabaco, famoso ya por ello desde siglos antes. La indígena, como dice el artículo constitucional, vendría a representar a América, pero esto es muy ambiguo por la alta diversidad de indígenas en todo el continente: no se representa igual una indígena iroqués que una de las selvas amazónicas; tanto sus atributos como costumbres y rasgos son muy diferentes. La imagen que más le convendría al diseño sería la de una indígena de la cultura arwaca, que fue la más desarrollada en Cuba[2] y una de las primeras que encontró Cristóbal Colón al pisar tierra americana.
El escudo a continuación es el de Joaquín Infante, según la interpretación de José Hurtado de Mendoza, reproducido por Gay-Calbó (1956).
a) El escudo de Infante: antecedente para el siboneyismo cubano.
Los primeros estudios científicos sobre los aborígenes en Cuba comenzaron a la luz del siboneyismo. En 1836 se completa el primer mapa de Cuba con sus cacicazgos, de la autoría de José María de la Torre y de la Torre. (Couceiro y Perera, 2002:37) Según Dacal y Rivero de la Calle (1985:63) fue Pedro J. Guiteras quien “inició la historia de Cuba, dedicándole a nuestros aborígenes varios capítulos de su libro”. Como textualmente exponían entonces los autores en la antedicha obra: “Lo que se hace necesario aclarar, es que, si bien un pequeño grupo pudo haber llegado en cualquier momento de nuestra prehistoria a la América, su influencia, tanto cultural como somática, resulta muy difícil de establecer”. (Sic, Dacal y Rivero, 1985)
Y a párrafo seguido señala: “La especie humana presenta una gran variabilidad, aun dentro de un mismo grupo étnico, los pueblos que habitaron el nordeste del continente asiático hace miles de años y que penetraron en América, tenían distintas características físicas. Los había de cráneos cortos o alargados, algunos altos y otros bajos, de caras más o menos aplanadas, rostros estrechos o anchos; es decir, su aspecto somático era diferente, aun dentro del mismo grupo mongoloide”. (Sic, Ibídem)
Estos argumentos nos conducen a concluir que no podría existir una imagen indígena que simbolizara ella sola a toda la América, sin más especificidades que la raza a la que pertenece. No obstante, dentro del amplio espectro somático que clasifica en la sección aborigen, ha sido definida una figura de mujer, cuyas facciones y rasgos se asemejen al modelo europeo, o sea, cráneo corto, estatura media, etc., y a la vez, dentro de las etnias arwacas.
Queda otro elemento por definir aún: la vestimenta de la indígena. En el caso cubano los aruacos casi no vestían. Se dice que a la llegada de Cristóbal Colón a costas cubanas, se destaca el algodón entre los materiales que los españoles recibieron de los agro-alfareros. Por otra parte se conoce por la información histórica, de la existencia de hamacas, redes y alguna cordelería. Se infiere la existencia de una incipiente industria textil que, partiendo del algodón, “llegaban al hilado y el tejido de piezas de telas que servían para la fabricación de enaguas o pequeñas sayuelas que utilizaban, preferentemente, las mujeres casadas”. Todas estas informaciones las tenemos a mano sin el menor esfuerzo, sin embargo, ¿cuánto sabrían los cubanos de la época de Infante sobre los aborígenes?
De manera que, según Arista-Salado (2006b), tal escudo debe quedar como sigue: Contorno oval; en campo de plata, una indígena arwaca, de piel cobriza y cubiertas sus partes pudendas con una enagua de algodón, sobre una terraza al natural, y entre plantas de tabaco, de sinople; la india, como era costumbre, puede ir sentada sobre una roca al natural. Divisa: «Isla de Cuba independiente»
Es este un escudo que merece ser entronizado como precursor o antecedente el siboneyismo. Es, no obstante, imposible que Infante haya tenido en cuenta estos elementos antropológicos en tanto no existían los conocimientos que hoy tenemos a mano; su interés es sencillamente representar la cultura indígena con un exponente humano, indígena, y que simbolice a América. Estos análisis han tratado de ser lo más fiel posible a los conocimientos de la época, que tan escasos eran.
Según el Diccionario de la Literatura Cubana (1980), el siboneyismo surge como una manifestación de la tendencia indianista que se desarrollaba en la América española dentro del segundo romanticismo. El texto compilador centra la atención y define el siboneyismo como una tendencia en las letras cubanas de mediados del s. XIX; sin embargo hemos visto cómo el escudo de Joaquín Infante es un antecedente claro y es más una obra de la simbología gráfica que de la literaria. Tomemos en cuenta que su expresión en las letras es una vertiente de confirmación nacionalista: lo español no nos identifica en tanto no es genuino, lo negro no es nuestro, es de África; queda la raíz indígena, tomada como originaria y como auténticamente cubana, aunque a la luz de la ciencia moderna sepamos que los llamados aborígenes no son originarios de la América, sino que migraron hace alrededor de 40 mil a 50 mil años desde Asia y al respecto tampoco hay una teoría única sino que establecen los orígenes de la migración en disímiles puntos, desde Kamchatka hasta las islas de la Oceanía en el Pacífico Sur.
Decía el poeta bayamés José Fornaris en la introducción a Cantos de siboney, en su edición de 1888:
“Sólo bajo una forma hubiese podido el poeta expresar su amor a la patria y protestar contra el modo injusto e insolente de regirla (…) Aunque mis cantos fueron un símbolo más que la historia de una raza, debo decir que no me era indiferente el destino que arrasó a los aborígenes. Bien sé yo que los cubanos descendemos por línea directa de los españoles… pero cómo negar que por la naturaleza somos hermanos de los antiguos habitantes de Cuba? El mismo pedazo de terreno que los sustentó nos sustenta; el mismo sol que los alumbró nos alumbra, y respiramos el mismo ambiente que respiraron ellos. Y si además hemos sido tan mal tratados por nuestros gobernantes como lo fueron ellos por los conquistadores, ¿qué extraño que volvamos la vista a lo pasado y derramemos una lágrima a la memoria de los que tan unidos están a nosotros por los dobles vínculos de la naturaleza y el martirio?” (Sic)
El siboneyismo sirvió para alentar el sentimiento nacionalista revolucionario cubano; su trayectoria se veía siempre vinculada a los ideales de independencia nacional y de libertad individual. Esta síntesis valorativa de lo que posteriormente fue el siboneyismo ya se esbozaba en el diseño de escudo de armas que Joaquín Infante pensó ajustable a Cuba. De manera que, si bien el escudo fue aparentemente muy bien pensado, no ocurrió lo mismo con su bandera, que era un trifranje horizontal verde, morado y blanco, con el escudo al centro (no muy simbólica aparentemente), colores escogidos por no tenerlos la bandera de ningún otro país (Arista-Salado, 2005), aunque el diseño de trifranje horizontal sí tenía un marcada raíz mirandina, como veremos a continuación.
b) De la bandera mirandina al escudo de Infante.
Sobre la vida de Joaquín Infante poco se ha escrito. De sus minúsculas reseñas biográficas sólo se dice que era un abogado bayamés que redactó el Proyecto de Constitución para Cuba independiente y algún otro ensayo sobre la independencia americana. De su vida revolucionaria destaca su participación en la contienda pro-independentista de Venezuela y su relación de amistad con Don Francisco de Miranda, el Precursor… y he aquí que nos llegan las raíces de estos símbolos en el resto del contexto independentista latinoamericano.
Entre 1809 y 1810 los patriotas Joaquín Infante, Román de la Luz Sánchez Silveira y Luis F. Basave, participaron de una conspiración separatista, tramada en el Templo de las Virtudes Teologales. Al ser descubiertos, De la Luz fue desterrado a España, e Infante pudo escapar y refugiarse en Venezuela. Pero el joven abogado, con treinta años de edad, vive un tiempo en México y luego se traslada a Caracas (no por casualidad, ambos contextos de independentismo latinoamericano), donde se involucra en las revueltas separatistas lideradas por el Precursor de la Independencia de América Latina Don Francisco de Miranda, y vive de cerca el desarrollo de los símbolos de carácter nacional que con tales fines se van creando en el decurso de la contienda.
El General Francisco de Miranda (Caracas, Venezuela, 1750-1816) era uno de los más eminentes próceres de aquellas gestas independentistas latinoamericanos, con más prestigio y sólida formación revolucionaria. Su formación militar se debe a que había servido en el ejército español, y como revolucionario internacionalista, había participado en 1780 en la Guerra de Independencia de las Trece Colonias de Norte América y hacia 1792, en las filas del Ejército de la Revolución Francesa, donde obtendría el grado de mariscal de campo, cuando ya su decisión por la independencia latinoamericana tenía historia: en 1785 había viajado a Londres y de aquí a Rusia, donde Catalina II le colmó de honores, pero regresa en 1790 a Inglaterra recabando auxilio a favor de la independencia de la América hispana. En 1806 salió de Nueva York al mando de una expedición y desembarcó en Venezuela; rechazado en Ocumare, tomó luego Coro. Fracasada finalmente su empresa, embarcó de nuevo para Londres. En 1810 dirigidos otra vez a Venezuela, ahora en compañía de Simón Bolívar el Libertador, fue nombrado Generalísimo en 1812. La suerte de las armas le fue adversa y en La Guaira cayó en manos de los realistas del General Monteverde, que le condujeron a Cádiz, en cuya prisión falleció a los cuatro años de cautiverio.
El primer Tricolor Mirandino vio la luz en el Proyecto del Ejército Columbiano, en 1800. Esta bandera presenta tres franjas paralelas e iguales, con los colores negro, encarnado[3] y amarillo. La presencia de estos colores responde a la integración racial del antedicho Ejército: negros, pardos e indios, “sobre cuya igualdad habría de estructurarse el Ejército del Generalísimo”.[4]
La llamada “Bandera Madre”, denominada así por el Héroe Nacional de Cuba José Martí, el “Iris mirandino”, fue izada el 12 de marzo de 1806; su diseño era también un trifranje horizontal[5] con los colores más visibles del arco-iris: amarillo, azul y rojo. Vale recordar que son estos los tres colores primarios, los que existen en la naturaleza y a partir de sus combinaciones se obtienen los restantes colores (Couceiro, en Arista-Salado, 2006b). Otras hipótesis vinculan esta bandera con la enseña rusa.
Miranda hubo de retirarse por el escaso apoyo de la población y la presión del Ejército realista, pero cinco años más tarde, se había convertido en diputado del Congreso Constituyente que el 5 de julio de 1811 declaró la Independencia. Junto a otros dos patriotas venezolanos, Miranda fue comisionado para elaborar un proyecto de “Bandera y Cucarda Nacional”. Fue aprobado el proyecto en la sesión del 9 de julio. La bandera era la misma de 1806. “Sus colores eran amarillo, azul y rojo, en franjas desiguales, más ancha la primera que la segunda, y ésta más que la tercera (…) En el ángulo superior izquierdo del pabellón nacional había, a modo de escudo, un rectángulo en la cual figuraba una india que sostenía en su diestra una pica o asta con gorro frigio en su extremo; detrás de ella, la inscripción Venezuela libre y a sus pies una cinta con la palabra Colombia, la cual equivalía, entonces a ‘América’. (Sic, Chalbaud, 2001)
El simbólogo venezolano Orta (2002), describe con precisión este símbolo de la revolución venezolana en los siguientes términos: “Venezuela asume su autonomía el 5 de Julio de 1811 y el Congreso Constituyente de Caracas designa una Comisión para crear una “Bandera y Cucarda Nacional” en la que además de Miranda figuran Lino de Clemente y José de Sata y Bussy. Desde luego, presentaron un proyecto con los colores amarillo, azul y rojo, pero terciado horizontalmente y la distribución cromática desigual, de tal suerte que el primero era más ancho que el segundo y éste, a su vez, más ancho que el tercero. Según refiere la Gazeta de Caracas N.º 41 publicada nueve días después, la bandera mostraba en el cantón un emblema donde aparecía una India sentada sobre una roca que sostenía con su mano derecha un asta rematada por un gorro frigio, rodeándole símbolos del comercio, de las ciencias, de las artes, un caimán y diversos frutos de la tierra. Este diseño, que dio origen a dos banderas nacionales más (Colombia y Ecuador), recibe con toda justicia la denominación de “Bandera Madre” y constituye un hito más de la historia vexilológica universal”.[6]
Ya se ha visto cómo el escudo y bandera de Infante son frutos de las ideas independentistas que se cultivaban en Venezuela en tanto el joven cubano vivió todo este proceso revolucionario, y es de deducir que su amistad personal con Francisco de Miranda influyó poderosamente en la radicalización de su pensamiento, y son estos símbolos del patriota Infante sobre la raíz mirandina, antecedentes incluso al siboneyismo en Cuba, pioneros gráficos de la corriente indianista en toda América Latina, aún antes de que floreciera en las letras.
También, en 1811, los miembros de la Sociedad Patriótica Venezolana organizaron una manifestación en la que enarbolaron paños o banderas amarillas y traían plumajes en sus cabezas, “a semejanza de los indios para representar la inocente América sublevándose contra la decadente monarquía española”.[8] Chalbaud cita sendos trabajos investigativos que corroboran el uso de esta bandera por dos cuerpos de poder: el Ejército Libertador y por la Casa de Gobierno, además de pasearla por las calles de la ciudad de Caracas. Queda entonces demostrado cómo se puede entender que una indígena simbolice a toda América a partir de su amplio uso en un país en plena revolución independentista, y de donde además, el Libertador Bolívar llegó a otros pueblos.
II. El Escudo de la República de Cuba: hipótesis en la Gran Colombia.
La historia del que hoy es nuestro Escudo Nacional la detalla Gay-Calbó, impresa en 1956 por la Sociedad Colombista Panamericana y nuevamente por Ediciones Boloña, en 1999, con motivo del sesquicentenario de la Bandera de la República; sin embargo, desde 1956 no se había actualizado la historia simbológica nacional cubana hasta Arista-Salado (s. XXI), quien da continuidad a la mencionada obra con algunos apuntes que permitan actualizar la historia de nuestro Blasón Nacional y contribuir de esta manera a esclarecer su origen y evolución.
a) Debate sobre la paternidad del escudo cubano.
Se reconoce la paternidad del actual escudo cubano (1849) al matancero Miguel Teurbe Tolón y de la Guardia (1820-1857); existe, no obstante esta versión popular y oficialmente aceptada sobre el origen del escudo cubano, otra y muy bien fundada teoría del Dr. Antonio Iraizoz y del Villar, académico de la Cubana de la Lengua, Correspondiente de la Real Española, que presidió a la muerte de D. José María Chacón y Calvo de la Puerta, VI Conde de Casa-Bayona. Según la teoría de Iraizoz, debidamente expuesta en conferencia en la Gran Logia de Cuba, el escudo cubano es de origen masónico y no fue diseñado por Teurbe Tolón o muy poco tuvo él que ver con el diseño del blasón cubano, sino muy probablemente por el patriota y masón criollo don Andrés Cassard. Además, Iraizoz expone sus ideas sobre la poca heraldicidad del escudo cubano, apoyado por el análisis crítico que Luis Lamarque había hecho sobre el escudo nacional, publicado como artículo bajo el nombre “Los disparates del escudo cubano”, junto al impactante y preciso simbolismo masónico que Iraizoz ve en el blasón nacional cubano.
En interesantísima exposición el Dr. Iraizoz abunda en el simbolismo del escudo nacional desde el punto de vista masónico, al tiempo que duda que el poeta Teurbe Tolón y Narciso López, aunque masones también, hubiesen tenido la capacidad de idear tan elocuentes emblemas, y reitera, de la masonería cubana; en cambio Cassard por sus elevados conocimientos y grados filosóficos y por los intentos e ingentes esfuerzos de fundar en Cuba la institución masónica, según Iraizoz, pudo perfectamente haber esbozado el diseño de este símbolo. También justifica la forma o contorno del escudo de la siguiente manera:
“Pero hay muchas razones más todavía. Empecemos por la forma del escudo. Dice el Sr. Lamarque, con muchísima razón: “Los cubanos somos descendientes de españoles, de indios o de negros; tal vez un poco de aztecas o mesinolas; quién sabe si un poco de egipcios o probablemente indomalayos. Pero nuestro escudo, por razón de la forma triangular, acorazonada, que tiene, dice que nosotros, los indios con levita, siboneyes y caribes, descendemos de los normandos”. Verdad. Nuestro escudo no tiene la forma hispánica que debiera. No la tiene, porque es un escudo masónico y la masonería moderna nació en Inglaterra en el siglo XVIII. La Gran Logia de Inglaterra es la madre regular de todas las potencias masónicas. El escudo inglés debe tener su forma normanda, y el masónico de Cuba también. Nos vinieron los poderes del Gran Oriente de Colón de Norteamérica, y se le puso la corona inglesa y el manto real como recuerdo de los antepasados creadores; cuando ya no tenían que ser albañiles de oficio los hermanos de la Fraternidad, como fue en un principio”. (Sic, Ibídem)
Desde un punto de vista más actual, todo ello obvia que la cultura cubana (mucho más allá de su etnogénesis, aunque también) rebasa con creces las hispanidades y africanías a que comúnmente ha sido reducida, y obviamente, reducen estos autores, que además reconocen indios, incluso egipcios e indomalayos… ¿y no el resto del continente europeo? Estudios más recientes ofrecen otra perspectiva (Couceiro y Perera, 1996); no obstante, ya se evidencia en el discurso de los estudiosos citados, una contradicción al reconocer el papel de la masonería en la independencia cubana (y de todo el continente) y cuyas raíces en el resto europeo se integran también en la cubanía… y sin embargo, rechazan la idea de que puedan influir (por esa vía, aunque no sólo por esa), no menos orgánicamente, en nuestros símbolos nacionales.
Según Gay-Calbó, el escudo del Gran Oriente de Colón en Cuba trae la corona ducal y el manto en recuerdo del ducado de Veragua, título concedido por los monarcas a los descendientes del Gran Almirante D. Cristóbal Colón… lo que obviamente lo acerca más a nuestra historia de lo entendido por Lamarque e Iraizoz.
Es de interés recordar el ambiente de símbolos revolucionarios para Cuba durante la forja de los que hoy se reconocen oficialmente; así por ejemplo, ya en la Conspiración de la Mina de la Rosa Cubana (1847, así llamada por uno de los pozos de su coto minero en San Fernanda, en Manicaragua, Las Villas), en la que (quizás, no por casualidad) también estuvo involucrado Narciso López (a quien poco después se debe la bandera cubana actual) hay tres diseños de banderas: el primero, según carta de Cirilo Villaverde (15 de febrero de 1873) al director de La Revolución, eran los colores republicanos combinados en fajas horizontales: azul, blanca y roja, imitación lejana de la bandera de Colombia, lo que vuelve a remitirnos a las nacientes repúblicas independientes de Latinoamérica; la segunda, según José Sánchez Iznaga al declarar el 10 de julio: en la parte superior y extendiéndose a la inferior sobre el asta, una gran estrella de donde parten tres franjas iguales, al centro blanca, y la inferior y superior, azules; de esta misma bandera hay otra variante con la estrella roja en el extremo del asta de la franja central blanca, y así figura en el escudo de las proclamas de Narciso López de 1850, y la ofrece el Dr. Portell (1938); y la tercera, proyectada por los miembros del Club de La Habana y publicada por Gay-Calbó (La Habana, 1945, según Portell, 1950) tenía un rectángulo azul a lo largo de la parte del asta, con una estrella blanca de ocho puntas y tres anchas franjas rojas y dos blancas más estrechas. Estas tres banderas, en algún momento tuvieron carácter nacional; entre ellas, la que se muestra acolada en el escudo original de Teurbe Tolón tiene tres franjas horizontales e iguales, los extremos azules y el centro blanco, con una estrella roja de diez puntas en la franja central.
El escudo nacional de Cuba, que se atribuye hasta hoy a Miguel Teurbe Tolón, fue usado desde su creación por disímiles corporaciones. Su diseño fue encargado en 1849 por Narciso López con el propósito de sellar los despachos del Presidente del Gobierno Provisional de la República de Cuba, entonces en forja. Al menos es esa la historia que hasta el momento ha sido comprobada y con la que no concuerda Iraizoz, según el cual, ya el escudo era plenamente usado por la masonería cubana cuando Narciso López encargó un sello de despacho para el gobierno provisional que pretendía instaurar, luego de derrocado en Cuba el poder colonial español. Y efectivamente se puede comprobar su amplio uso en bonos emitidos por el Gobierno del general López entre 1850 y 1851. Sin embargo, como bien señala Gay-Calbó (1956), el escudo propuesto en aquella ocasión por el excelente dibujante dista apreciablemente del que es hoy el símbolo nacional cubano. El diseño original traía cuatro banderas, dos de los Estados Unidos de América a la diestra y acoladas al escudo con otras dos de la citada Conspiración de la Mina de la Rosa Cubana.
Traía, además, trece estrellas en el doblez inferior del gorro frigio y trece estrellas a manera de semicírculo alrededor de la palma, claros símbolos, según unos, de la presencia o influencia norteamericana en la independencia de Cuba (recuérdese el anexionismo en voga entonces, y del que han sido acusados algunos de los involucrados en la concepción de estos símbolos, como el propio Teurbe Tolón), o quizá de un ideal independentista que nació al calor de la lucha de las Trece Colonias; según Iraizoz, el numeral trece de figuras responde al antiguo rito de York. No obstante esta observación, los esclavistas cubanos deseaban una Cuba independiente pero esclavista, para lo cual el sur de aquellos EUA eran un excelente modelo pues todavía no había ocurrido la Guerra de Secesión de EUA que fue la que daría al traste con la esclavitud en los EUA y con este “anexionismo reaccionario” para prolongar la esclavitud en Cuba, aunque a la sazón había otro “anexionismo revolucionario” inspirado en el ejemplo que fue la independencia de las Trece Colonias: la primera en América, antecedente incluso a la Revolución Francesa, también con el modelo que era la Declaración de Independencia de las Trece Colonias y las libertades que garantizaba más allá del antiesclavismo, muy revolucionarias para aquella Cuba (Couceiro, 1997 y 2010) No obstante, poco a poco no sólo el anexionismo, sino toda otra tendencia que no fuera el independentismo, se hacía cada vez más reaccionario en la medida en que dividía, frenaba y tergiversaba la solución para aquella Cuba.
La palma en el escudo estaba terrasada de sinople, sin celajes ni montañas, por lo que era éste un diseño más heráldico que el que posteriormente se adopta al agregar las figuras naturales antes mencionadas —pero de manera paisajista y poco heráldica, motivo de la crítica de Lamarque e Iraizoz— que conceden un aire más paisajístico al discurso, modificaciones que dan al traste con el propósito heráldico del emblema. Como adornos Teurbe Tolón añadió varias armas de guerra y estandartes: un redoblante, dos cañones, un cornetín, una trompeta, dos sables, balas de cañón, una bayoneta, banderines y gallardetes.
Además de usarse este escudo (en términos generales, ya que sus ornatos variaron) en los diplomas, títulos y credenciales que expidió la 1ª República en Armas bajo la Presidencia de Carlos Manuel de Céspedes, también fue usado en la notabilia revolucionaria. La ley de 9 de julio de 1869 autoriza la emisión de billetes o bonos por parte de los órganos de la Revolución.[9] Los billetes de 50 pesos traían el escudo teurbeniano con cuatro banderas cubanas acoladas, dos a cada lado; de cada asta pendían dos borlas, el escudo se muestra sin el haz de varillas y con gorro frigio. Los billetes de 100 pesos se dibujaron sin exornes, apenas dos ramas de encina y laurel que no llegan a cubrir la longitud del largo de la campaña,[10] con todo lo cual se extendía y ratificaba como escudo.
b) Diversas hipótesis sobre las raíces del contorno del escudo cubano.
Urge dedicar algunas líneas al contorno del escudo teurbeniano, que ha tenido extraordinaria trascendencia en la heraldografía cívica cubana a niveles insospechados, precisamente por su extraordinaria importancia, y es al mismo tiempo el camino que nos conduce a un presunto antecedente en la Gran Colombia y el independentismo latinoamericano. ¿Por qué Miguel Teurbe Tolón escogió el contorno suizo para el escudo de Cuba? Recordemos que según Lamarque e Iraizoz el contorno es normando y mientras uno no aprueba su uso por considerarlo extra nacional, el otro lo justifica por el origen normando o inglés de la masonería, que vendría muy a tono con el supuesto origen masónico del escudo. Aun cuando el interés para estas cuartillas está dado por sus presuntas raíces en la Gran Colombia, descartar otras hipótesis sería faltar al rigor científico.
- Hipótesis suiza: El clásico contorno ojival, llamado suizo o normando (como le llaman Lamarque e Iraizoz), se forma con dos arcos de circunferencia volviendo la concavidad uno al otro, con el jefe escotado a diestra y siniestra, y fue muy utilizado en Francia. El contorno que Teurbe Tolón asignó al escudo que diseñó se conoce como helvético o suizo, aunque otros cultores de la armería lo identifiquen como de naturaleza normanda. Habría que buscar, entonces, en la historia de Suiza para encontrar una posible respuesta a esta interrogante, y comprobar si esta hipótesis pudiera tener algún sentido, aunque esta boca no se usa en Suiza.
Antes de entrar en estos detalles es preciso decir que aunque la boca reciba la denominación de suiza, no ha sido ni es usada en los escudos cantonales ni regionales de Suiza, ni siquiera en el escudo nacional: todos usan la boca hispánica, por influencia francesa, o sea, un cuadrilongo redondeado en punta. Hasta el momento las investigaciones no han arrojado el por qué de este apelativo ni desde cuándo se conoce así; como documento jurídico de relevancia hemos localizado la Ley de 1924 que instituye el escudo colombiano y donde hace referencia textual a un contorno suizo. Si para la época de Miguel Teurbe Tolón ya se conocía esta boca como suiza es altamente probable que, con ese gentilicio se haya apropiado de los acontecimientos que ocurrieron en Suiza apenas un año antes, cuyos ideales venían muy a tono con sus intentos independentistas y los de Narciso López.
Suiza perteneció a Roma[11] desde que fue conquistada y anexada por Julio César, y posteriormente formó parte del Imperio. Fue convertida al cristianismo en el s. VII de la era cristiana. En el s. XIII empezaron los condes de Habsburgo a tratar de obligar al pueblo suizo a reconocer sus derechos feudales. En 1291 los tres valles de Uri, Schwyz y Nidwalden formaron una liga para la defensa común, liga en la que tuvo su origen la nación suiza. Los tres cantones derrotaron a Federico de Habsburgo en Morgarten, en 1351. Después entraron en la confederación otros cantones adyacentes. Los austriacos fueron vencidos en Sempach en el año 1386, y una vez más, dos años más tarde. A principios del s. XVI se unieron los otros cantones a la confederación helvética y en 1516 y 1521 la confederación firmó con Francia tratados de paz perpetua a raíz de la derrota de las fuerzas helvéticas, lo que les obligó a adoptar la estrategia de neutralidad a todo trance (Encarta, 2004) La independencia política de Suiza fue oficialmente reconocida por la Paz de Westfalia, en 1648.
En 1815 las grandes potencias europeas declararon a Suiza, para siempre, un Estado independiente y neutral en las conversaciones del Congreso de Viena. Sin embargo, contradicciones internas entre los cantones, suscitadas fundamentalmente por diferencias religiosas entre la Iglesia católica y las vertientes protestantes, provocaron una revolución entre los años 1847 y 1848, que culmina con la aprobación de una nueva Constitución que para la época, fue acaso, la más progresista del mundo. Tal acontecimiento, por supuesto, no podía pasar por alto a una intelectualidad cubana proclive a una identidad nacional cada vez más distante de la hispanidad y estrechamente interrelacionada con lo más avanzado y con la flor y nata de la cultura mundial de antaño (Couceiro y Perera, 1996; Couceiro, 2009b). La Constitución suiza, inspirada en los principios republicanos, entró en vigor en 1848. Se garantizó el derecho de asilo de los refugiados políticos: quien busque protección en Suiza no puede ser entregado a una nación extranjera por haber cometido un delito político. Esto dio lugar a que el país se convirtiera en un lugar de concentración de radicales y revolucionarios, lo cual, a veces, lo hizo impopular entre sus gobiernos vecinos… pero muy popular para los revolucionarios de todo el mundo, incluidos los cubanos.
La Carta Magna de 1848 declaró a Suiza como la Liga de Estados que era, en Estado federal de más fuerte contextura. La Confederación asumió todos los derechos constitucionales y declaró la garantía de las constituciones cantonales republicanas; la igualdad de derechos ante la ley; la libertad de prensa, asociación, etc. Se implantó la Asamblea Federal por sufragio libre, compuesta de una representación de los cantones y otra del pueblo suizo; y en vez de un cantón director, que hasta entonces había sido la suprema autoridad ejecutiva, se creó un consejo federal permanente, compuesto de siete miembros. Desde entonces reinó en el interior de Suiza, casi sin excepción, el más completo orden y la paz más absoluta. En 1848 estableció Suiza la libertad religiosa absoluta tras una guerra civil entre católicos y protestantes.
¿Acaso fue la lección que dio Suiza al mundo con su Constitución y su respeto por la libertad y el libre ejercicio de la naturaleza humana el motivo por el que Miguel Teurbe Tolón adoptó para el escudo cubano el contorno helvético, esto es, que por el nombre se suponía propio de la heráldica suiza? ¿O se esconden con este símbolo las ideas federalistas de Teurbe Tolón y otros patriotas independentistas? Indudablemente, de alguna manera, ambas razones confluyen, para simbolizar el ideal de la unión republicana también, de manera que guarda en gráfica metáfora a Cuba.
Al proclamarse la Confederación Helvética como una república federal, con la Revolución de 1848, se dio un fuerte golpe al absolutismo monárquico de D.ª Isabel II. De tal manera, esta pequeña nación centroeuropea influyó marcadamente en todo el mundo y, desde luego, en Cuba: una de las más férreas evidencias de dicha influencia en el caso cubano se puede hipotetizar cuando el patriota Teurbe Tolón, en 1849, tomó el modelo de escudo que simboliza el tipo de Estado que habían creado para sí los suizos, como inspiración y paradigma, ya que con el símbolo que ideó para que el general Narciso López sellase los despachos del Gobierno Provisional no sólo devela un profundo sentido independentista sino también su talento visionario, puesto que en tan temprana época, ya explicita la forma tan admirada que para gobernar, adoptó el país europeo, y que era ese tipo de gobierno el más avanzado y el que le convenía a Cuba. Y como Teurbe Tolón no era versado en heráldica, quizá nunca supo que no hay nada suizo en ese contorno más allá del apelativo. (Couceiro, 1997, 2009b, 2010; Couceiro y Perera, 1996) la intelectualidad cubana se afianzaba a todo canon no español con vistas a diferenciarnos cada vez más de nuestra metrópoli colonial, lo que refuerza esta hipótesis de que Teurbe Tolón en este caso utilizó la Revolución suiza como modelo no hispano pero además, modelo de revolución, pues cuando esos cánones implicaban revoluciones como había sido con la Revolución francesa, y en este caso la suiza, pues por supuesto, la connotación era mucho más significativa. La antedicha revolución suiza se oponía completamente a los métodos monárquicos casi feudales del gobierno español para gobernar, estancados aún en concepciones medievales y en pugnas entre la tendencia conservadora de D.ª Isabel II y los liberales.
Aun cuando la referencia haya sido a los escudos normandos (no se usaba en Suiza… pero sí en Francia, aun cuando se le llamara helvético o suizo) no se pueden olvidar las influencias de la Revolución Francesa de 1789 en las independencias latinoamericanas, y concretamente, para los cubanos.
Con la boca suiza también el escudo que ideó el patriota se convierte en un canto a la independencia y al orden nacional. La boca helvética que dio Teurbe Tolón a su criatura, fue exitosamente adaptada a disímiles circunstancias de la vida política y social de Cuba durante la época colonial. Es quizá la marca distintiva de la influencia teurbeniana en la simbología revolucionaria cubana de los siglos XIX y XX, pues ya en la República, con el auge de la creación de municipios,[12] también cobra importancia la idea de la creación de símbolos para las nuevas corporaciones civiles. Muchos de los nuevos escudos municipales adoptan la boca helvética o al menos una boca que, aunque se ha usado en España desde tiempos inmemoriales, y de la cual existen antecedentes gráficos desde los siglos XIV y XV, ésta que se desarrolla en Cuba no resurge de aquella, sino de la conciliación de elementos de la boca ojival y de la ibérica, porque así ofrece más espacio para desplegar algunas figuras. Con todo ello queda demostrada la profunda huella del uso del escudo nacional en las luchas independentistas, y el sentido más popular y liberador que inspiraba y que indiscutiblemente inspira a los cubanos. Podemos citar los casos de Antilla (Holguín); Ciénaga de Zapata (Matanzas); Caibarién (Villa Clara); Placetas (Villa Clara); Encrucijada (Villa Clara); Florida (Camagüey); Rodas (Cienfuegos) y otros muchos que, sin ser rigurosamente de boca ojival, mantienen influencias del blasón de la República.[13]
- Hipótesis de la Gran Colombia: Sin embargo… también se puede asociar la boca del escudo cubano por inspiración de la Gran Colombia por la influencia que también tuvo esta en el pensamiento independentista cubano, caso en que podría ser símbolo de unión latinoamericana y de federalismo; aunque hubiese fracasado en 1830, diecinueve años después volvería a recordarnos aquel sueño de Simón Bolívar. En este caso otras serían, y no menos interesantes, las hipótesis que se entretejieren en la búsqueda del origen y la razón de la boca que trae nuestro escudo nacional.
La República de la Gran Colombia fue proclamada el 17 de diciembre de 1819, y poco después asumió el escudo que ofrecemos a continuación como símbolo de la unión entre Venezuela y la Nueva Granada, fruto de las gestas independentistas. Más tarde optó por el segundo de ellos que mantiene elementos comunes con el primero, pero tiene características propias y algunas pequeñas modificaciones.
Fig.: Armas de la República de la Gran Colombia (1820 y 1821)
Luego, la Gran Colombia adoptó otro escudo de armas, más heráldico que el ofrecido, blasón que esencialmente traía un cóndor, que sostenía una espada y una granada, y 10 estrellas de plata por las diez provincias que componían la nación, y la Luna en punta, símbolo del ocaso de la dominación española en la Nueva Granada y por tanto, del triunfo del proceso independentista latinoamericano que nos ocupa.
La República de la Gran Colombia quedó oficialmente extinta en el Congreso Admirable de 1830, aunque el escudo de armas se continuó usando hasta 1834. En ese año y por Ley 3º, de 9 de mayo, se promulga la Ley que “designa las armas y el pabellón de la República, el Senado y la Cámara de Representantes de la Nueva Granada”.[16] Sin embargo, en esta ley nada se dice en relación al contorno del escudo, este queda literalmente no regulado y por tanto, su uso es de facto.
No es sino hasta 1924, por el Decreto No. 861, que se establece el contorno del escudo colombiano:Artículo 5º.- El escudo de armas de la República, ya sea para banderas, estandartes, membretes, etc., tendrá la siguiente composición, acorde con lo dispuesto en la Ley 3º de 1834.
El perímetro será de forma Suiza, de seis tantos de ancho por ocho de alto y terciado en faja superior o jefe, en campo de azul, lleva en el centro una granada de oro abierta y graneada de rojo, con tallo y hojas del mismo metal. A cada lado de la granada va una cornucopia de oro inclinada y vertiendo, hacia el centro, monedas la del lado derecho, y frutos propios de la zona tórrida la del lado izquierdo. La faja del medio, en campo de platino, lleva en el centro un gorro frigio enastado en una lanza, como símbolo de la libertad. En la faja inferior va el Istmo de Panamá, en azul, con sus dos mares adyacentes ondeados de plata, y un navío negro, con sus velas desplegadas, en cada uno de ellos…[18] (sic)
De esta disposición normativa se conoce que en Colombia la boca del escudo nacional recibe el apelativo gentilicio de suiza, y aunque aún no sabemos desde cuándo, es probable que ella ya se conociera con ese nombre en la primera mitad del s. XIX, cuando comienza a ser muy usado tanto en España como en la propia Nueva Granada, devenida parte de la Gran Colombia.
El Historiador de la ciudad de la Habana, D. Roig (1950), expone lo siguiente:
“Aunque las conspiraciones que estuvieron preparándose vinculadas a México no fructificaron, sí tuvo arraigo y amplias ramificaciones en toda la Isla la actuación separatista que, al calor de las logias masónicas, venía desenvolviendo desde 1820 el habanero José Francisco Lemus, coronel del ejército colombiano, enviado por Bolívar para organizar una conspiración independentista, después de haber conocido el estado de opinión que reinaba en la Isla, lo que pudo apreciar porque eran las logias los centros naturales de reunión de los elementos liberales.
Al llegar Lemus a La Habana, encontró que realizando esa misma labor estaba ya otro oficial colombiano: Barrientos. Unidos, pusieron manos al empeño separatista, y logrados los primeros prosélitos fundaron la logia masónica Los Soles de Bolívar, con dos grados: el de los Rayos y el de los Soles. Sobre una espada se juraba defender y morir por la independencia. La recompensa era: “La América os la premiará”.
Entre los conspiradores principales, además de los dos citados, se hallaban en La Habana: Jorge Juan Peoli y el regidor Francisco Garay Agudo; en Matanzas: José Teurbe Tolón, Juan José Hernández y José María Heredia y en Pinar del Río: el licenciado Martín de Mueces”. (Sic)
De este fragmento es de especial interés la participación de José Teurbe Tolón en la conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar, sin obviar la reafirmación de la masonería en el proceso independentista cubano y de toda Latinoamérica, y la presencia nada infrecuente de cubanos en los diversos países latinoamericanos en pie de lucha, e igual de estos en Cuba: colombianos, venezolanos, y otros.
En el caso de José Teurbe Tolón, es probable que el ambiente familiar haya inducido a Miguel Teurbe Tolón a usar un símbolo que no fuera propiamente hispánico y al mismo tiempo, emblema de independencia; nada más lógico que seguir el modelo de escudo grancolombiano —ya para la época se había escindido y creado la República de Colombia, que mantenía la boca de adarga ojival— que lideró la conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar… cuyo sólo nombre indica la impronta de la figura del Libertador para aquella Cuba.
En 1823 Vives conoció de la conspiración por medio de infiltrados en las logias masónicas. La vuelta al absolutismo y la repatriación de las tropas vencidas en América fueron factores que beneficiaron al Capitán General para reprimir la conspiración separatista. Dispuso de tropas para cerrar las logias y apresar a sus jefes. El fracaso de esta componenda terminó con el destierro de muchos de los conspiradores, y a otros les fue impuesta una multa de 500 pesos.
- Otras herencias paralelas en la heráldica latinoamericana.
Muchos de los escudos nacionales de países latinoamericanos no adoptan formas españolas o tradicionalmente ibéricas en sus escudos de armas, con este aparentemente simple cambio se rompe con la tradición hispánica y con los lazos de contacto con la Metrópoli. Y era ese precisamente el objetivo de estos nuevos símbolos independentistas: romper con todas las semejanzas a España. Pero quizás, se rompió hasta el extremo, y se ha heredado un desconocimiento del rigor heráldico que se expresa en no pocos escudos y motiva las críticas por escaso heraldismo, a lo que se suma la errónea asociación blasón-monarquía y el deseo de desligarse hasta simbológicamente de la Madre Patria, como mismo ocurrió con los revolucionarios franceses que hasta se inventaron un nuevo calendario. El heraldista uruguayo Antonio Álvarez apunta algunas ideas sobre el poco heraldismo no sólo de los escudos nacionales sino también de los locales, y ni siquiera privativo de la América Latina:
“De hecho si nos fijamos en la producción heráldica del siglo XIX, que es la época de la americana independiente, aun en España no se era muy respetuoso de las formas clásicas. Creo que las deformaciones comenzaron alrededor del siglo XVII cuando se dejaron los contornos del escudo-arma de guerra, para pasar a las formas retorcidas propias del arte de la época. Incluso es la época del naturalismo en las figuras heráldicas, que es lo que solemos ver en los escudos hispanoamericanos con mucha abundancia. Y que pueden ser muy comarcales, pero no dejan de ser una irregularidad heráldica”.[19] (Sic)
El análisis de los escudos nacionales de Cuba, sobre todo en el contexto histórico en estudio, se enriquece si al mismo agregamos en paralelismo la visión con que se proyectaban de manera distintivamente interrelacionada, los escudos nacionales de las restantes y ya nacidas repúblicas latinoamericanas, fruto del proceso independentista. En el caso de la República argentina, por ejemplo, el contorno oval recuerda la idea de igualdad y de rechazo a las concepciones monárquicas que tuvieron gran auge hasta mediados del siglo XIX; aunque para la época en que se proclama la independencia de Río de la Plata es común el contorno oval en los escudos, ya la boca llamada hispánica se había entronizado en el escudo del reino desde la asunción de los Borbones, al iniciarse el s. XVIII. También el contorno oval es propio de los escudos de Honduras, Bolivia y Uruguay (Banda Oriental del Virreinato de Río de la Plata).
Fig.: Escudos de Colombia, Panamá y Brasil (1822-1889); (1899-).El escudo nacional de Colombia tiene un contorno helvético y la impronta suiza queda marcada por el cuidado de las proporciones, pero en el caso cubano, las figuras que se muestran en sus cuarteles permiten la extensión horizontalmente proporcional de la boca y en el colombiano, la naturaleza de las piezas y figuras obliga a alargar verticalmente el escudo. Panamá es el tercer y último país latinoamericano que adoptó la boca del escudo colombiano por influencia directa de este. Panamá fue territorio colombiano hasta 1903 y asumió la misma boca del escudo del país al que perteneció históricamente. Brasil mantiene la boca clásica (tradicional español terminado en punto) durante el Imperio Constitucional (1822-1889) pero al instaurarse la República, en 1889, por el Mariscal Deodoro da Fonseca, se elimina el antiguo escudo y se sustituye éste por un emblema heraldizado que tiene como base una estrella amarilla y verde, refulgente de lo mismo, que carga un círculo azul con la constelación de estrellas propia del hemisferio sur, que pasa a ser símbolo oficial del nuevo Estado republicano. El único escudo latinoamericano que mantiene un contorno hispánico es el de la República Bolivariana de Venezuela.
Los escudos de las repúblicas centroamericanas tienen como contorno común un triángulo, símbolo de igualdad, fruto de las concepciones que afloraron durante las guerras de independencia, profundamente influenciadas por la Revolución francesa, la Ilustración y la masonería. Estos escudos triangulares tienen origen común en las Provincias Unidas de América Central, llamada también Federación Centroamericana.
Los escudos de armas de las Repúblicas de Nicaragua y El Salvador, mantienen el contorno referido (triangular), con cinco cordilleras simbolizando las cinco repúblicas que conformaban la antigua Federación, un arco iris (símbolo de la paz) y el gorro píleo, emblema de la libertad. Estos atributos se pueden constatar igualmente en el escudo de armas de la República de Costa Rica, que también perteneció a las Provincias Unidas, aunque este adopta un contorno germánico que trae un mar en el que navegan dos naves a vela y entre las que surge una cordillera de tres montañas y un valle, y al horizonte un sol naciente, todo en sus colores naturales.
Los casos de México y Paraguay son también expresión de esta tendencia. En ambos se trata de emblemas heraldizados que desconocen los contornos heráldicos clásicos; en el primero, el discurso fundamental es el águila, y en el segundo una estrella, símbolo de la independencia; ambos emblemas se nos muestran como una manera de rechazar también las bocas clásicas que habían sido portavoces del Estado monárquico, por cuanto en el primer caso no se delimita ningún campo por ausencia de contorno y en el segundo el contorno y la inscripción le dan un carácter tácito de emblema al símbolo del Estado paraguayo. México, no obstante, mantuvo bocas clásicas durante el 2º Imperio (1864-1867), lo cual viene a apoyar la asociación entre la heráldica y los sistemas monárquicos (Yates, 2004).
Todavía hay algo más: según D. Ignacio Koblischek, Diplomado en Heráldica, Genealogía y Nobiliaria (en Arista-Salado, 2006b), la boca del escudo cubano fue muy usada a principios del s. XIX por los equipos de fútbol de Sevilla y Valencia. Y es cierto que muchas veces las bocas de los escudos responden a la moda o sencillamente a cánones estéticos del autor: podría ser ese el caso de la boca del escudo cubano: un recurso estético de Teurbe Tolón y que muy poco o nada tenga que ver con Suiza, su revolución de 1848 o con Francia o con la Gran Colombia (Arista-Salado, 2006b).
- A manera de resumen en cuanto a la boca helvética.
Hasta el momento existen cuatro hipótesis que pretenden explicar la boca llamada helvética del escudo de la República de Cuba: la primera justifica la boca por ser un contorno no hispánico y por lo tanto, no tradicional ni común en la heráldica cívica hispánica; responde más bien la boca a la creatividad artística del autor del escudo. La segunda relaciona el contorno con el de la República de la Gran Colombia, como antecedente histórico en América de gran trascendencia y en referencia al proceso independentista latinoamericano y la unidad soñada. La tercera teoría vincula la intelectualidad cubana, y especialmente a Miguel Teurbe Tolón, con la Revolución suiza de 1848 y su extraordinaria importancia, y existe una cuarta, del Dr. Iraizoz, que asocia la boca del escudo cubano con el contorno normando y luego relaciona este con el origen inglés de la masonería tanto cubana como del resto del mundo. De estas teorías podemos concluir que aún es preciso investigar más sobre nuestros símbolos.
c) Una breve pausa en el gorro de Latinoamérica independiente.
La revolución francesa es de trascendental importancia para el mundo entero; no sólo exportó los clásicos ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad que en Cuba florecieron dentro de las fraternidades masónicas, expresados en su más importante legado a la humanidad: el Estado de Derecho, sino que también exportó su simbología. El uso de los gorros de la libertad es harto frecuente en la heraldografía cívica latinoamericana para todo su proceso independentista; por influencia de la revolución francesa y a falta de símbolos autóctonos, América Latina adoptó algunos de los emblemas franceses; entre ellos, el gorro de la libertad.
Son varios los países que en América Latina usan los gorros rojos como símbolo de la lograda independencia. Podemos comenzar citando grandes naciones como Colombia, Argentina y Nicaragua, que lo traen hoy en sus Armas Nacionales y en otras de entidades geopolíticas subnacionales; el Salvador lo traía de cimera en las armas de 1865, y actualmente forma parte del triángulo centroamericano; si tenemos en cuenta que la heráldica latinoamericana se desarrolla verticalmente hacia abajo[21] y que está íntimamente relacionada con el surgimiento de los estados nacionales a partir de la lucha antimonárquica y anti-absolutista por influencia, entre múltiples factores, de la Revolución francesa, entenderemos por qué entonces, las entidades subnacionales adoptan blasones que son propios de sus Estados. La verticalidad heráldica en América puede comprobarse con los escudos de las provincias argentinas, o la estadual venezolana, y particularmente con la provincial y municipal cubanas que, aunque mantienen tendencias eclécticas, no pueden escapar al llamado latinoamericano, que se remonta a su proceso independentista en busca de la unidad continental.
El Decano y Cronista Rey de Armas, Don Vicente de Cadenas y Vicent define como timbre, en su segunda acepción “la pieza que se coloca en la parte superior del escudo”; sin embargo la cimera es la pieza que se coloca encima del casco, del timbre o de los soportes, y se llama cimera a la pieza o adorno que remata una figura (Arista-Salado, 2006b).
Con estas definiciones podemos elaborar algunas teorías para los adornos del Escudo Nacional. En primer lugar, y de acuerdo a la teoría heráldica y al Blasón, tanto la corona de encina-laurel como el haz de varillas son adornos del escudo, éste último su sostén. El histórico gorro de la libertad sería la cimera del escudo…, no su timbre. Podríamos llamar timbre a todo el conjunto de los atributos de la República (Arista-Salado, 2006b). Pero volviendo al gorro, es interesante su configuración en tanto tiene trascendencia en su apelativo.
Usualmente llamamos incorrectamente a todos los gorros de este tipo “frigios”, cuando en realidad muchos de ellos no lo son. El gorro frigio fue usado en la antigua Frigia, región de Grecia, y como se ha dicho en numerosos estudios, era símbolo de libertad. Este gorro frigio, según los historiadores argentinos María Luisa Giraldes y Martín G. Cortés Funes (en Arista-Salado 2006b), llevaba una orejera a cada lado, de manera que si eran muy largas podían atarse debajo del gorro. Existe otro gorro, no obstante, que elimina las orejeras y se denomina gorro píleo, usado por libertos y esclavos manumitidos en tiempos de la gran Roma. De esta manera tenemos dos tipos de gorros, pero, ¿cuál de ellos corresponde al escudo nacional cubano?
El gorro cubano es un gorro píleo, o de liberto, como otros le llaman, el usado en Roma. Su diseño puede comprobarse en la imagen que este trabajo reproduce de la obra de Gay-Calbó (1956), correspondiente al primer diseño que elaboró Teurbe Tolón del escudo nacional; pero también en el escudo que dibujó Teurbe Tolón para Cirilo Villaverde, acompañó un artículo suyo escrito en El Independiente y reproducido posteriormente por El Veterano.
En ambos diseños los gorros aparecen puestos al tercio, o terciados como más propiamente se le llama a esta posición. Claramente se ve que la cimera que ideó o escogió Teurbe Tolón para el escudo encargado carece de las orejeras y trae, en el borde inferior, visiblemente marcado, trece estrellas blancas que, en tiempos posteriores, serían sustituidas por la solitaria, la de la bandera de Narciso López, confirmación, como diría D. Roig (1950), de la independencia y soberanía cubanas: “Esa estrella solitaria fue en la etapa revolucionaria libertadora, lo es y será en la República, permanente afirmación de que ha de resplandecer siempre ella sola…, representativa de la Cuba Libre por la que Narciso López ofrendó su vida, sin que pueda jamás formar parte de la constelación de las estrellas menores del pabellón norteamericano”.
Sin embargo en el Glosario que viene anexado a la Ley de los Símbolos Nacionales (27 de diciembre de 1983), cuyos textos son muy importantes para comprender en buena medida la naturaleza del escudo de la República, aparece una curiosa distinción entre estos dos gorros, aunque sin llamarle categóricamente píleo; al menos ya se reconoce alguna diferencia entre el frigio y otro llamado de liberto.
“Gorro frigio: En la antigüedad, en Grecia y Roma, se usó un gorro llamado Gorro de liberto, que tenía forma cónica y que se ponían los esclavos en el momento de ser libertados (manumitidos) y los cautivos así también liberados para participar en el desfile del general vencedor. El Gorro frigio es semejante al gorro de liberto, del que se diferenciaba por su punta caída hacia delante. Su origen se sitúa en Frigia, de donde le proviene el nombre. Lo adoptaron oficialmente en la Comuna de París de 1792, usándolos sus miembros. Posteriormente se difundió como símbolo del régimen republicano”. (Sic, en Arista-Salado, 2006b)
La diferencia entre los gorros píleo o de liberto y frigio ya hemos anotado que se basa en las orejeras, pero se documentan escudos de libertos con la punta caída hacia delante. Lo curioso es que no se mencione nada sobre este particular. También notamos un error, y es que la Comuna de París no fue en 1792 sino en 1871: para 1792 la Revolución francesa había echado a andar pero, ¿realmente la Comuna de París adoptó el gorro de la libertad como símbolo? Según los historiadores y cronistas el gorro de la libertad es un producto esencialmente de la Revolución francesa, mientras que la Comuna de París adoptó por primera vez la bandera roja, que luego enarbolaran los Estados socialistas, desde el soviético.[22]
De esta manera queda demostrado que Cuba nunca ha usado en sus armas un gorro frigio, ni siquiera durante la Convención Constituyente de 1900. Según Gay-Calbó, el escudo que muestra en su libro corresponde al que apareció en las primeras planas del Diario de Sesiones de la Convención, sin embargo está invertido. Si hubiese funcionado como sello queda justificado el dibujo, pero quizá es un error del dibujante, uno más dentro de los que le señala el Cronista de Armas D. Gay-Calbó.
Este es el gorro píleo cubano. Es característico de nuestra Patria porque, además de su diseño perfectamente equilibrado, carga una estrella de plata en su centro, que lo distingue; no obstante, es sumamente interesante traer a colación la moneda de 25 centavos que se acuñó en Cuba con motivo del Centenario del Apóstol, en 1953; ella traía en el anverso la imagen a relieve de José Martí y en orla la inscripción: “1853 · CENTENARIO DE MARTÍ · 1953”, y en el reverso muestra el trozo superior del haz de varillas, en cuya cimera trae un gorro de la libertad, pero esta vez frigio, y una orla: “REPÚBLICA DE CUBA” y “PATRIA Y LIBERTAD”. Se puede distinguir claramente que es frigio porque despliega una “orejera” que cae a manera de envoltura sobre el cuerpo del haz de varillas; aunque indudablemente parte asimismo de las raíces independentistas latinoamericanas, desde la impronta general de la Revolución Francesa.
d) Para una descripción heráldica del escudo cubano actual.
Por lo general cuando existen dudas acerca de la precisión de un determinado blasón dentro del escudo de armas, es recomendable siempre buscar su descripción oficial; hemos visto, sin embargo, que en este caso la descripción no satisface y hasta contradice los diseños históricos, de manera que está incorrecta. Con relación a la adecuada descripción existen varios criterios. Algunos sostienen que el escudo debería describirse como “cortado y medio partido”; Arista-Salado (2006b) disiente de tal idea en tanto el primer cuartel del escudo no tiene las dimensiones requeridas por la partición antes mencionada sino que es un jefe, y el resto del escudo es partido. Sobre la adecuada forma de describir el escudo se han manejado diversas posibilidades: partición teurbeniana; jefe y el resto partido; y cortado al tercio y partido. La adecuada descripción del escudo cubano podría escribirse así, y es uno de los aportes de Arista-Salado (2006b):
Contorno helvético partido; cuartel diestro: en azur dos barras de plata; cuartel siniestro: un valle de sinople, y una palma real, en sus colores naturales, que semeja estar sembrada en la terraza, con siete penachos dispuestos simétricamente y uno que cae al frente sobre el tronco, al fondo es el cielo, de azur-celeste, con ligeras nubes; el jefe, con un mar de azur que carga una llave de vástago macizo, de oro, con el paletón a la diestra, acostada de dos promontorios de tierra, en sus colores naturales; el todo sumado de un sol naciente, de oro, y doce reflejos que se esparcen a todo trance; al fondo es el cielo, de azur-celeste. Adornos: orlan el escudo, a la diestra, una rama de encina, y a la siniestra, una de laurel, las dos en sus colores naturales, y frutadas. Está soportado por un haz de varillas, naranja, liado en jefe por una cinta roja en posición horizontal y en punta por una cinta roja en situación de flanquis, tiene por cimera un gorro píleo que carga una estrella pentagonal de plata. Las ramas se unen detrás del haz de varillas.
Sin embargo, para un lector menos identificado con el Blasón, el mismo autor propone describirlo de esta manera:
ARMAS: Escudo con boca de adarga ojival, partido; 1º, en azur, dos barras de plata; 2º, en plata, palma real al natural terrazada de sinople; jefe general, con un mar de azur, salpicado de plata, cargado de una llave de vástago, de oro, con el paletón a la diestra, acostada de dos promontorios de tierra, ambos al natural, nacientes de los flancos, y sumado el mar de un sol naciente, de oro, con doce rayos esparcidos por el cuartel, al fondo es el cielo. Soporta el escudo un haz de varillas atadas en ambos extremos con una cinta roja, la parte superior en faja y la inferior en cruz, y por sendas ramas de encina y laurel, y está coronado el haz por un gorro de liberto, rojo, cargado de una estrella blanca de cinco puntas.
El texto de la Ley número 42, de 21 de diciembre de 1983, es suficientemente claro en el sentido que es capaz de expresar la idea que encierra el diseño; sin embargo, es inminente la sustitución de “gorro frigio” por “gorro píleo”, o “de liberto” y eliminar esta incoherencia histórica, así como el fondo color cielo con sus nubes y las montañas que tanto dañan en lenguaje heráldico, la imagen del escudo nacional.
III. Otras huellas independentistas latinoamericanas en los símbolos.
Las herencias bolivarianas pueden entenderse más allá para los símbolos cubanos; así por ejemplo, habría que estudiar hasta qué punto las había ya no sólo en Teurbe Tolón para el escudo cubano, sino en el venezolano Narciso López, creador de la bandera cubana en junio de 1949, entre cuyos asiduos estaba José Aniceto Iznaga. Portell Vilá (1950:17) cuenta que “El Lugareño” y “el viejo Iznaga”, reunidos en 1848 en los nuevos preparativos con Narciso López, recordaban para los nuevos preparativos, su entrevista con Bolívar hacía unos 25 años (emigrados entonces en los EUA) y le pidieron al Libertador que nos enviara un General experimentado… El principal teniente de López era el joven trinitario José María Sánchez Iznaga, sobrino del patriota José Aniceto Iznaga; ambos, sobrino y tío, se citan entre los allegados a Miguel Teurbe Tolón y a Narciso López en sus andares por los EUA, cuando en 1849 concibieron respectivamente y casi en complicidad, escudo y bandera para la futura Cuba independiente.
En cuanto al camagüeyano Gaspar Betancourt y Cisneros (1803-1866), quien firmaba como “El Lugareño” u “Homobono”, había completado su educación en EUA; en Filadelfia estableció una casa de comercio, se relacionó con figuras suramericanas y cubanas, sobre todo José Antonio Saco. En 1823, como parte de una comisión cubana, partió de New York a La Guaira (Venezuela) para entrevistarse con Simón Bolívar, para promover un movimiento insurreccional en Cuba. En EUA asistía a reuniones políticas que le influyeron decisivamente; en 1834 regresa a Cuba, en cuyo interior realizó una amplia labor de mejoras económicas y sociales, como nuevas escuelas, y la línea de ferrocarril Nuevitas-Puerto Príncipe. En 1846 fue obligado a abandonar el país por órdenes del Capitán General O´Donnell, y regresa a EUA, donde sería presidente de la Junta Cubana en New York y funda en 1848 el periódico La Verdad (anexionista), aunque luego abrazaría el independentismo definitivamente. En 1856 se establecería en Europa: Florencia, París… hasta regresar a Cuba en 1861. Se destacó por sus artículos costumbristas y como epistológrafo, particularmente en sus cartas con Saco.
No es casual que haya sido precisamente con “El Lugareño” con quien en alguna ocasión, se disputó la paternidad de la bandera cubana; en carta fechada en New York el 12 de febrero de 1873 al Director de La Revolución de Cuba para rectificar que en el número 62 de dicho periódico se le atribuía la bandera cubana a Gaspar Betancourt Cisneros “El Lugareño” pues «…fue quien mayor parte tuvo en el trabajo…», Villaverde reafirma que «la concepción de nuestra gloriosa bandera fue exclusiva del ilustre Narciso López», de lo que se auto proclama “testigo ocular y puede dar testimonio fehaciente…” (Portell, 1950)
Ciertamente, una polémica aun vigente en la historiografía cubana es el anexionismo de muchos de ellos; habría que estudiar hasta qué punto el proceso independentista latinoamericano, no exento de contradicciones, influyó en su pensamiento, además de ubicar el anexionismo en el contexto histórico de 1849, aunque ya había independentistas cubanos tan preclaros incluso antecesores, como el presbítero habanero Félix Varela y Morales (1787-1853) y el poeta santiaguero José María Heredia y Heredia (1803-1839), e incluso anti-anexionistas como el propio bayamés José Antonio Saco y López-Cisneros (1797-1879); y habría que, en primer lugar, cuestionar o al menos, reanalizar el anexionismo de los así acusados, o incluso matizarlos por momentos y conductas, pues era frecuente y tenía fundamento la confusión en aquel período, entre una tendencia y otra, que a menudo se enfrentaban abiertamente, pero otras veces se desdibujaban. Habría que estudiar hasta qué punto Narciso López (Caracas, Venezuela, 1797-1854), que por demás nació y se crió en aquella Venezuela efervescente de Miranda y Bolívar, portaba en sí desde entonces el ideario independentista latinoamericano, o al menos sus impresiones.
A decir de Portell Vilá (1950:3-12) pesar de sus habilidades, el adolescente López (apenas 16 años) no hallaba empleo entre los libertadores mientras su tío lo llamaba constantemente para pelear con los españoles, e ingresó como soldado español el mismo día en que Simón Bolívar era derrotado por Boves en el desastre de La Puerta. Sin embargo, ya en España, López (primero en Barcelona, luego en Madrid) contribuyó poderosamente a la caída de la Regencia de María Cristina (1830) para establecer la de Espartero, lo que se consideraba una victoria del progreso; fue él quien como gobernador militar de la plaza, recibió a Espartero al llegar este a la Corte de Madrid, y sus amigos liberales fueron ubicados en los puestos de poder… lo cual dio vuelta atrás a la caída de Espartero. Mientras tanto, a Cuba había hecho venir a su anciana madre y su sobrina, y otro pariente suyo era el cónsul de Venezuela en La Habana. Y cuando el nuevo gobernador de Cuba, Leopoldo O’Donnell, enemigo mortal de López, llegó a La Habana en marzo de 1843 y le despojó de sus altos cargos a López obligándole a abandonar la milicia, desencadenó su rebelión total sobre un terreno ya tan abonado. Antes de la Conspiración de La Mina de la Rosa Cubana, había sido complicado en la Conspiración de la Cadena Triangular y Soles de la Libertad.
Lo que sí se reconoce en su bandera (la actual enseña nacional cubana) es la impronta masónica en el triángulo equilátero, lo que de alguna manera enlaza con los debates referidos, al menos por el papel de la masonería en todo el proceso independentista latinoamericano, incluido el cubano; la estrella solitaria es uno de los argumentos de quienes lo excluyen del anexionismo. En su estudio La bandera y nuestros poetas, Rafael Esténger hace ver que ya en 1827, en su poema A Bolívar (otro de los tantos reflejos del impacto bolivariano en nuestra cultura, ya en aquellos años aun tempranos) reconocía “la estrella simplemente como expresión de un estado libre”;
“Se alza Bolivia bella, y añádese una
Estrella a la constelación americana”.
Ello, al mismo tiempo, iba enlazando la significación para la futura estrella solitaria, a partir de que avanzaba el proceso independentista por el continente, en este caso por el antiguo Alto Perú: Bolivia. Ya hemos visto que la estrella es también una herencia en los símbolos cubanos, repetida por demás en otras banderas libertarias del continente, “símbolo de independencia” en el caso mexicano…
Pero no es necesario prolongarnos más. Queda demostrado que el proceso independentista latinoamericano es una raíz a considerar para los símbolos cubanos durante sus luchas por la independencia, hermanados de una manera u otra con los símbolos del resto del continente, hijos del mismo proceso; y por extensión, la necesidad de profundizar en estudios similares sobre estos valores que conforman, sin duda alguna, parte sustancial del más sublime patrimonio heredado por las nacientes repúblicas latinoamericanas, desde su gesta independentista y su impacto ulterior hasta la actualidad, y con problemáticas que reclaman la atención y especialización de los investigadores.
IV. BIBLIOGRAFÍA BÁSICA CONSULTADA:
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V. Notas:
[1] Arista-Salado, 2006b: La partición alta es dada a la polémica porque Hurtado de Mendoza adorna el blasón con figuras que no son descritas por Infante como el cuerno de la abundancia, el gorro de la libertad, y las estrellas en situación de arco al timbre.
[2] Aunque la indígena simboliza América por su antecedente mirandino que luego veremos, no se toman en cuenta las avanzadas culturas precolombinas que llegaron a conformar importantes organizaciones políticas; sin embargo se asocia América con aquella indígena de poca organización política e indefensa ante la llegada de los conquistadores, los más humildes e incluso, presuntamente extintos justo por la colonización española, contra la que ahora llaman a la rebelión, como si sus espíritus reclamaran justicia.
[3] Encarnado es usado aquí como sinónimo de rojo.
[4] Evolución de la Bandera de Venezuela 1797-1930. Folleto publicado por la Secretaria del Consejo Nacional de Seguridad y Defensa. 1989. En Chalbaud, 2001.
[5] La bandera del Ejército Columbiano, de 1800, es la primera que usa el trifranje horizontal ya que hasta ese momento las otras banderas traían diseños variados. Arista-Salado (2006b) nota el nacimiento de la bandera de 1800 en tanto es el origen del diseño que a la postre quedaría en las otras banderas de la revolución venezolana y en la que Infante diseñó para la Isla de Cuba.
[6] Orta, 2002. Los diseños de ambas banderas son tomados de esta obra, dibujadas ambas por su autor.
[7] Ídem.
[8] Ídem.
[9] Museo Numismático de la Oficina del Historiador de la Ciudad de la Habana.
[10] Arista-Salado, 2006b. Campaña: Pieza que se coloca horizontalmente en la parte inferior del escudo y cuya anchura es de un tercio del mismo, según algunos tratadistas, y según otros, un cuarto. Pieza de primer orden. Las piezas de primer orden son también llamadas honorables: son las de mayores dimensiones, ocupando un tercio de la longitud del escudo.
[11] Según la Enciclopedia Barsa, tomo XIV (1974), del resumen histórico de la Confederación Helvética, el territorio suizo fue conquistado por Julio César en el año 58 a. J.C., y luego el texto enciclopédico añade: “Desde entonces formó Suiza parte del Imperio Romano”. Sin duda una imprecisión ya que el Imperio se instaura luego de las muertes de Julio César y de Marco Antonio.
[12] Arista-Salado, 2006b: Desde la instauración de la República comienzan a segregarse municipios. Majagua fue creado en 1906; Zulueta, San Segundo de los Abreus, y otros muchos creados en esta época.
[13] Arista-Salado, 2006b: Algunos escudos locales mantienen los rasgos gráficos del contorno helvético pero no sus proporciones: tales son los casos de Varadero y Ranchuelo, por citar dos.
[14] Imagen remitida por el Sr. Eduardo García Perdomo. Heralatin. 2005.
[15] Arista-Salado, 2006: Variante de las armas usadas por la República de la Gran Colombia, no se muestra la banda tricolor que simboliza a Venezuela. Imagen para uso didáctico.
[17] Imagen tomada de www.angelfire.com
[18] Ídem.
[19] Entrevista a Antonio Álvarez, 2005. En Arista-Salado, 2006b.
[20] Imágenes tomadas de www.ngw.nl
[21] Arista-Salado, 2006b. La heráldica cívica local latinoamericana se desarrolla en buena medida hacia abajo por su estructura estatal como una pirámide, a cuya cabeza se encuentra el Jefe de Estado y naturalmente sus armas; luego a partir del escudo nacional se irán desarrollando otros símbolos análogos en semiología y diseño que toman como patrón las armas de Estado, de manera que se inicia así una verticalidad en la creación simbológica que tiende a reproducir emblemas nacionales en símbolos locales.
[22] Entrevista a Francisco Gregoric. FOTW. En Arista-Salado, 2006b.
Por: Dr. Avelino Víctor Couceiro Rodríguez (vely175@cubarte.cult.cu)
Fuente: Este artículo se reproduce sin menoscabo alguno de los derechos del autor. Dr. Avelino Víctor Couceiro Rodríguez. MovimientoC40 no reclama ninguna propiedad intelectual, o de cualquier otro tipo sobre este artículo. Descargar PDF